El personaje
Violeta zurce los descosidos de la vida
A Violeta Torres no le faltan clientes. En un taller pequeñísimo la mujer zurce, hace dobladillos, abre ojales, refuerza los fondos de las maletas escolares, arregla bolsillos desfondados.
Su local de costura ‘El Buen Vestir’ es un espacio reducido, de apenas 2,50 x 2,50 metros, en el Mercado La Carolina Iñaquito, uno de los más frecuentados por las cajeras del Banco Pichincha y las funcionarias de la Procuraduría, quienes no solo le confían sus uniformes cuando hay que reducir el largo de las faldas y ajustar la cintura; también le confiesan sus problemas, le cuentan sobre sus amores y desamores. Violeta también se ha convertido en su confidente. “Aquí vienen las señoritas del banco; saben conversar de largo, hasta que termino la obra”.
Aprendió corte y confección cuando llegó a la capital, proveniente de Loja, en 1984. En aquel entonces, había más trabajo: las mujeres preferían confeccionar sus prendas donde una costurera que adquirir la ropa en las boutiques.
Los tiempos cambiaron y Violeta dio un giro a su negocio para no perder a la clientela; se especializó en arreglar las prendas. En una semana, confecciona más de cinco pantalones y cuatro blusas; sin contar con los arreglos. Su máquina de coser tiene más de 15 años; sus dedos se deslizan y el pie presiona el pedal. Cuando cose, se encorva, se acomoda los lentes y sigue trabajando.
Violeta es una mujer menuda, de cabellos negros y de una mirada penetrante. Sobre su máquina de coser, va dándoles forma a los pliegues de la tela, recorre líneas rectas y curvas y la aguja vertiginosa entra y sale a escasa distancia de esos dedos que parecen incapaces de semejante destreza.
“Mire no más como quedó”; levanta una blusa y la muestra orgullosa.
Cerca de su negocio, hay otros talleres de costura; pero no le preocupa. Para ella, “Dios está para todos”. (I)