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La Victoria fue parte de la gran hacienda denominada Mulinliví

La iglesia Central, a la que llegan compradores y turistas, es el referente de esta población. Foto: ROBERTO CHAVEZ |  El Telégrafo
La iglesia Central, a la que llegan compradores y turistas, es el referente de esta población. Foto: ROBERTO CHAVEZ | El Telégrafo
20 de abril de 2014 - 00:00

Hacia el occidente, a 10 kilómetros de Latacunga y a 3 de Pujilí se encuentra la capital alfarera del Ecuador: La Victoria. Es la más antigua de las 7 parroquias del cantón Pujilí en Cotopaxi.

Fue parte de la hacienda Mulinliví, cuyos trabajadores se emanciparon y parcelaron las tierras. Vivían de la agricultura y de la ganadería, pero también conocían el arte de moldear el barro por herencia de sus ancestros, los panzaleos.

Al pueblo se lo identificaba con el mismo nombre de la hacienda, pero cuando se buscó la parroquialización sus moradores decidieron llamarla La Victoria. Fue así porque los seguidores del  expresidente José María Velasco Ibarra proclamaron a gritos su primera victoria electoral en el centro de ese poblado. Eran los años treinta. 

En la actualidad, La Victoria cuenta con 3.060 habitantes distribuidos en 9 barrios: San José, Centro, El Tejar, Chucutisi, Ilinchisí, Mulinliví, Talache, Collas y Santo Domingo.
El 70% de ellos se dedica a la alfarería que se convirtió también en una manifestación cultural y un rasgo de identidad. 

Hoy se la valora desde 4 aspectos: cotidiana y funcional, ritual y ceremonial, estética y comercial.
Los lugareños desarrollaron un talento que los volvió unos virtuosos del barro, tras 50 años de práctica incesante.

Aprendieron de un grupo de extranjeros de la Misión Andina que instalaron una fábrica de cerámica en el barrio El Tejar. Los primeros obreros fueron vecinos del lugar.
Y como ocurre en estos casos, aprendieron el oficio de elaborar figuras con la utilización de moldes. 

Con el paso del tiempo y cuando los misioneros se fueron, estos nuevos  artesanos adecuaron sus talleres en los que predominó la producción de juguetes.

Después se abrieron a la actividad de la construcción con tejas y tejuelos. También manufacturaban  tinajas, pondos, ollas, vajillas, ceniceros, macetas y alcancías.

El barro que utilizan proviene de las minas de las parroquias El Tingo y  La Esperanza, situadas a 30 minutos de La Victoria. Ese material se mezcla con agua y con una técnica de ablandamiento con los pies se vuelve una masa compacta.

La exhibición y comercialización de los productos se realizan anualmente en las Fiestas de la Cerámica, en días de Carnaval. Así  como en el festival ‘Cántaro de Oro’ que se realiza en enero.
Cuentan que  los  talleres pueden ser visitados permanentemente. Los turistas gustan de observar todo la producción.

En los años setenta y ochenta, del siglo XX, la alfarería alcanzó fama nacional e internacional. En 1991, los artesanos lograron su personería jurídica con el propósito de tecnificarse.  
En la actualidad, la mayoría  introdujo  técnicas modernas amigables con el ambiente y la salud para la elaboración, acabado y pintura. 

“Es como moldear la vida. El barro es una extensión de mi cuerpo y los objetos son como mis hijos”, dijo Marcelo Acosta, quien cambió el barniz con plomo por resina para dar brillo a sus barros.

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