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El caballo y sus intrincadas significaciones en Ambato

En el sentido endógeno para el conquistador, el caballo era el referente de la hidalguía. Hay una resemantización porque los villanos de España se volvieron sorpresivamente caballeros en América. Foto: ROBERTO CHAVEZ |  El Telégrafo
En el sentido endógeno para el conquistador, el caballo era el referente de la hidalguía. Hay una resemantización porque los villanos de España se volvieron sorpresivamente caballeros en América. Foto: ROBERTO CHAVEZ | El Telégrafo
16 de marzo de 2014 - 00:00

El caballo ingresa al imaginario indígena  como concepción mítica en el sentido de verdad a medias. Se ha dicho que los indios habrían pensado en que se bifurcaba el cuerpo del conquistador.
¿Es inteligente a medias el caballo y el amo?, ¿solo obedece al amo?  El mito sobre el caballo es una constante alimentada por los historiadores en sentido sintagmático y paradigmático.

El mito sobre el caballo y el jinete es el arranque de esa idea difundida de la ‘torpeza’ indígena. La historiografía como textualización lingüística alimenta el ideologema de la bifurcación milagrosa de los conquistadores cabalgantes: el Dios se separa de la bestia para que el indio ingenuo quede absorto.

La falacia acuñada por los historiadores sigue rodando a pesar de ejemplos concretos e inmediatos de que los nativos ya se habrían dado cuenta de que los caballos comían yerba, cagaban verde,  no dormían en camas y relinchaban cuando les espoleaban en sus panzas en los primerísimos días de la conquista.

La des-semantización temprana del mito del caballo semidios, la encontramos en el calificativo de ‘caballo’ que se aplicaba sobre todo a los negros a inicios del esclavismo: “caballo”, “bruto”, “animal”, son afirmaciones que perduran. Otra de las des-semantizaciones lugareñas recopiladas en Tungurahua y que pervivieron hasta mediados del siglo XX es aquella que decía: “Orejón, patón y mudo / caballero seguro”. La semántica apunta a significantes físicos y al contenido psíquico del lento de pensamiento, antes que al que no tiene el don de la palabra.

En el sentido endógeno para el conquistador, el caballo era el referente de la hidalguía.
Hay una resemantización porque los villanos de España se volvieron sorpresivamente caballeros en América, al estilo de la constante que difundieron los libros de caballería en la época precedente a la conquista.

El indio aprende a tratar de ‘caballero’ al amo aunque no tenga caballo. Y también hay ‘caballeras’ que esponjan el ego cuando los sometidos imploran sus favores.

El caballero axiológico es el que está o se siente arriba, subido sobre una bestia. Viaja y no se cansa. La bestia le obedece.

El caballero es el que pone freno y fuetea con la rienda. Entra a la iglesia con el caballo incluido  y el cura no le dice nada. Descuartiza a los indios con los potros y se burla de los débiles.

El concepto ‘espiritual’ del caballero con dones de calidad humana es un referente restringido a  especialistas. El  caballo es un sinónimo del poder, es un ícono de la conquista. El relincho es una carcajada de triunfo. El caballo difícilmente pierde en una contienda, frente a un llamingo en el que montaba el indio.

¿El indio quiere hacerse caballero? No le interesa. Está hecho el caballero, se lo ridiculiza cuando en las textualizaciones endógenas miran comportamientos de rechazo a las costumbres nativas.
El indio cuando logra cabalgar no quiere volverse caballero. El lenguaje se ha vuelto añicos, la formalización semántica no funciona; la transcodificación evidencia su rompimiento.

La colonia también hizo funcionar el caballo-moneda y el burro-moneda. Con el caballo, Humberto Triana y Antorveza en el Léxico para la Historia del Negro en América explica que el caballo fue empleado “como moneda para comprar esclavos en África”.

Según una noticia extraída por la Unesco, “un jefe africano dio cien esclavos y cien tachas por un caballo. En tiempos de Enrique el Navegante, se compraban 15 negros por un caballo”.
Se prefería usar la moneda-caballo tan solo para comprar negros; pero de lo que se sabe, no para comprar indios.

En Quito, para referirnos a Ecuador, un asno era adquirido a cambio de seis indios que en épocas caras llegaron a valer a 50 pesos.
Una mula valía entre 300 y 500 pesos y se prefería cambiar por una negra paridora. Las indias no eran negociables.

Sobre el sentido sexual, el caballo es una metáfora de un encimarse del caballero sobre las hembras. Montar es un verbo que en el español coloquial alude a la cópula. El caballero monta abriendo las piernas.

A las mujeres de la colonia no se las aceptaba que cabalgaran como los hombres. Para ellas se llamaba “gancho” su silla de cabalgar de lado, con demasiado equilibrio.
 Por eso, el desafío que hizo a la época, Manuela Sáenz representa el contrasentido. La mujer que cabalga debe hacerlo con las piernas cerradas para evitar el escándalo sexual.  

En la colonia  la enjoyaba de tal manera en nuestro medio que rivalizaba con las damas. La silla de montar del primer Alcalde Provincial de Ambato, don Joseph Matías de Villalba fue una silla polaca chapada de plata con sus estribos de bronce.
La silla y aperos de uno de los más pudientes ambateños de la segunda mitad de los años 1.700, don Phelipe del Castillo era “su silla jerónima, chapada de plata, con su estribera forrada de chapas de cobre y piecitas de plata”.

Cuando aprieta la rienda, su yegua tordilla preferida, luce freno de plata con quijadera de chispitas de diamantes. La jáquima con su argolla y hebilla de plata.
Las espuelas de plata con incrustaciones de piedrecillas de joyas  Su mula también tiene joyas para lucir en la comarca”.

Mario Cicala en 1771,  cuando escribe  sobre la conducta de los ambateños que despecharon a los sacerdotes de su asiento, explica “pues no pocas veces, les expulsaron de Ambato haciéndoles cabalgar en un asno, o en un caballo viejo con sillas descosidas”.

Desde luego que habrán sido los españoles radicados en Ambato, migrantes que tenían el ideologema de lo vergonzante que era cabalgar asnos o caballos viejos.

“Pedro de Alvarado se asoma a  Llugllug-pungo. Monta una bestia que vomita un relincho del infierno.  Sacude su capa y caen  algunas Leyendas de Guatemala.   Pensando en que alguien se le puede adelantar, arremete con unos clavos en la panza de su duplicado cuerpo, y llega a todo tropel a Pasa-pungu. Y grita y relincha: yo soy el adelantado, toda esta tierra es mía”.

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