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El Telégrafo
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La playita está en el barrio penileo en la parroquia presidente urbina a una hora de ambato

El rincón donde lo ancestral atrapa a los turistas que consiguen llegar

Las piscinas se llenan con agua de vertiente que baja desde lo alto de las montañas circundantes. El calor obliga a estos niños a sumergir sus cabezas. Fotos: José Miguel Castillo/ El Telégrafo
Las piscinas se llenan con agua de vertiente que baja desde lo alto de las montañas circundantes. El calor obliga a estos niños a sumergir sus cabezas. Fotos: José Miguel Castillo/ El Telégrafo
03 de agosto de 2014 - 00:00 - Redacción Regional Centro

La Playita es un paraje rodeado de montañas a 2.360 metros de altitud. A pesar de que está a una hora de Ambato en la jurisdicción del cantón Santiago de Píllaro, su ubicación lo aísla de la ‘civilización’.

El desvío para llegar está a mano izquierda de la carretera Ambato-Píllaro. Un letrero verde indica los poblados hacia donde se introduce la vía asfaltada de doble carril: Presidente Urbina, Penileo, San Andrés y Cunchibamba.

“No se preocupen, acá deberán dejar los vehículos para empezar el descenso de 40 minutos hacia La Playita. Pueden hacerlo en un carro 4 por 4 o caminando. De cualquier modo es una aventura extrema”, advierte la guía Inés García sin abandonar su sonrisa.

Los automotores dejan el asfaltado e ingresan a un sendero estrecho por el que solo puede pasar un carro.

Édison García se une a los 7 expedicionarios ambateños que partieron de la capital tungurahuense con la idea de alojarse en el hostal La Playita, caminar por sendas poco conocidas y comer tilapia asada con arroz y ensalada.

Además, bañarse en piscinas con aguas de vertiente, saborear pastel de jícama y dormir en los ‘cuchihuasis’, una especie de pequeñas cabañas preincásicas.

Este emprendimiento turístico familiar, que empezó en 2010, se levanta en el barrio Penileo, en la parroquia Presidente Urbina. Ahí el clima es cálido y seco.

La guía local, Inés García, explica a los visitantes los pormenores de la granja experimental de productos andinos que crece en ese sitio desde el 2010.

Un descenso espectacular

El turista Vinicio Miranda mira su reloj: 09:00 del sábado 26 de julio de 2014. Mientras estaciona su camioneta roja de doble tracción, advierte a su hijo John que tenga cuidado al bajar por la pendiente.

Frente a ellos aparece un ‘chaquiñán’ de tierra, zigzagueante, son curvas pronunciadas que no observaron al llegar. “¿Cómo vamos a bajar?”, pregunta inquieta Elizabeth Jácome a los guías, preocupada más por sus hijos, Salomé de 8 años y  Alejandro de 11.

Como respuesta, el guía Édison García se sube a un Vitara con llantas anchas y ofrece llevar a una parte de los turistas. Los demás bajarán a pie. Poco después de 10 minutos, la realidad aparece tal cual es. Los precipicios son profundos, pero el Sol embellece los declives al iluminar los prados y la naturaleza multicolor.

En el fondo del valle el río Culapachán está crecido y 2 puentes peatonales se observan muy cerca de construcciones que no desentonan con el entorno silvestre. “En la tarde podremos observar la práctica del canyoning y caminar por los senderos hacia los cultivos de mandarina y de jícama (tubérculo comestible y medicinal andino)”, dice Inés García y alienta al grupo a continuar, sin abandonar su amplia sonrisa.

Otra travesía desde el hostal 

Más alegres que cansados los caminantes y quienes viajaron en el automotor, descienden al patio del hostal y se topan con 2 piscinas de piedra que se llenan con aguas claras de vertiente que bajan en cascada por un par de tubos.

Al otro lado, conectados por un sendero, están la casa principal con el techado octogonal, el amplio restaurante, las piscinas de tilapias y truchas y los ‘cuchihuasis’.

La sed se calma con generosos vasos de agua de jícama y el hambre con pastel del mismo tubérculo. Una vez repuestos, los excursionistas se preparan para emprender las caminatas. Primero llegan a los cultivos de mandarinas y llenan sus bolsillos y estómagos con el cítrico.

Después conocen más detalles de la flora que crece allí, pues no deja de sorprenderles que crezcan plantas de tabaco, algodón, guabas, guayabas, naranjillas, aguacates, etc.

Al verlos desde afuera, los ‘cuchihuasis’ aparentan ser pequeños pero por dentro son amplios. Alcanzan para alojar a 2 personas en camas de plaza y media. “Son de rápida construcción, pues se usan chaguarqueros de la cabuya, carrizo y sigse para el techado y piso de piedra laja”, explica Édison García.

Alojarse allí cuesta $ 10 por persona, incluida una comida con trucha. En la tarde, luego del almuerzo y de dormir una siesta corta en las hamacas, el grupo parte hacia los puentes sobre el Culapachán para esperar a los canyonistas.

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