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La tenacidad ambateña ha permitido refundar aun encima de la destrucción
Ambato y Tungurahua han soportado por lo menos un terremoto de magnitud cada 100 años. Algunos ligados a la erupción de los volcanes circundantes o al derrumbamiento de colosos nevados de su bella, pero temible geografía. En síntesis, los terremotos han ido sucediéndose de modo ininterrumpido.
Pero en el hombre tungurahuense, la huella psicológica causada hasta por información histórica, tiene que ver con el remezón de 1698 cuando se hundió el Carihuairazo, bajaron los aluviones y sepultaron el primer intento de consolidación urbana de Ambato.
Y cuando esta urbe ya estaba con la categoría de villa y perfilándose como verdadera ciudad, vino en 1797 un terrible sismo que otra vez anuló la vida de los pueblos tungurahuenses en general.
Fue la época de las refundaciones cambios de lugar, huyendo de las hondonadas porque los volcanes hacen sus estragos por sus cauces. Luego de esto, damos otro salto al año 1949, terremoto que anuló sobre todo la herencia histórico-arquitectónica de Ambato y de sus poblados de importancia, incluyendo lo característico del paisaje rural.
¿Cómo ha enfrentado el hombre de Tungurahua estos fenómenos? En una palabra refundando al día siguiente su pueblo. Buscando en la misma tierra hecha cuajada todavía, algún criterio de seguridad y de desafío a los designios misteriosos de la naturaleza y a la ‘cólera divina’, puesto que todos los sismos han sido vistos como expiación de culpas masivas, como una limpieza de perversiones cuando la maldad cunde en el suelo provincial.
La actitud de ‘refundadores’ en los tungurahuenses es sin duda su marca de más alto orgullo. Son peleadores hasta con los designios incontrolables. Su mayor orgullo es este timbre de lucha que hasta se refleja en lo que cantan: “Nunca hasta Ambato llegará la mala suerte/ si es de luchar lucharemos con la muerte”.
Tenaces hasta la testarudez vuelven a reconstruir hasta en los sitios prohibidos. Hacia adentro de sus convicciones son orgullosos en extremo de un temple que ha dado excelentes resultados de consolidación gregaria.
Hasta se ha llegado a definir estirpes de ‘ambateñismo’, aunque la definición la han manejado las clases de poder con ideología opuesta al ruralismo de los ‘chagras’ o parroquianos, o ‘paisanos’ en el sentido despectivo. Uno de estos retos contemporáneos es haber transformado el terremoto de 1949 en recuerdo de coraje y valentía, creando la llamada Fiesta de la Fruta y de las Flores (FFF) a 2 años de sufrida la catástrofe (1951). Sin embargo, la ‘fiesta’ en este tiempo (63 años) ha hecho olvidar a las generaciones presentes la razón del festejo. Muchos jóvenes actuales ni siquiera recuerdan con exactitud el año del terremoto y cómo se superpuso lo del carnaval con la FFF, se cree que hubo terremoto como hecho para el olvido.
El hecho de rememorar el terremoto con celebraciones de algarabía: volatería, chamizas, desfiles, bailes populares, bandas, etc. camuflados bajo el velo del cristianismo, también se ha dado en el pueblo de Patate.
Allí se celebra el surgimiento de la devoción al Señor del Terremoto, luego del ocurrido en 1797. En este sector de Pelileo y Patate hubo el mayor número de muertos con el fenómeno telúrico.
Si Ambato creó la FFF para ‘olvidar’ el terremoto, Patate creó la suya que es más ancestral. ¿Qué rara conducta es esta de ponerse a bailar para, en el fondo, rememorar un remezón?
¿Celebramos la supervivencia o la ‘limpieza’ de la tierra? Los patateños y pelileños dijeron siempre que el más feroz de sus hacendados coloniales, Don Baltasar Carriedo y Arce, conocido como ‘Mazorra’, había sido la causa del terremoto de esa época. Y como él murió justamente en el cataclismo, ¿no será que celebran un ansia de libertad?
Pues no olvidemos que la religión y sus rituales actuales no son sino expresiones de sentimientos transculturados. Creo yo que en toda América, el cristianismo tal como se lo practica, es uno de los expresionismos del mestizaje, más que una ideología o un acto de fe.
Si una fiesta surge ‘gracias’ a un terremoto, es de suponer que en la mentalidad de sus usuarios está también un sentido pragmático de la vida.
Casi un sentido lúdico. Jugamos a sobrevivir, bailamos por el presente y el futuro. Se sepulta rápidamente el pasado y esto es peligroso porque al sentirnos ‘refundadores’ de la vida pasamos a pensar que la historia y el ayer no guardan mayor importancia. Por eso queremos hacer todo nuevamente.
Los ambateños, con el síndrome del terremoto, son capaces de derrumbar todo tipo de monumentos del pasado y reemplazarlo por cualquier pacotilla contemporánea ¿Acaso no es este fenómeno el que ha hecho que se tumben verdaderas joyas de la arquitectura urbana para dar paso a edificaciones sin mayor gracia, arte o atractivo urbanístico?
Pedro Reino
Cronista oficial de Ambato