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El Telégrafo
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El autor de la novela romántica maría tiene similitud con juan león mera

El manejo de la casa de Jorge Isaacs, en Palmira, un ejemplo en América Latina

Foto: cortesía Pedro Reino / El Telégrafo
Foto: cortesía Pedro Reino / El Telégrafo
26 de julio de 2015 - 00:00 - Pedro Reino Garcés, historiador/cronista oficial de Ambato

El aire del romanticismo vino a mi encuentro con una danza azucarada de cañaverales añejados.

Deambulaba por los ventanales de la casa metida en la ladera de la montaña. Árboles centenarios vigilan los pasos de los visitantes que buscan el amor de Efraín y María entre los rosales que dan preámbulo a los corredores de la casona que luce engalanada y solitaria.

Está lista para el deleite de quienes primero han recorrido las páginas de María, antes de entrar a buscarla en sus habitaciones.

También nosotros “fuimos al comedor, el cual estaba pintorescamente situado en la parte oriental de la casa. Desde él se veían las crestas desnudas de las montañas sobre el fondo azulado del cielo.

Las auras del desierto pasaban por el jardín recogiendo aromas para venir a juguetear con los rosales que nos rodeaban.

El viento voluble dejaba oír por instantes el rumor del río. Aquella naturaleza parecía ostentar toda la hermosura… para recibir a un huésped amigo”. (de la novela María)

Me imaginaba una casa gemela en Ambato, la llamada “quinta” de don Juan León Mera, también del escritor del romanticismo, inventándose una ‘Cumandá’ con su belleza salvaje y hablándonos por intermedio de selvas que primero son de palabras repletas de detalles.

También colores, humedades, fosforescencias, riachuelos, pájaros y todas las demás ternuras que en una centuria hemos ido talando y destruyendo, como gobernadores  que somos de la tierra, respaldados por títulos obtenidos en las universidades de la ignorancia y la codicia.

La casa de Jorge Isaacs es un atractivo cultural innegable y totalmente estructurado con guías, tienda de artesanías, libros del autor y hasta venta de la película María en un CD “con la presentación estelar de Taryn Power y Fernando Allende, bajo la dirección de Tito Davison.

Son artistas de renombre internacional que utilizando los mismos espacios de la descripción hecha por el autor, nos ofrecen un producto cultural que da la medida de lo que a un país le importa la cultura y sus escritores.

Quisiera ponerme a contrastar con nuestras quintas de escritores ambateños con que nos presentamos en afiches y en guías de turismo, pero estamos bastante lejos en las comparaciones y es un desperdicio de palabras.

Ahora más que nunca en Ambato, hablar de sugerencias a funcionarios que tienen listo ese letrero de respuesta: “Perdonen pero soy olmo”. Luego de que nos ofrecen gratuitamente un tintico, un bocadito de arequipe sabor a leche campestre, o un aguardientico, nos involucramos en el recorrido tras las huellas dejadas por el escritor en su hermosísima casa de hacienda.

Los jardines amontonados de una paz de todos los colores, las habitaciones con sus almas quietas esperándonos con unos ojos invisibles, los jarrones reposando una siesta de centurias, las camas como altares testimoniando el oficio de la vida y de la muerte, las mesas de maderas profundas esperando quizá que antiguas manos vuelvan a las caricias de los días; las puertas interiores de un cuarto a otro, abiertas, hablándonos de una intercomunicación de padres a hijos.

Cosa que ahora ya no está en la mente de la arquitectura ni en los deseos de la familia. Cerca de la cocina, por una cuneta de piedras corre una acequia diminuta cantándole a las ollas que están dormidas para siempre sobre el fogón de leña. Hay tanto ingenio para que la candela salte a un primer fogón, se meta a una caverna de calentamientos, o pase a un horno donde se vuelven cóncavos todos los olores y los sabores de una edad perdida.

Bajo una centenaria acacia que ofrece sus raíces protuberantes, están sentados decenas de jóvenes y niños con sus padres y demás familiares. Antes de entrar al recorrido por las habitaciones, dice una muchacha que hace de guía, utilizando un amplificador de voz, “vamos a recibir el saludo de un escritor que ha venido de Ecuador”.

El micrófono en mis manos es un puente para las mismas palabras con que nos entendemos por encima de las fronteras inventadas sin nuestros consentimientos para generar civismos divergentes.

El aire se llena de imágenes de poesía sobre Chía y la luna roturada por Jiménez de Quezada, y los aplausos de cientos de manos inocentes se pierden junto al aleteo de los pájaros que huyen por las enramadas tropicales.

Jorge Ricardo Isaacs Ferrer se registra como  nacido en Cali el 1 de abril de 1837. Es cinco años menor a Juan León Mera (1832).

Isaacs muere de 58 años y Mera de 62. Estos personajes llevan vidas paralelas en la literatura y en la política. Isaacs tuvo la experiencia de alternar la pluma con los fusiles puesto vivió la época de guerras civiles donde los fanáticos tomaron partido de unos contra otros caudillos. De rojos contra azules, de negros contra verdes, como cosa propia, sin darse cuenta que a  la larga, solo queda el beneficio para las cúpulas que son las manipuladoras.

¿Quién sabe por qué razones, o porqué en esos tiempos aquello de las ideologías había nacido del mismo tronco colonial?  A este escritor se le critica de haberse pasado de un bando a otro en asuntos de política.

Su padre fue dueño de haciendas como La Rita y La Manuelita, que las heredó. Sin embargo, para poder publicar sus libros de versos y su novela tuvo dificultades, como ahora, porque nunca van a comprender los políticos, que midiendo las consecuencias y los resultados de los escritores, los beneficiarios asomarán una centuria después. (O)

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