Publicidad

Ecuador, 22 de Septiembre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

Gerardo y William ‘amasaron’ una pizzería de la nada

Garcés y Pandi (derecha) saben de cocina y de admnistración, dos cualidades que les ayudaron a abrir este negocio y a planear la apertura de otro local en la capital de Cotopaxi.
Garcés y Pandi (derecha) saben de cocina y de admnistración, dos cualidades que les ayudaron a abrir este negocio y a planear la apertura de otro local en la capital de Cotopaxi.
17 de febrero de 2014 - 00:00

¿Cómo se inicia  una microempresa mientras eres mesero, trabajas hasta  14 horas al día y no cuentas con un fondo de  ahorros?    

Esta pregunta se formulaban continuamente Gerardo Pandi y William Garcés, mientras preparaban las mesas y servían los platillos   en un céntrico restaurante de comida italiana en Ambato.

La vida los hizo coincidir en tres  circunstancias:  edad (30 años), el empleo y sus metas individuales.  Ambos hicieron suya la palabra emprendedor, pues aplicaron decisión e iniciativa.

Garcés y Pandi se conocieron en la capital provincial por trabajo, el primero es oriundo de Santo Domingo y el segundo es de la parroquia Pilahuín. Ahora son propietarios de   la pizzería ‘Al Forno de Oro’, ubicada en la zona alta de Ambato, a un costado de la avenida Atahualpa.

Este negocio es el resultado de la decisión más arriesgada que han realizado en toda su vida y que los convirtió en socios y accionistas.

Hace cinco años, su amistad empezó en un bufé donde aprendieron y conocieron la técnica, procedimiento, ingredientes, sabores, aromas y características del arte culinario del país mediterráneo. Las funciones que ejercían en dicho local iban desde las tareas de un cocinero, hasta la forma de presentarse ante el cliente y servir  la mesa.
Los conocimientos y saberes adquiridos durante los tres años que laboraron en ese  restaurante les han servido para poder manejar su negocio, ya que lo califican de “esencial”, sin dejar de lado la dedicación, responsabilidad y amor al trabajo que heredaron de sus   hogares.

“Los conocí en ese negocio y me agradaba su forma de pensar. Una vez les sugerí que se reunieran y que se visualizaran como propietarios de una empresa igual o mejor a la que trabajaban. Tiempo después les perdí la pista y este año volví a reencontrarlos como dueños”, cuenta Byron Calderón, ingeniero electrónico e inversionista.

Pero empezar no fue fácil. Garcés tuvo que  vender su vehículo Corsa Wind tres puertas y una computadora portátil. Con eso consiguió un capital de  8.000 dólares.
Por su parte, Pandi  realizó un préstamo  bancario muy a su pesar. “Provengo de un hogar netamente de agricultores, independientes, y que nunca necesitamos de créditos”.

El haber crecido junto a cultivos de tomate, lechuga, papa, maíz, ajo y perejil, todos ingredientes de la cocina mediterránea, convirtió a Pandi   en un experto chef y hábil ayudante de cocina. Prepara una  ensalada césar en un minuto y medio.     

El ambiente del restaurante, aunque algo estrecho,  es acogedor desde el ingreso. Luego de trasponer la entrada, la bulla del intenso tráfico vehicular se mitiga y el cliente se siente acogido por los meseros que visten impecables chalecos, corbatines y camisas blancas de manga larga.  
Lo llamativo es un  horno manufacturado con ladrillo grande y a la vista. Allí se prepara aproximadamente 50 pizzas diarias de  lunes a viernes de 14:00 a 22:00.

Una vez en la mesa, los convidados tienen la oportunidad de elegir entre más de 20 platos diferentes: pizzas, pastas, carnes, parrilladas, ensaladas, vinos y sangrías ecuatorianas e italianas.
Pese a que ninguno de los dos posee un título de chef profesional, no descartan la posibilidad de iniciar  estudios. Lo harán porque, por sobre todo, quieren  dar el ejemplo a sus hijos.

