Quito se destacó por esta costumbre desde los tiempos de la vida colonial
'Cargar la cruz' es una expresión nacional con muchas connotaciones históricas
Seguro que hay muchas formas de cargar la cruz, desde las patéticas hasta las simbólicas. Quito, el gran convento andino, se destacó por ello desde los tiempos de la vida colonial hasta nuestros días.
Es solo cuestión de estar en la capital ecuatoriana en los días precisos de la Semana Santa, y quedar pasmado sintiendo cómo la Edad Media se revitaliza, hasta ahora. Se exhibe toda una fuerza mental que en la perspectiva argumentativa de nuestras narratologías, corresponde a lo real maravilloso que increíblemente no acaba de reproducirse.
Las formas simbólicas, predicadas desde los púlpitos tienen que ver con ideas flotantes en nuestro imaginario. Como aquello de que se carga ‘la pesada cruz del matrimonio’, o se tiene ‘una cruz’ para soportarla, cuando alguna calamidad doméstica y familiar se vuelve un martirio existencial.
En lo político
La cruz la cargan los resignados a sentir el peso de los poderes. Cargar una cruz tiene un sentido fatalista inevitable por el desenlace que ha sido sublimizado con recompensa ultraterrena.
Desde lo político, los conservadores cargaban la cruz del liberalismo, y los liberales también cargaban la cruz del fanatismo conservador. En todo caso, la gente busca la magia de una redención imaginada desde algún poder, pero difícilmente desde sus propios razonamientos.
Ciertas historias cuentan que por el mes de abril de 1874 habían llegado a Quito ‘Las Misiones’ predicadoras de los padres Redentoristas, con oradores llamados “sagrados”. Ellos usaron la fuerza del lenguaje con tanta sistematización que hace recordar las enseñanzas de Umberto Eco en los tratados de Semiótica que son parte de mi formación humanística.
Se empleaba el tono de voz, la suavidad introductoria, el clímax del grito que usaba desatinadamente un orador universitario en ‘sesiones solemnes’. La súplica lloriqueante y el epílogo que se llama performativo, y que hace cambiar la conducta del receptor que queda hipnotizado cuando acude en actitud subalterna receptiva.
El sacerdote jesuita Severo Gomezjurado escribe que “los padres redentoristas Pedro López, Luis López, Bivona y Rodrigo” había decidido visitar a García Moreno para pedirle que asistiera a sus prédicas.
García Moreno había aceptado y “a las 4 p m estaba ya en la catedral, una hora y media antes de que principiase la distribución vespertina.
Estaba en compañía de su hijito Gabriel, de solo 4 años y 3 meses de edad. Asistían también Monseñor Serafín Vannutelli, Delegado Apostólico, y Monseñor Ignacio Checa, Arzobispo de Quito… ” (quien murió envenenado el Viernes Santo, 30 de marzo de 1877 con el vino que celebraba la misa).
Cuenta el sacerdote Severo que “El padre Pedro López, en sus diversas recitaciones ha efectuado cambios de voz con admirable oportunidad. Ora aterrante, como la enunciación de los castigos eternos.
O tierna, como el amor de Jesús; ora suave, como lo requería la recitación de algún ejemplo o pasaje histórico; o triste, como la situación en que pintaba al hombre en enemistad con Dios.
Su elocuencia, su interesante aspecto, su acción oratoria, todo ha dado a sus discursos unción y amenidad… El viernes 24 de abril, tuvo lugar la comunión general de mujeres. Al día siguiente, sábado, millares de hombres invadieron las iglesias para confesarse.
García Moreno fue a la Catedral, y se arrodilló detrás del último penitente. Fue observado por el padre Luis López, quien se levantó del confesonario y enderezó sus pasos al ejemplar Jefe de Estado:
“Excelentísimo Señor, sin duda Su Excelencia tiene ocupaciones urgentes de gobierno. Yo puedo atenderle de inmediato para la confesión. Padre López, contestó el Primer Magistrado, tengo que dar ejemplo a mi pueblo, y por tanto, debo respetar el turno”.
Preguntémonos: ¿Qué y para qué se confesarán los presidentes? ¿Qué penitencias les ordenarán los sacerdotes, si son justos?
Se dice que fue memorable aquel domingo 26 de abril de 1874. García Moreno había concurrido con todo el Gabinete a La Catedral.
En medio del templo estaba tendida una Santa Cruz adornada con flores, sobre unas andas. Pero el caso es que García Moreno ya había tomado una resolución previa, según declaraciones que investiga la historia.
Entre las declaraciones que sucedieron al asesinato de García Moreno, Roberto Agramonte ha escrito: “Mandó a construir una enorme cruz de roble, de seis metros de longitud y un pie de espesor, procedente de un árbol entero de zapote (luego no era de roble. Opino yo), de los más viejos y corpulentos de los bosques de Nanegal.
“Voy a salir por las calles, dijo, para edificación de los herejes. Preparó la procesión, compuesta por unas 200 o 300 mujeres. Echóse la carga al hombro y ordenó a su Ministro Javier León que actuase fielmente en el papel de San Simón Cirineo. Don Gabriel ya era viejo.
Iba sudando la gota gruesa por esos caminos de Dios, hipando, jadeando y exclamando a cada trecho: ¡Ay… Dios mío! ¡Ay …Dios mío!
Al llegar a una tienda una mujerzuela del pueblo le ofrece una taza de caldo, que el Dictador instila mansamente… Las viejas se disputan limpiarle el sudor de la cara. La escena produce intensa hilaridad. De un balcón tres jesuitas alemanes contemplaban, muertos de risa, acto tan extravagante. Dos individuos fueron encarcelados”. (O)
García Moreno participaba en las procesiones
Vista esta historia desde la perspectiva de la fuerza oratoria y el poder convincente o conminativo del predicador Pedro López, García Moreno fue atrapado por el desafío de la elocuencia expuesto en una teatralización pública participativa, como se diría en nuestros tiempos de televisión: “en vivo”. Así anota el padre Gomezjurado en su obra Vida de García Moreno.
El presidente quiso imitar al emperador Heraclio camino del Monte Calvario. Esto para responder a las duras palabras del padre Luis López que le dijo: “De repente los pies del Emperador no pudieron seguir la marcha, como si se hubiesen clavado en el suelo. Entonces el obispo Zacarías, inspirado por el Espíritu Santo, le dijo: “Así eran antiguamente los reyes y emperadores del mundo, creyentes y fervorosos.
Respetaban las leyes divinas y no se avergonzaban de su Dios, aunque fuese un Dios crucificado”… No pudo continuar hablando el orador, pues inmediatamente su frase fue interrumpida por García Moreno que, poniéndose de pie, y extendiendo su brazo hacia el predicador, con fuerte y sonora voz le dijo: “¡Padre López, Ud. miente! Yo, Presidente de esta República, no me avergüenzo de Cristo crucificado. Yo también cargaré sobre mis hombros la cruz”. (O)