Debemos tener explicaciones para informar por qué tenemos pueblos con el nombre de La Concordia por la región litoral
Explicar la identidad ecuatoriana requiere de respuestas claras
Un ecuatoriano medianamente ilustrado deberá saber por qué nos identificamos como ecuatorianos.
¿De dónde viene la palabra Quito, Guayaquil, Cuenca, Ambato, Guaranda o Tulcán? ¿Qué palabra es Pichincha, Tungurahua, Chimborazo, Cotopaxi, Imbabura?
¿Por qué los waorani son aucas, desde cuándo están juntos Los Amantes de Sumpa? También deben tener explicaciones claras, ayudadas por la sociolingüística, para que argumente con fundamentos, ¿por qué Quito es San Francisco de Quito?
Así como las razones para que de la denominación ya acostumbrada por décadas para Santo Domingo de los Colorados, desde que se hizo provincia, pasamos a la redenominación de Santo Domingo de los Tsáchilas.
¿Por qué un pueblo que se llamó La Boca de los Sapos, pasó a ser el pueblo de El Triunfo, Milagro o del Empalme? ¿Qué razones hay para que se haya llamado Montecristi al punto de apoyo terrígeno natalicio de Alfaro, para que desde allí se haya lanzado una nueva Constitución de la República (la última hasta ahora, pero que esperamos sea duradera)?
¿Por qué habrá un río Machángara en Quito y otro de similar nombre en Azuay?, ¿por qué en Riobamba hay una Loma de Quito como uno de los barrios con monumentos cívico-arquitectónicos?
Las preguntas quiero seguirlas apuntando para generar inquietudes en los investigadores, puesto que vivimos enredados en tantas equivocaciones, absurdos y mitos, como dije al principio.
Saber por ejemplo que los picachos del nevado Altar en Chimborazo fueron antes conocidos como el Cápac-urcu, o también con la denominación de Collay, según 3 instancias de dominio que evidencia la lingüística: español, quichua y aymara.
¿Por qué en algunas crónicas coloniales se lee el nombre del Carihuairazo, como cargua-razu (nieve semi-dura), o cari- huaira-razu (macho-viento-nieve)?
¿Por qué el Chimborazo en algunos escritos coloniales es llamado sencillamente urcu-razu, con palabra de categoría de sustantivo común: cerro de nieve?
¿Por qué explicamos que Tungurahua significa infierno, no se sabe en qué lengua, cuando los indígenas todavía no sabían que era el lugar del fuego eterno, según los posteriores cristianos?
¿Por qué se habrán perdido los nombres en palabra vernácula de los ríos de Jambato, igual que no sabemos las palabras con que cada cultura denominaba al río de las Amazonas? ¿Qué nombre tuvo y en qué lengua el río de las Esmeraldas? ¿Qué denominación tendría el río, que ahora conocemos como, Jubones?
No nos sirve, o mejor dicho, nos sirve muy poco un diccionario etimológico, en el que las imprecisiones abundan. ¿Por qué hay culturas indígenas a las que se las ha denominado Pantsaleos, Puruguayes o Puruháes, Salasacas, Saraguros, Atis, Shuaras, Secoyas, Aucas? ¿Por qué no nos inmutamos frente a la denominación de Yaguar-cocha? Me anticipo en decir que muchas de las denominaciones son exógenas a su lengua y a su cultura. Se les ha puesto nombres ‘desde afuera’, utilizando en algunos casos su propia lengua para estigmatizarlos, lo que resulta un atropello. Estas son entre tantas, las madejas de los hilos atrapados en una maraña que se trata de desenredar, puesto que las noticias andan dispersas: en libros, en archivos, o en boca de eruditos, pero lejos del acceso popular.
De acuerdo con este enfoque, se trata de ‘saber’ lo que somos, lo que reflejamos de patria a través de nuestras extroversiones.
Nosotros somos el espejo en el que se reproduce una nación con su complejidad cultural. Ser ecuatoriano es una cosa y que lo vean como tal, es otra.
La identidad sentida será un aspecto totalmente diferente a los rasgos con que nos pueden mirar los extraños a nuestra manera de ser. Para que no se equivoquen en atribuirnos como ecuatorianidad cosas erróneas, primero debemos tener total convencimiento de nuestras caracterizaciones.
Reflexiones de Adoum
Jorge Enrique Adoum, (Ambato 1926 – Quito 2009), dijo: “La ecuatorianidad existe en un país heterogéneo”.
Aquí hay que redefinir el significante ecuatorianidad para enfocar posibles significaciones. Podemos preguntar qué es quiteñidad, guayaquileñidad, cuencanidad o morlaquía, riobambeñidad o lojanidad, la galapagueñidad, y luego hacer una suma icónica con denominativos culturales comunes, para acomodarnos a la ansiada identidad oculta.
La ecuatorianidad nos viene desde un concepto político, se deriva de la delimitación geográfica que abarca el Estado al que le dieron un nombre: Ecuador.
La ‘quiteñidad o la morlaquía’ son más bien conceptos culturales, inmersos en las cápsulas de los Estados. Estos conceptos muchas veces desbordan fronteras llamadas nacionales (donde habitan nacionalidades) como el caso cultural de los pastusos que los hay colombianos y ecuatorianos.
O de la cultura Shuar que ahora, después de las guerras fabricadas por las repúblicas, tiene shuaras ecuatorianos y shuaras peruanos, por poner 2 ejemplos.
Entonces podemos decir que habrá 2 concepciones de identidad nacional: una cultural y otra cívico-patriótica.
En la identidad cultural de la morlaquía está la tradición gastronómica del mote, la marca lingüística de la variante tonal-dialectal con que hablan el español, su gusto arquitectónico para construir sus viviendas entejadas, su modo de vestir con ‘macanas’ las mujeres.
Las identidades cívico-patrióticas son paraguas fabricados con leyes y decretos que se convierten en identidades simbólicas, en cambio, son gestadas por intereses extraculturales, derivados de disposiciones y de intereses variados.
Por ejemplo, las necesidades identitarias de cobijarse con una bandera nacional, provincial, cantonal o institucional; de cantar un mismo himno, de vestir un uniforme, de simpatizar con un equipo de fútbol: la tri(color), cuando representa a la nación o a equipos que acarrean fanatismos.