William y Gerardo tienen tres y cuatro hijos, respectivamente, están casados y residen en Ambato.
Ambos emprendedores desean que su prole  herede el gusto por la cocina. Llegaron a este posición luego de  empuñar brochas como pintores, constructores, agricultores y demás labores de campo.
Los colores de la bandera italiana (rojo, blanco y verde) significan mucho para ellos.   Es una suerte de cábala.

El estandarte adorna una de las paredes principales. El ambiente romántico del local (a media luz),  las paredes de color rojo pasión y velas y las botellas de vino en cada una de las 12 mesas se complementan con videos musicales de Franco Simone, Matia Bazar, Humberto Tozzi y Al Bano y Romina, todos  italianos que tuvieron su época dorada  en los  70.

Lissette Robalino, cliente habitual, cree  que lo que la hace volver  es la conjunción de aspectos tan importantes como el sabor de la comida, la excelente atención, el clima agradable, los  precios y el calorcito que emana el horno de leña.
Garcés cuida de los detalles administrativos, mientras que su colega dirige la cocina.
Por eso,  junto al horno siempre hay leña de eucalipto que él mismo  trae del cantón Pelileo, el lugar de residencia de sus padres.

El precio a pagar por dos pizzas personales, más un vaso de vino tinto bordea los 13 dólares.
Por esta razón, el lugar fue uno de los más visitados durante el pasado 14 de febrero. Ese día, los propietarios del local registraron el arribo de  100 parejas que degustaron un variado y completo menú, con exquisitos platos como espaguetis a la bolognesa, canelones, raviolis, carnes, asados y pizzas de todo tipo.

Una de las preferidas es la pizza cuatro estaciones que lleva tomate, aceitunas, salami, pimienta, queso mozzarella y hongos. Otros de los platos que más se venden en ese lugar son los espaguetis a la bolognesa, carbonara y con el denominado ‘fruti de mari’.
“Hablar con los dos propietarios es fácil porque son gente sencilla. Se trata de dos hombres que se cansaron de soñar mientras acomodaban mesas en un negocio ajeno y decidieron poner acción a sus deseos”, explica Elizabeth Cruz, cliente. Garcés recuerda los días que casi no dormía para arreglar el local, mientras acudía a su empleo.

La casa donde ahora está el negocio es antigua y tiene ese toque de antaño que aporta calidez. Pero por esa misma razón, tuvieron que remozarla casi de la ruina.
La hechura del horno es una historia aparte. El maestro albañil que lo hizo solo empleó barro tratado, ladrillo y mucha ayuda de la gravedad.

“En muchas ocasiones llegábamos tarde a nuestro empleo y nos reprendían por ello. Creían que éramos irresponsables y no imaginaban que veníamos de  nuestro sueño. De cuidar los detalles, las mesas, sillas y colores de pintura. Una vez, incluso me despidieron, pero yo me esforcé por volver y luego renuncié porque me merecía salir por la puerta grande”, recuerda Garcés.

Este año planean abrir una sucursal en Latacunga. En este nuevo negocio aplicarán la máxima japonesa: imitar, igualar y superar. Así como lo han hecho hasta ahora.
Pese a que de vez en cuando se dan tiempo para disfrutar de exquisiteces como espaguetis, canelones y ensaladas italianas, dicen no haber perdido el gusto por la cocina ecuatoriana, especialmente por los  platos que contengan mote, maíz tostado y carne de cuy o de conejo.

Tanto Garcés como Pandi gustan de las cosas simples de la vida, las zonas rurales alejadas del estrés y de los embotellamientos. Por eso, el primero vive en Totoras y el otro en Pilahuín. Pandi se siente una excepción en su entorno social, pues la mayoría de sus vecinos y familiares han incursionado en las finanzas y las cooperativas. “Yo soy feliz con lo poco que tengo y lo mucho que hago cada día por los demás”.

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media