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El Telégrafo
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En todo caso ya se fueron los despóticos administradores peninsulares

¿Cuántos siglos durará nuestra celebración por la independencia de España?

¿En qué colonizadores modernos caímos ahora? No hace falta la presencia física de las potencias. Foto: Álvaro Pérez / El Telégrafo
¿En qué colonizadores modernos caímos ahora? No hace falta la presencia física de las potencias. Foto: Álvaro Pérez / El Telégrafo
02 de agosto de 2015 - 00:00

Con repúblicas estructuradas, había y hay que generar símbolos, posicionar hitos heroicos, rememorar batallas, abrir la galería de héroes, fundamentar la historia, privilegiar a los notables, garantizar los mitos, a más de ocuparse de la buena administración de los Estados.

Cada año, con más o menos entusiasmo, nuestra constante cívica entra hasta en una especie de competencia internacional por desplegar originalidad y pionerismo en el orgullo nacional para que el civismo sea apetecible a las nuevas generaciones.

Caso contrario, se corre el riesgo de que se convierta en un plato repetitivo de un menú que quita el apetito en las mesas de la celebración.

¿Cuántos siglos irá a durar la celebración de nuestra independencia de España? ¿Será como cantar un himno nacional contra el monstruo sangriento en la elección de una reina de pueblo, en la inauguración de una carretera o en la sesión solemne (que se dice) de las asociaciones de jubilados?

¿Tenemos miedo de volver a la colonia española? En todo caso ya se fueron los despóticos administradores peninsulares que ejecutaban la tiranía de sus leyes.

España siempre estaba muy ocupada en las guerras y en los asuntos propios de un imperio estructurado para derramamientos de sangre y carnicerías que daban fama a las monarquías. Las Indias le daban la plata a cambio del olvido.

Sin plata y sin colonias, España quedó como el país más atrasado de Europa. La idea de independizarnos surgió de las élites cultas y románticas que cobraron amor propio por sus espacios geográficos.

Los más ricos se hicieron los más cultos y querendones de sus terruños: Bolívar es el máximo ejemplo de ello. En nuestro medio, todos los de la Junta de Quito, condes y marqueses se pusieron al frente y hasta terminaron en la cárcel.

Fueron víctimas de crueles persecuciones y asesinatos ordenados por sus propios parientes y colaboradores de funciones que compartían en la administración colonial. Nótese sin embargo que muchos pelucones se ‘escaparon’ de la cárcel.

¿En manos de qué colonizadores modernos hemos caído ahora? Ya no hace falta la presencia física de las potencias. Las colonias modernas se manejan desde planificaciones transnacionales.

¿En qué medida somos dueños de nuestras soberanías? Pues no se trata tan solo de lo territorial, sino de la alimentaria, salud, política, económica, tecnológica, científica, comunicacional, cultural, etc.

Mirando así las cosas, ¿quiénes están nuevamente maduros para sostener y ejecutar una segunda independencia? Tampoco son tiempos de enfrentarse con cañones ni caballos. ¿Cuántos misiles tenemos? Debemos tener claridad de ideas, dignidad y altivez.

Las élites que heredaron el poder luego de la instauración de las repúblicas, a mi entender, se han quedado obsoletas, retardadas, marmolizadas y mitificadas.

Los nuevos ricos son los que menos están preparados ideológicamente ni cívicamente para llevar adelante un nuevo proceso.

Están muy cómodos con sus capitales, sus paseos, sus residencias, sus pasaportes, su antinacionalismo pragmático. En los nuevos imperios los acogen, les permiten disfrutar de fortunas, de seguridad, de tecnología, de arte ajeno, de confort, de inmunidad…

¿Qué héroes tiene en perspectiva esta gente? ¿Qué son las patrias para esta gente? Y para poner en claro las letanías de estas anticuadas y desfocalizadas celebraciones del pasado, ¿acaso no son ellos mismos quienes las impulsan?

¿Acaso no se trata de desviar la atención? Estas élites de poder no tienen perspectivas siquiera de algún heroísmo actualizado.

Entre ellos no se avizora siquiera, un liderazgo de autoestima independentista, opositor a los nuevos colonialismos. Por el contrario, arman el caos y la confusión y proclaman la vigencia de las injusticias y de las inequidades.

Refresquemos los nombres de alguna gente relacionada con los sucesos del 10 de Agosto de 1809 y del 2 de Agosto de 1810, llamados del Primer Grito de Independencia que fue el pretexto para evidenciar los resentimientos entre funcionarios que servían a la Real audiencia, así como de sucesos posteriores.

Manuel Larrea y Jijón, nacido en Ibarra, era el primer Marqués de San José y Vizconde de Casa Larrea, fue Miembro de la Junta de Gobierno de 1809.

Fue el más acaudalado terrateniente de la época que llegó a tener más de 40 haciendas en la serranía ecuatoriana.

Estudió en España en el Colegio de Nobles de Sevilla. Su mujer, doña Rosa Carrión y Velasco, nacida en Quito, fue considerada ‘hija’, (puesto que fue sobrina huérfana) de los Marqueses de Miraflores.

Jacinto Sánchez de Orellana y Chiriboga-Daza, se inscribe como “noble y político ilustrado quiteño, Miembro de la Casa de Sánchez de Orellana, fue el II Marqués de la Villa de Orellana.

Fue además miembro de la Segunda Junta de Gobierno de Quito, en 1810, y representante de la alta nobleza en el Supremo Congreso del Estado de Quito entre 1811 y 1812. Sus haciendas son el respaldo a su poder.

Carlos Montúfar llegó a Quito para apaciguar los hechos del 10 de Agosto, pero curiosamente, decidió convocar a una nueva Junta, dice la historia, formándose un triunvirato integrado por Ruiz de Castilla, el obispo Cuero y Caicedo y él mismo.

Esta Junta superior de Gobierno estructuró los 3 poderes que todavía subsisten en la actualidad: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. (O)

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