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Acerca de los viáticos, viatiqueros y comisiones lucrativas, en 1924

Acerca de los viáticos, viatiqueros y comisiones lucrativas, en 1924
03 de agosto de 2014 - 00:00

El viático nació del seno medieval del cristianismo como “una práctica de proporcionar al moribundo la Eucaristía, como alimento para el viaje a la Eternidad”.

Según san Ignacio, el viático “es una medicina de inmortalidad”. Nuestros viatiqueros en cambio, cuando subían al poder o a la  santa burocracia, lo que hacían es eternizarse en succionar alimentación y ‘supervivencias’ hasta agotar las partidas.

Amén de que se eternizaran en los cargos que ofrece la santa inmaculada legislación, hecha para que resuciten tantos inútiles y desocupados que se vuelven políticos y empleados que cobran por cada paso que, muchas veces,  dan en el vacío.

Se cuenta que san Dionisio de Alejandría, muerto en 246, recibió recado de un anciano llamado Serapión, muy enfermo, quien pidió a su nieto que buscara un sacerdote para reconciliarse.
El propio obispo quería cumplir el deseo, pero al encontrarse también enfermo, le envió un pedacito de Eucaristía por medio del niño, que se lo administró humedeciéndolo en vino, luego de lo cual murió el anciano.

Este es el último y necesario viático, del que deriva la palabra que, como se verá, tergiversadamente en nuestros tiempos, reciben quienes están más vivos que nadie.

Conviene también apuntar el derivado etimológico que indica un comportamiento cultural del feudalismo. Viático “es una provisión en dinero y otras cosas que uno necesita cuando va a emprender un viaje”. Se dice que en el medioevo era un impuesto que cobraba el señor feudal por uso de alguno de sus caminos. El viajero necesitaba un viático para pagar a dicho señor.

El origen del viáticum

También de esta época nos viene una leyenda mítica muy importante para lo que estamos comentando.

Obolus era el “nombre de una moneda griega pequeña, de menor valor”. A esta misma moneda los latinos llamaban viáticum.

Lo curioso es que en esos tiempos antiguos, digamos que los latinos practicaron como costumbre de introducir esta moneda debajo de la lengua de un moribundo.
“Se trataba de un obligatorio impuesto para el camino, para el tránsito al Hades o mundo subterráneo de los muertos, al que todos iban a parar”.

El barquero Caronte que llevaba las almas a las orillas de la laguna Estigia, pedía la moneda para dejar entrar a las almas al Hades.
Si no la llevaban, debían pasar vagando 100 años sin reposo, haciendo apariciones espantosas a sus parientes que habían quedado con vida. (Comentarios de Ángel L. Saracho)

El señor Carlos Proaño estuvo de “Inspector del Impuesto a las Ventas” en Ambato de 1924.
Era la época en que tenía que movilizarse a caballo, y escasamente en algún automóvil de los primeros que circulaban por nuestros difíciles caminos. El tren con sus variables: el de carga, el de primera, o sea de pasajeros; y el mixto: de pasajeros y carga, eran otra alternativa para otro tipo de viajes y de viáticos también.

Existía un Decreto Ejecutivo de 28 de octubre de 1922, y luego vienen los  Acuerdos.

Fue el caso del #2418  del Presidente de la República, que el 10 de julio de 1924, ordenó que el señor Proaño, por intermedio de la Gobernación de Tungurahua,  disponga: “Que la tesorería de Hacienda de Tungurahua, con aplicación al art. 58  del Presupuesto del Estado, bajo el título de ‘Gastos Varios’ y el subtítulo de ‘viáticos’, pague al señor Proaño la suma de 50 sucres, 96 centavos, por sus viajes en comisión del servicio…”.

Para poder cobrar esta cantidad, que ya es representativa para la época, se le aplicó la siguiente tabla: Un sucre y 30 centavos por legua. Las distancias establecidas eran “de Ambato a Quero, 8 leguas, ida y regreso. De Ambato a Baños, 16 leguas ida y regreso.

Desde Ambato, sea a Santa Rosa, a Tisaleo o a Mocha, 8 leguas de ida y de regreso. De Ambato a Pasa se establecen 7 leguas de ida y de regreso, pero el costo subía a un sucre con 50cincuenta centavos”.

Firma el Ministro de Hacienda A. Gómez Jaramillo. Otra orden emitida el 23 de julio de ese mismo año dice: “Pague al celador de la Policía Nacional de ese cantón, Emilio González S., la suma de 35 sucres, 4 centavos que, en concepto de viático, le corresponden en su viaje efectuado por línea férrea, de Ambato a Quito y viceversa.

Conduciendo al demente señor Sargento Mayor Alberto Cobo Coloma, quien ha sido recluido en el manicomio  de esta capital; en un recorrido total de 296 km, a razón de 60 centavos por legua…el Ministro de Hacienda, Gómez Jaramillo.”

Ahora veamos un ‘acuerdo’ de pago dispuesto para autoridades. “…pague a los señores Francisco N. Cobo, Luis A. Armendáriz y Néstor Morales, gobernador de Tungurahua, secretario de la Gobernación  y subinspector de la Policía de Ambato, respectivamente, las cantidades de 24 sucres y 80 centavos; 19 sucres y 4 centavos; y 10 sucres 88 centavos.

Esto por viático del viaje por la línea férrea a Pelileo y viceversa, en comisión de servicio, en un recorrido  de 68 km, a razón de 1 sucre y 80 centavos por cada km para el Gobernador. De 1 sucre 40 centavos para el secretario y de 80 centavos para el Subinspector de Policía.- Vale del 24 de julio…en 12 de agosto de 1924. Gómez Jaramillo”.

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