Las impresiones puntuales de un viaje a la histórica Austria
Quien viaja, compara. Unos lo hacen despiertos y otros con las somnolencias de sus formaciones y de sus intereses. No es fácil ir despierto de una cultura a otra.
Los mejores viajeros lo hacen con erudición para redescubrir mundos. Yo me ubicaría como un visitante comparativo apenas.
De Austria me han impresionado el arte, el respeto por la naturaleza y su vida ligada a los adelantos de la tecnología. Ciudades construidas entre arboledas gigantes donde brillan todos los tonos del verde en el mes de mayo.
¡Qué variedad de árboles y qué profusión de flores de especies nativas! ¿Ambato tierra de flores? ¿Cuántos árboles por cuadra o por casa tenemos? ¿Jardines?
Me da mucha tristeza cómo se van haciendo nuestras ciudades y nuestros pueblos entre el esmog y las pitadas de carros que enrarecen el aire limpio y silencian el canto de los pájaros.
Para quienes conocen la quinta de Mera, digamos que en Graz (la segunda ciudad de Austria, después de Viena) he encontrado que hay cientos de ellas.
¿Por qué allá no pitan los carros? Nadie lo hace para rebasar. Un busero o camionero nuestros estarían mutados terriblemente si tuvieran que ‘saludar’ con estridencias a un conocido, o avisar que rebasa. Ciudades sin ruidos son sanas y menos nerviosas.
¿Cómo es el ruido en Ambato a sabiendas que somos un mercado a gritos? Sencillamente no entendemos el valor del silencio, aunque nos metiésemos en las iglesias, donde la paz debe entrar por los oídos y no por los abrazos.
¿Qué capacitación habrá que darles a los choferes de ambulancias que espantan por calles, pueblos y carreteras? ¿Viajan anunciando la muerte?
Un aspecto importante y no sospechado por nosotros es el respeto al peatón. Si usted tiene mucha prisa por cruzar, se acerca al soporte del semáforo (al poste diríamos nosotros) fricciona con su mano una zona que digitaliza su accionar, y el semáforo cambia la luz para que usted pase. No tiene que estar esperando solo.
El culto al silencio
Viajando por las autopistas espléndidamente señalizadas encontraba tramos de cerramientos en forma de estera, de más de 3 metros de alto. Eso lo hace el Gobierno a través de la obra pública para evitar que el esmog contamine las arboledas y proteja del ruido automotor en zonas donde se avecinan más de 3 familias, así me informaba mi traductora anfitriona. Las autopistas pasan distantes de los pueblos tan pintorescos, limpios y atractivo, donde los viajeros entran por una vía secundaria para descansar o comer en restaurantes típicos, instalados en casas heredadas hace siglos, desde el X en muchos casos, donde no faltan museos, iglesias y castillos.
Me acordaba, ¿cómo será después de un par de años pasar por Pelileo o por Baños? ¿Seguiremos reeligiendo a nuestros queridos e indiferentes atascadores?
Acá, somos capaces de tumbar iglesias, árboles emblemáticos o lo que sea para favorecer a la carretera. Y eso más, a qué costos económicos ¿A qué viajarán —los nuestros— cuando van a tomar experiencias llenas de viáticos a sitios extranjeros mejor organizados? “Ecuador: Potencia turística”. Cuántos extranjeros quedarán atascados unas 3 horas por lo menos en los letreros, mientras de los buses la gente bota bagazo, botellas, basura y más basura por kilómetros, y ofrece el triste espectáculo de nuestro subdesarrollo.
La contaminación visual
Nuestra contaminación visual es espantosa. Pasará un turista por la carretera y se preguntará por qué la propaganda política vive por décadas pintarrajeada en las piedras y murallones, o colgada de los postes hasta que el sol obre su lenta destrucción que huele a podredumbre en abandono.
Qué bello resulta salir a empaparse de paisaje, a encontrarse con una señalética informativa con nombres de ríos, valles y montañas, con distancias y flechas para que nadie se pierda o sepa cómo acercarse al destino deseado.
Cómo hacer para acentuar el amor a la tierra y a la patria limpiando todo lo que no conviene que sea motivo de un espectáculo de tristeza.
Sembrar árboles nativos y flores nuestras, salir de la invasión aberrante del eucalipto, gritar al turista que somos gente de América, de Ecuador y Tungurahua con una pasión que les haga decir ¡qué belleza! Y no ¡qué basureros, qué abandono! Vi un solo letrero en carretera al respecto, que combinaba letras e imágenes. Traducido: “No seas…” y luego aparecía un chancho. Cuando vi los ríos de allá, mi tristeza fue más fuerte que la rabia. Ríos y riachuelos limpios, de aguas transparentes. Ríos espejos de la alegría de vivir. Ríos sanos.
Los nuestros, en cambio, se mueren ¿Sirve de alivio construir un alcantarillado si a un par de kilómetros se vierte el estiércol y los aceites y todos los vómitos urbanos a los ríos y quebradas?
Meditaba con indignación ¿Y nuestras cloacas pestilentes? ¿Y esas podredumbres de 3 provincias que bajan por el Pastaza cuando lo desaguan? Somos sobrevivientes que enfrentamos a los cánceres de la política.
Las intenciones de saneamiento ambiental si no tienen un sistema completo, son una farsa que ha ‘beneficiado’ a los políticos, confundiendo a los electores ingenuos, puesto que el problema se revierte sobre todos y la tierra misma.
Viena, Graz, Insbruk, Salzburgo quedan en mi memoria como una huella doliente de viajero que añora mejor suerte para su propia tierra.
¿Por qué no adornamos nuestras ciudades con verdaderas obras de arte? ¿Por qué tenemos que llenar de esculturas de políticos y otros perversos que en muchos casos han sido nuestros propios opresores?
¿Qué hacen con las fortunas nuestros ricos? ¿Invierten en arquitectura en su propia patria? ¿Apoyan al artista en su propia tierra? ¿Sigue el síndrome del saqueo al exterior? Viendo tantos palacios, casas solemnes, tantos edificios universitarios impresionantes, tantas iglesias, pensaba en el descrédito de las palabras.