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Jorge Caisabanda es un referente de superación

Actualmente Caisabanda gestiona la ejecución de una campaña odontológica para atender a 180 estudiantes
Actualmente Caisabanda gestiona la ejecución de una campaña odontológica para atender a 180 estudiantes
21 de abril de 2014 - 00:00

Había cumplido 13 años cuando aprendió a pedir comida y dinero en español. Lo hizo forzado por el hambre que apenas engañaba con puñados de maíz tostado y algunos sorbos de agua con yerbas.
En ese tiempo mendigaba en las iglesias y en los mercados céntricos de Ambato, pues la agricultura no era rentable en las tierras áridas de los llanos del cantón Pelilleo.

Menos aún  cuando su padre perdió la visión por causa de un envenenamiento con alcohol metílico que lo mantuvo por un tiempo al borde del suicidio, pero que terminó con una resignación casi religiosa que no lo ha apartado totalmente de las siembras.

Al recordar esos momentos, Jorge Caisabanda baja la mirada y respira hondo para que su voz no se quiebre. Las lágrimas entonces se contienen en sus ojos. Se secan.

Su identidad cultural

En su diaria forma de vestir el poncho negro es una prenda insustituible y es quizá el principal rasgo que permite identificarlo como integrante de la cultura de los Salasaca. Su pueblo.
Después de 16 años, Caisabanda muestra una estampa seria y discreta. Habla sin detalles de su precaria infancia en la comunidad Guasalata  y los inconvenientes que sorteó para ganarse una beca parcial en la exclusiva Universidad San Francisco de Quito.

De hecho, tenía 21 años en el 2006, cuando se convirtió en el primer indígena de la parroquia Salasaca en estudiar Relaciones Internacionales y Ciencias Políticas. Sus vecinos aún lo consideran un héroe o un afortunado, todo depende del ojo con que se mire su vida.

En junio próximo será su graduación y desde ya se permite soñar en grande. Desea convertirse en un consultor o un analista investigador con un cargo importante en una empresa nacional o del extranjero.
Consiguió una de las 4 becas para la universidad gracias a la Internet. Buscó su oportunidad en los ratos libres luego de esforzarse por dominar la albañilería en las islas Galápagos (Puerto Ayora), donde se estableció por un tiempo tan pronto hubo concluído el bachillerato en el colegio Guayaquil, en la capital tungurahuense.

Desde finales de los 80, el archipiélago se transformó en una suerte de colonia Salasaca, alimentada por una desesperada migración indígena que partía del continente atraída el comentario, no del todo incierto, de ganar el doble en la construcción.

Caisabanda asegura que hay 5.000 coterráneos suyos viviendo allá y 1.500 ya tienen los papeles legales en regla.

Ellos, además de la construcción, abrieron negocios como tiendas de comestibles, talleres artesanales, casas renteras, servicios de transporte y 5 cooperativas de ahorro y crédito, cuyas sedes principales, por supuesto, se hallan en Salasaca y en Ambato, esta última considerada la ciudad que lidera el comercio en la región Sierra centro.

Los testimonios

Sebastián Masaquiza, jefe de agencia de la cooperativa Mushuc Ñan, define a Jorge como un emprendedor que siempre se esforzó por salir del promedio y que todavía tiene mucho que ofrecer a su gente. “Es un gran referente para los jóvenes y ojalá todos pudieran lograr lo que él consiguió con perseverancia y privaciones continuas”.

En ese contexto, Caisabanda dejó Galápagos en 2007 y brevemente pasó por Salasaca para recibir el entrañable abrazo de su padre no vidente (Eugenio Caisabanda Toainga) y la bendición sencilla de su madre (Emilia Caisabanda Moreta) que nunca aprendió a leer y escribir, pero que labra la tierra y desyerba las chacras como ninguna otra de sus vecinas.

Transcurrieron 6 años de capacitación intensa, no exenta de privaciones.
“Sabía que pasaría hambre y largas noches de lecturas para convertirse en alguien importante. Pero sus amigos lo ayudaron y le ofrecieron alimento y refugio. Todos aportamos con algo para su bienestar físico y emocional”, dice Rubelio Caisabanda, uno de sus 7 hermanos.
La prole de los Caisabanda está formada por 3 mujeres y 4 hombres.

Todos están ligados al comercio, la agricultura, los estudios secundarios y los telares, una de las principales actividades económicas que los más de 14.000 habitantes alternan en Salasaca con tiendas, restaurantes, farmacias y pequeñas ferias de artesanías —que todavía dista en importancia de la que se realiza los sábados en el cantón Otavalo de la provincia de Imbabura—.

Cada vez que retornaba a la capital, luego de pasar unos días en su parroquia natal, Caisabanda se esforzaba por hallar la forma de ayudar a los infantes de su pueblo ubicado a 20 minutos de Ambato.
Con 7 indígenas más, todos compañeros de universidad, planificó charlas motivacionales para alentar a los niños de Manzanapamba Chico, una de las 18 comunidades que integran la parroquia Salasaca, que hace 20 años gozó de la época dorada de los tapices tejidos con la na de oveja y con tinturas naturales extraídas del cerro sagrado Teligote. Una bonanza que se malogró tras el feriado bancario de 1999 y que perjudicó a miles de personas en diversas provincias del país.
Hablar con los infantes le resulta sencillo a Caisabanda, pues el lenguaje que utiliza no es complicado.

Expresa sus ideas con claridad y las hace interesantes con sus vivencias cotidianas que no siempre fueron agradables.
Los nuevos proyectos

Hoy, Caisabanda gestiona la ejecución de una campaña odontológica para atender a 180 escolares de 5 establecimientos rurales con el apoyo del Proyecto de USFQ-Odontología para el área rural de la Escuela de Odontología de la Universidad San Francisco.

Profesores y estudiantes de último año de esta carrera concurrirán a Salasaca para ofrecer atención gratuita y dar consejos de salud bucal a padres y niños.
Las sesiones se realizarán el lunes 28 de abril de 08:00 a 13:00 y de 14:00 a 16:30 y, el martes, 29 de abril de 08:00 a 13:00.

Estudios complementarios

En Boston y Florida, en los Estados Unidos, Caisabanda permaneció un año para dominar el inglés. Al recordar esto no puede evitar que una sonrisa se dibuje en su rostro porque recuerda cuando de niño apenas hablaba el quichua y ahora domina 3 idiomas.

En la actualidad, se siente preparado para enfrentar cualquier batalla para seguir a flote con sus ideales de ayuda social.

En su mente todavía están presentes las conversaciones de su abuela. Ella le contaba que hace 50 años, el segregacionismo en el Ecuador no le permitía viajar sentada en un bus con la gente mestiza. Siempre debía ceder el asiento.

Tampoco podía dar la mano a ‘un blanco’. Y si lo hacía debía envolverse la extremidad con su anaco.
“Me duele la discriminación que persiste  contra nuestros pueblos en la salud, la educación y en la falta de oportunidades para salir de la marginalidad”.

La pobreza es una virtud cuando te obliga a aguzar el ingenio para superar tus limitaciones físicas y vencer los temores y complejos. La educaicón debería volvernos más humanos y hacia allá debemos dirigir nuestro esfuerzo”, dice Caisabanda.

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