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Ecuador, 05 de Febrero de 2025
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El Telégrafo

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La historia del vía crucis de Visitación Montalvo Hernández, en 1930

Foto: Álvaro Pérez.
Foto: Álvaro Pérez.
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Cuando era más niña, me contabas que yo era hija de una pluma ardiente que derramó su tinta de un tintero con el que llegó precipitadamente el misterioso visitante.

Otra vez me dijiste que habías quedado embarazada de las palabras incontenibles que se te habían resbalado por el cuerpo cuando el visitante se puso a mirarte como si fueras su libreta de apuntes.

Desde entonces, dijiste, que se puso a escribir en tu carne muchos Tratados, usando su saliva expatriada bastante amarga. También me dijiste que te llegaron a gustar las promesas de visitación que te hizo él, que también era como los que buscaban hospedaje en las miradas de compasión que no podemos ocultar las mujeres.

Dime la verdad, ¿soy hija del hombre que llegaba montado a caballo, de su patria del Sur? Te digo esto porque siento en mi corazón los galopes de un caballo que extraña una querencia perdida.

También he oído en tu propio corazón unos ritmos que te saltaban a los ojos cuando te ponías a meditar mirando las nubes verdes, las que solo se ponen así en las montañas que se ven a lo lejos desde Ipiales, como esperando una visitación.

Hija, mi humildad no me deja ir más allá. Confórmate con tu nombre, como cuando yo quedaba alegremente embarazada de sus visitaciones llenas de verbos.

Yo le lavaba las huidas con las que tenía impregnada su ropa. Yo le remendaba las soledades que traía pegadas a los calcetines. Yo le planchaba con mis humildes manos sus impotencias revoloteadas en el pelo desordenado, para que se vieran más nobles sus camisas.

Yo le arreglaba su cuarto para que en su cama se sintiera en su patria; barriéndole las basuras que llegaban en sus botas. A veces me hacía ofrecimientos madurados de cansancios y de expatriaciones.

Decía que no podía agradecerme de otro modo sino con un amor inventado a su manera, solo para mi forma de ser, y de acuerdo a la condición de mis servicios.

Cuando naciste iba a ponerte de nombre: Expatriación, pero hubieran creído que no me pertenecías. No te habrían nombrado de modo completo diciendo que eras Expatriación Montalvo Hernández, la hija de Pastora Hernández.

Pensé que a lo mejor él podía volver, y yo quería que, cuando llegara, se diera cuenta cómo pueden ir creciendo las visitaciones, cómo pueden corretear con su inocencia y cómo pueden sufrir igual, o tal vez peor que las expatriaciones, cuando la pobreza se queda sin más a convivir con los hijos abandonados.

Visitación Montalvo Hernández, con una maleta llena de necesidades pasó la frontera de Rumichaca con destino a Tulcán. Creía que la pobreza es una moneda que puede cambiar su destino.

Sacó de un monedero unas pesetas con el recuerdo de su ilustre padre que nunca volvió la mirada a lo que dejó de sus visitaciones. Jorge Narváez, en Tulcán, recibió a la visitante y, mientras ella le contaba una historia, él sentía de pronto una rara rabia en la que se le mezclaba el patriotismo con la ilustración.

Mi madre murió esperando a un escritor que odiaba a los tiranos.

Éramos 2 hermanos: Adán y yo. A mí me puso por nombre Visitación para recordarle con secreta idolatría.

Adán murió en el principio de su vida, tal como pasó en la Biblia. Yo he vuelto a tener un hijo que ha nacido de espaldas a los poderosos.

Mi hijo es de los que nacen como yo, de las palabras que se lleva el viento. A lo mejor mi hijo pueda ser como su abuelo, un hombre lleno de palabras. Necesito un apoyo para mandarlo a la escuela.

¿Cree usted que mi padre me haya dejado alguna herencia? Dígame caballero Narváez ¿se llama hijos a quienes nacen tras de las fronteras? ¿Será que la Asociación J.M. que usted preside, quiere recoger el prestigio de mi padre y con algo de eso me pudieran ayudar, cambiando a pesos?

¿Me podría usted ayudar hablando con alguno de mis tíos o algún pariente? ¿Serán de la misma manera como dicen que son las gentes que le rodeaban leyendo lo que él escribía?

Yo creo que deben ser gente llena de inteligencia y de bondad, puesto que llevamos la misma sangre. Mire señor Narváez, aquí traigo una constancia de don Antonio Ramírez, por si acaso haga falta. Léalo por favor: En Ipiales, “Montalvo tenía como escribiente a Evangelista Montenegro, quien, por ser bastante amigo le contó al (suscrito) declarante que Don Juan tenía una hija llamada Visitación, en la señora Hernández; añade que, por dicho de la misma señora, sabe que esta tenía dos hijos, cuyo padre era Don Juan: Adán y Visitación.

Y que en los continuos paseos que hacía Don Juan le llevaba al declarante a casa de la señora Hernández, demostrando en estas visitas mucho afecto y consideraciones para con ella”.

Señora Visitación. Su visita me llena de impotencias. Pero le cuento que expuse su caso cuando colocamos la placa en honor a su ilustre padre, en la casa de Ipiales, en donde su madre se quedó con el amor empobrecido mirando cómo nosotros, en el Ecuador, nos quedábamos con su gloria.

“¿Tal vez no sería conveniente que esa Corporación, con motivo de la colocación de la lápida, le diera algún auxilio que bien lo necesita por ser pobre y enfamiliada? - Honor y Patria. Jorge Narváez”.

Señor caballero Narváez, le cuento que todas las mañanas hago peregrinación para contemplar la placa en la que consta el nombre de mi padre. La placa oye mis rezos y me responde como todas. El silencio es la mejor respuesta de la gloria.

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