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La ‘diablada pillareña’ es más profunda que los cuentos de enamorados
Una preciosa galería con diablos pillareños nos mira, desde sus ojos partidos, unos; desde sus ojos secretos y profundos, otros.
Nos hacen muecas atrayentes con sus colmillos desnudos, sus cuernos erectos y sus liras jerárquicas. Los diablos están ahora aquí, alegres, descansando de sus interminables bailes regados por toda América Latina, mientras nos aproximamos.
Queremos que nos cuenten un poco cómo es el infierno en el que habitualmente viven, y que nos digan —si es posible— cómo hacernos amigos, puesto que no ha de ser justo que sean sádicos con las almas que ellos mismos descarrían.
Se supone, llevándolas por donde van las ovejas que solo se alimentan de un pasto entregado por un supercreador, a un ala de beneficiarios centralistas, autoahijados por una divinidad política que les hacía herederos de la tierra.
Todo aquel que se les opone va al infierno, primero en la vida, y también después de la muerte.
Y los abuelos de nuestros diablos oían historias como esta: “Combatid en el camino de Dios a quienes os combaten, pero no seáis los agresores. Dios no ama a los agresores.
¡Matadlos donde los encontréis, expulsadlos de donde os expulsaron! La idolatría es peor que el homicidio: no los combatáis junto a la Mezquita sagrada hasta que os hayan combatido en ella.
Si os combaten, matadlos: esa es la recompensa de los infieles”, se lee en la Yihad, en El Corán.
O esta otra que proclamaba Constantino, el que dio libertad de culto a los cristianos: “Las diversas naciones que están sometidas a nuestra clemencia y moderación, deben continuar en la profesión de esa religión transmitida a los romanos por el apóstol Pedro… autorizamos a los seguidores que asuman el título de católicos cristianos.
Los otros son locos insensatos y decretamos que sean señalados con el nombre de herejes. Ellos sufrirán la represión de la condena divina y el castigo de nuestra autoridad de acuerdo con el deseo del cielo”. Tomado de Codex Theodosianus (ver Órdenes Militares de España, p. 32)
Ahora, aquí mismo, algunos podemos oler la chamusquina, sentir un calorcito, o percibir la idea tergiversada de que algún infiel se está ‘brosterizando’ enterito, desnudito en esos aceites de tortura que están ardiendo desde la Edad Media.
En ese entonces se enfrentaban moros y cristianos, para obligarse a la fuerza, a torcer el alma de la gente que no atina qué hacer con la idea de la inmortalidad, que ha resultado el mejor invento de los poderosos para manipular a las masas.
Hasta ahora, las masas imberbes no solo que necesitan líderes, sino dioses, venidos a este mundo en calidad de reyes, emperadores, presidentes, gobernadores o alcaldes.
Sus creyentes suben de categoría espiritual volviéndose esbirros, adulones, cómplices, luchadores por la fe de sus doctrinas, por sus postulados generosos pregonados en todos los tiempos y sus templos.
Origen de la diablada pillareña
No se equivocan si están pensando que he venido a reivindicar al diablo, sobre todo, a nuestros diablos pillareños que, según los documentos coloniales, nacieron del sincretismo holístico para insurreccionarse y poder bailar riéndose de sus torturadores con sus caretas sembradas de cuernos agresivos.
En una octava de Corpus Christi fue descubierto que los indios estaban convocados a disfrazarse de diablos para arremeter en contra de sus cobradores de tributos, de censos, de capellanías.
Los caciques de Píllaro y Pelileo se pusieron de acuerdo para enfrentarse a los maestres de las Órdenes de Santiago, de Calatrava, de Carlos III, del Santo Sepulcro que estuvieron aquí en Tungurahua.
Ellos estuvieron vestidos con capa y espada, montados a caballo, buscando herejes en los indios, pues aquí no había moros a quienes destripar para garantizarse el paraíso.
Quiero insistir en la fundamentación histórica para que no me hagan perder el tiempo con versiones engañosas que explican que las manadas de diablos son cosas de enamorados que practicaban batallas campales por supuestas féminas que tenían en territorios rivales.
El diablo pillareño es más profundo, como se observa en su máscara llena de cornamentas simbólicas. La investigación indica que los caballeros debían cumplir con los ritos de iniciación vinculados a votos monásticos de castidad, pobreza y obediencia. Debían velar las armas, pasando una noche de oración, como se hacía en Ambato con quienes acordaban matrimonio; y también debían ser armados caballeros.
“Los caballeros de las órdenes militares respetaban un código de honor”. Uno de sus objetivos era luchar contra los infieles.
Había frailes o freires religiosos, y los freires caballeros que tenían obligaciones militares, por eso hasta dormían con las armas ceñidas en previsión de ataques. ¿Creen que solo por advocación se denominó a 2 pueblos de Tungurahua como pueblos de Santiago? Píllaro y Quero quedaron bajo el control de caballeros.
Se sabe que a Tungurahua llegaron los Maestres de las órdenes que hemos señalado, y que los historiadores no han devuelto esta información a su gente y a su pueblo.
Realmente que no atinamos a entender esta manifestación cultural que corre el peligro de terminar como afiche municipal, como espectáculo sin alma. Queridos pillareños, investiguen y cuiden su patrimonio reivindicatorio de libertad que encarnan nuestros diablos.