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Ecuador, 08 de Febrero de 2025
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El Telégrafo

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El ‘diablo’ camina libre por las vías en los carnavales

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En los presentes tiempos, borgianos, a este personaje no le hemos dado la importancia que tiene. Hasta pasa desapercibido y normal entre nosotros. Nos habita, nos fabrica el caos para hacernos entender que las cosas no andan bien ni en el infierno, que antes era reducto de almas de gente alegre, totalmente contraria a las almas  que preferían vagar por las estrellas.

El diablo se cree dueño de todo lo que  avanza, de pueblos y ciudades, de casas, de iglesias, de calles, de plazas. Todo lo que da plata es suyo. No importan dónde haya sido su lugar de nacimiento ni su edad. Vive su tiempo latente de la adulación que sostiene su permanencia. Tiene la ventaja de ser apátrida y acrónico.

Le gustan los reinados y las coronas porque sabe que la belleza está en el cuerpo y no en el alma, que la verdad está en lo que dice y no en lo que practica, que la honestidad es palabra de rufianes y chantajistas que le dañan el hígado. Ejecuta lo que cree justo para su imperio y se apodera de los palacios de cristal para sentirse importante, radiante, sobre todo si es visitado por jerarcas que discuten altos conceptos carnavalescos para gente necesitada de circo, distracción y otras planificaciones de la felicidad terrena.

El diablo es un pololo que de todo se enamora, por todo se derrite. Su infierno es de puertas abiertas;  pero en carnaval tiene agenda colmada y no acepta audiencias de almas en crisis que se creen con derecho a beneficiarse del infierno.

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