Despojaron a los indios de su sentir espiritual por los dioses naturales
La destrucción de los páramos andinos, una herencia de los españoles
Los criterios de propiedad y tenencia de la geografía se cambiaron radicalmente con la llegada de los hispanos a América. En este ámbito hay 2 vías de explotación: la tierra y el agua, por separado.
En el caso de la tierra, un rubro de la rentabilidad estaba dado por lo netamente agrícola como ejercicio de una cultura de productividad.
Y otro rubro se orientó con lo pecuario, pues el beneficio que generaba la crianza de animales, guardaba relación directa con el control de la tierra y los pastos para sostener los grandes hatos ganaderos.
Lo que encontró listo el colonizador hispano fueron los inmensos prados cubiertos de verde follaje. Fueron ideales para acarrear chanchos, ovejas, cabras, vacunos, burros, caballos y mulas.
Luego pensaron en la rentabilidad del trabajo agrícola. En los verdes páramos no había sino que poner a pastar a los animales. También tenían indios a su disposición.
¿Cómo empezó la destrucción de los páramos? Ovejas y cabras, peor el ganado vacuno, según se sabe, han sido el principal factor del deterioro de las esponjas que mantenían el agua en las alturas cordilleranas.
La implementación de batanes y obrajes por toda la provincia estimulaba a que se abastezca de materia prima que era la lana. Llamas, alpacas y vicuñas fueron desplazadas de su hábitat.
Los primeros adjudicatarios de tierras tuvieron pastizales e indios gratis para su cuidado. Recordemos que se vendían manadas de ovejas con indios pastores incluidos.
Lo que dice la historia
A continuación unos detalles al respecto. Samanga 1765: Hay que cobrar diezmo por 22.500 borregos a Francisco Solano de Sandobal y a su garante Tomás de la Coba y Castillo. Ambos fueron avecindados en Latacunga y aprovechaban de los pastos que cuidaban 450 indios suyos.
Píllaro 1736: Hay un trato entre el capitán Fernando de la Thorre Cantillana y fray Joan de Cáceres, se cambia la hacienda de Cebadas en Chimborazo por una llamada Ichubamba de Píllaro que iba desde Callate, Poaló hacia los páramos y hasta los límites de Tacunga.
Importa para este caso hablar de la destrucción de los páramos, puesto que tenían “asitiadas” 2 manadas de ovejas de Castilla, potreros con zanjas de cebar que llegaban a 202 cabezas, 26 bueyes de arada, 30 yeguas, 6 mulas de carga.
En muchos casos, como en este, ni siquiera se menciona el número de ovejas que tenía cada manada.
Pasa 1775: El ovejero Julián Panti y Pascual Leyma se hace responsable de cuidar 1.516 cabezas de ovejas de Castilla en la hacienda de Tadeo Ruiz González casado con Luisa López Naranjo. También tenía 95 cabezas de ganado vacuno.
Pilahuín 1747: Clemente de la Torre Cantillana vende a Esteban Egüez de la Torre la hacienda de Pilagüín de 320 cuadras, con acción al agua, donde tenía 3 manadas de ovejas de Castilla “asitiadas” con 1.636 cabezas, 27 de ganado vacuno, 13 bueyes de arada y 16 indios de diferentes ayllos y parcialidades.
Puela 1662: El General Fernando de Villagómez, Caballero de la Orden de Santiago, vecino de este asiento (Ambato)… da en arrendamiento a Pasqual de Velasteguí las tierras que posee en Puela con una manada de 200 cabras.
Tisaleo 1747: Clemente de la Thorre Cantillana tenía una hacienda en Tisaleo de 992 cuadras, entre otras cosas con 20 bueyes de arada, 3 manadas de ovejas de Castilla de 1.300 cabezas y 10 indios gañanes.
La dura y actual realidad
La devastación de nuestros páramos va superando 4 siglos. La pregunta dirigida a los técnicos y a los que disponen de los presupuestos es ¿cuántos siglos demoraremos en recuperarlos? En mi libro Tungurahua Gente de Acequias (2011) escribí: “El páramo exige un hombre de palpitaciones fuertes, subido y ensimismado en la soledad, contemplador de horizontes, de sentimientos mágico-poéticos.
Este hombre no hace el esfuerzo que realiza quien vive en zonas más bajas para su subsistencia. Su vida depende del ‘rigor’ del clima y de las circunstancias atmosféricas.
Tiene más humedad y agua aseguradas y por eso ve el mundo como si fuera un ave espontánea. Cuando la tierra no tenía dueños fijos. Este hombre bajaba a las planicies a buscar algo de sustento diferente, igual que las aves, pero sabía y sentía que su vida estaba allá arriba. Caso contrario, ¿cómo entendemos que el nativo haya hecho sus poblados en Mocha, en Pillaguín, en Poaló o en Patate-urcu, zonas de altura? Si a estos hombres les preguntáramos si preferirían vivir (sin obligarlos) en los arenales más bajos de Huachi, seguro que nos contestarían que no. Igual ocurriría a la inversa.
¿En qué piensa el hombre subido al lomo de la cordillera? Sus dioses están próximos, casi puede abrazarlos: los nevados y montañas imprimen un deleite espiritual.
¡Oh Chimborazo, padre!, ¡Oh Mama Tungurahua!, ¡Oh Cotopaxi, piedra preciosa del horizonte!, ¡Oh cordillera azul de los Llanganates!
El hombre de la montaña ama el nevado y lo cuida. Ama su vegetación y la respeta. Por eso en estas plantas habita su dios cuando se vuelven centenarias.
Y en vez de tener sabia, las idolatran porque dicen que tienen sangre, y sienten que les da dolor cortarlas, aunque sea una rama.
Cuando los ecologistas hacen ‘campañas’ (como si fuesen a una guerra), para cuidar el bosque nativo sin un sustento mágico religioso, qué equivocados están. Es necesario primero devolverles a sus dioses para que los hombres, al saber que son árboles sagrados, veneren a la naturaleza y la protejan”.
La religión de Occidente ayudó en la aniquilación
La religión occidental, al destruir sus creencias ancestrales, dejó desierto el sentimiento mágico-religioso del hombre andino respecto a sus páramos. Su repercusión negativa está en la destrucción del entorno que ahora es visto sencillamente como mala hierba que se puede prender fuego para que den paso a la ‘productividad’. Ya no hay un dios en la paja del páramo de donde se ha tomado para apellido de personas, o designativo de los grupos humanos como los habitantes del Igualata (Pichibamba en Quero). Igual ocurrió con las quebradas como sitios de dioses y demonios. Fueron destruidas por la necesidad de sobrevivencia, pero previamente se anuló en los nativos el respeto a verlos como sitios espirituales, o como ambientes mágico-religiosos de su imaginario primigenio.