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El Telégrafo
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2 etnias de la sierra basan su vestimenta en costumbres funerarias

En época colonial, el color negro expresaba algo más que la tristeza del duelo

En época colonial, el color negro expresaba algo más que la tristeza del duelo
09 de agosto de 2015 - 00:00 - Pedro Reino Garcés, historiador/cronista oficial de Ambato

El luto empezó en América con los melodramas de la obediencia. En el siglo XVII, el negro no solo hacía alusión al dolor que sentían los terratenientes, burócratas, clérigos y demás afines a la monarquía por la muerte del Rey sino que además era el color perfecto para ostentar jerarquía, poder y riqueza.

Sobre todo en los virreinatos de América donde los poderosos hasta se ponían generosos con la plebe regalándoles prendas oscuras.

Esto con el fin de que las clases menores ‘compartan’ un luto hipócrita y manipulatorio que tenía las 2 caras indisolubles: el sentimiento del vacío que dejaba el soberano muerto y la alegría de contar con alguien que asuma el mando.

“Las exequias reales, la proclamación del rey y el poder real”, es uno de los interesantísimos capítulos escritos por la investigadora Alejandra Osorio, quien ha hurgado archivos españoles, norteamericanos, peruanos, mexicanos y chilenos, de donde comparto este fragmento que encontré en Colombia.

El escrito señala que en Lima un calendario ceremonial del siglo XVII aseguraba que al año se celebraban al menos 300 fiestas, y que las exequias reales y la proclamación de rey fueron 2 de los ritos más majestuosos y costosos de la época, celebrados en la ciudad virreinal.

Luto y regocijo

Dichas celebraciones tenían lugar no solo en los centros urbanos sino también en otros espacios tan amplios de sus territorios, eventos que llegaban a durar más de 6 meses.

“Los ricos desplegaban sus poderes a través de dichas fiestas. Estas ceremonias estaban diseñadas para demostrar la pena y el dolor provocados por el deceso de un rey así como la alegría de tener un sucesor. La magnificencia desplegada por los vasallos del monarca en sus vestuarios y contribuciones para la decoración de la ciudad en estas ocasiones, constituyó un reflejo directo del grado de lealtad a la Corona”, señala el texto.

La lectura continúa explicando que en Madrid el cuerpo del rey muerto se exhibía vestido de negro por varios días, “mientras que en ciudades de su imperio el velorio era representado por una urna cubierta de lujosas telas que simbolizaban las cenizas de su cuerpo. Su espíritu se encontraba omnipresente en las pinturas y en los artefactos que decoraban su catafalco”.

Ritos funerarios en América

Comenta la autora que aquellos que recibían mayores beneficios de Dios y del rey realizarían mayores demostraciones de dolor y de alegría.

Se supone que como no podían ponerse a llorar a gritos para que oyera la pena al otro lado del océano, en España, se inventaron las ostentaciones.

Estas consistían en colocar en varias partes del virreinato réplicas de las capillas ardientes con túmulos y las llamadas “lobas”, que no eran más que túnicas negras que se ponía la gente que ostentaba el luto.

No solo los burócratas se ataviaban con estas prendas sino todos los beneficiarios que habían recibido de alguna manera favores del poder real, durante el tiempo del luto.

Esto simbolizaba además obediencia y respeto hacia la clase real. Eran manifestaciones externas para que la gente se diera cuenta de que estaban vinculados a la jerarquía social imperante.

Considero que estas idioteces se siguen replicando inconscientemente hasta nuestros días, con vinculados a mentalidades coloniales que demuestran sumisión a las realezas, son signos de lealtad, más que de dolor.

Osorio manifiesta en su libro que en Lima, un 8 de octubre de 1621, a donde pertenecía la Audiencia de Quito para la época, se ordenaron cien repiques de campanas de la catedral por la muerte del Rey Felipe III.

Esto con la condición de que todas las campanas de los demás templos debían responder al toque de la iglesia mayor. Seguro dicho evento ocasionó que se paralizara la actividad urbana. Las ciudades vecinas se hacían eco del luto, pues las casas se cubrían de mantos negros.

Los edificios públicos por dentro y por fuera lucían pendones que ‘ocultaban’ la faz de la autoridad. Resulta interesante saber que estos lutos “desde 1614 eran financiados por la Corona española. Sin embargo, los oficiales, nobles y hombres importantes de la urbe imponían duelo a sus hijos y criados.

Se esperaba que los pobres de la ciudad vistieran con colores oscuros y sombrero. Dicho lo dicho, llego a entender que el luto era sinónimo de obediencia. Veamos un ejemplo de estas ceremonias que he podido investigar en el Ambato colonial.

Ejemplo local

En nuestra pequeña villa se dio un ‘pregón de obedecimiento’ por la posesión del Rey don Carlos IV en 1789.

Es de suponer que en Hambato, nombre original de la capital tungurahuense, el indio Lázaro Yancha, debió haber estado vestido con traje especial, al estilo militar, ese 26 de abril de 1789 cuando por las principales calles de la urbe fue gritando que hace un año ya se había muerto el Rey.

Don Agustín de Carrión recibió la notificación de obedecimiento por la posesión del nuevo Rey Carlos IV, por la muerte de Carlos III, en Quito el 17 de abril de 1789.

Con tremenda ‘buena’ nueva llega a Ambato y, luego de convenir con el escribano Joaquín Baca, afirma el suceso.

“Yo, el infrascrito escribano Joaquín Baca, en cumplimiento de lo mandado, publico la Real Cédula en la que hago constar el fallecimiento de don Carlos III, y a la vez el ascenso al trono del Carlos IV, a quien Dios guarde. (O)

Paralelismo con ritos funerarios de los indígenas

¿Por qué visten de negro los Salasacas y Saraguros? No es de extrañar que en estos rituales de duelo burgués y colonialista se hayan entretejido ciertos elementos de la ideología y cosmovisión aborigen.

Los incas también eran suntuosos frente a los funerales y andaban cargando a las momias de la nobleza para que presidieran, aún después de fallecidos, muchos actos llenos de solemnidades, incluso la disputa de territorios, recursos naturales y guerras.

Al igual que con las actuales fiestas de pueblo, en las que se mezclan ciertas creencias de la religión oficial, filosofía ancestral, gastronomía y otros elementos de culturas precolombinas, las costumbres funerarias occidentales del siglo XVII, y en algunos casos de épocas contemporáneas, contienen fragmentos de la ideología de decenas de tribus, pueblos y etnias que hace siglos conquistaron y arrebataron para engrandecer sus imperios.

Varios escritores españoles y occidentales han dejado testimonio de lo antes dicho en textos como ‘La mascarada del inca.

El sincretismo está vigente cuando indígenas que visten de negro, como Salasacas y Saraguros, dicen que es por la muerte de Atahualpa, el monarca hijo de sus propios ‘desarraigadores’.

Lejos de afirmar o desmentir este hecho, lo que sí está claro es que el negro ha sido, es y será usado para demostrar la tristeza, desolación, amargura y pena que deja la partida de un ser querido, ya sea por una familia o por un pueblo entero. (O)

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