La moda prevalece antes que la tradición
El uso de las alpargatas dejó de ser una costumbre
A las 07:00, el ajetreo aumenta en la calle Eugenio Espejo en el centro de Ambato.
Por allí el paso de mujeres y hombres indígenas es obligatorio, pues decenas de ellos trabajan en las cooperativas de ahorros y en los mercados Modelo, Central, Colón y Urbina y en la plaza Primero de Mayo.
Los ponchos rojos a rayas, los pantalones blancos, las camisas inmaculadas, los anacos negros, las bayetas multicolores y las blusas blancas bordadas integran la vestimenta de hombres y mujeres. Pero no todo es simétrico, la diferencia está en los pies.
La mayoría de mujeres indígenas, de los pueblos Salasaca, Chibuleo y Pilahuín, utilizan zapatos de tacón que armonizan con sus anacos largos. El uso de las alpargatas es mínimo, tal vez 3 de cada 10 las utilizan y con la variante de que se parecen más a las sandalias.
Rosa Elvira Masaquiza es comerciante de verduras. Para ella usar alpargatas es parte de su tradición y además son cómodas. “Camino mucho por las calles ofertando los productos y siento los pies ventilados, pero cuando llueve o hace frío me pongo zapatos”, dice con una sonrisa cómplice.
Teresa Guapisaca, en cambio, está convencida de que los zapatos de tacón alto complementan mejor su atuendo. “El costumbrismo de mis padres lo llevo adentro. Los zapatos brillantes combinan mejor con el anaco largo y bien ceñido con la bayeta, la blusa bordada y las wallkas delgadas. Atiendo clientes que solicitan préstamos a diario”, asegura.
En opinión de Cristóbal Caluña, educador kichwa, el uso de las alpargatas no es obligatorio y depende de la moda, del estado civil y del trabajo de las mujeres. Los hombres abandonaron su uso.
“Las alpargatas además no son de Tungurahua, sino una copia de Imbabura. Hace unos 40 años se fabricaban de cabuya, ahora las hay de lana de borrego y de alpaca también. Las fabrican todavía en pequeños talleres de Chibuleo, Pilahuín y Salasaca”, asegura Caluña. (I)