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El Telégrafo
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Los oficios tradicionales forman parte de los atractivos de esa área de la capital

Vecinos de La Colmena muestran el lado humano de este sector

Jorge Moya es de los pocos artesanos de Quito que continúa elaborando cometas con papel de seda.
Jorge Moya es de los pocos artesanos de Quito que continúa elaborando cometas con papel de seda.
Foto: Carina Acosta / EL TELÉGRAFO
11 de marzo de 2017 - 00:00 - Verónica Endara

A medida que el Centro Histórico de Quito creció y se sobrepobló, los habitantes se desplazaron a las zonas aledañas. De ese proceso nació La Colmena.

Según la memoria oral, este fue uno de los 13 barrios libertarios de Quito. De ese sector salieron soldados que combatieron junto con Sucre en la cima del Pichincha y fue una zona de abastecimiento y espionaje en favor de los patriotas.

Pero su historia se remonta muchos años atrás. Se cree que en ese sector se asentaron las hermanas del inca Atahualpa y anteriormente habitaron los Quitu-Cara.   

Según Guadalupe Panchi, dirigente del sector, La Colmena apareció de manera formal a partir de los años sesenta. Sobre el origen del nombre existen 3 versiones: la configuración del sector es similar a una colmena de abejas; antiguamente había una quebrada con panales y que La Colmena baja y alta formaban parte de la antigua quinta El Rosario, donde, de forma natural, existían colmenas de abejas.

Si se observa con atención, todavía es posible observar abejas y abejorros al interior de árboles y paredes de la zona.      

Recuperar esta historia, revitalizar la memoria y el patrimonio vivo de la zona, para que La Colmena no sea sinónimo de inseguridad o peligro es el objetivo de un grupo de gestores culturales del barrio que, desde hace 10 años, vienen trabajando con los moradores para cambiar la imagen del área.

Según la memoria oral de los habitantes, La Colmena formaba parte de San Roque, pero se dividieron.  Hoy la configuran los barrios San Diego Alto, La Colmena Baja, Centro y Alta, ciudadela La Bermeo, San José de La Libertad, Santa Lucía, Santa Lucía Media, Los Dos Puentes, La Nueva Aurora y Por Nuestros Hijos. En todo este sector viven alrededor de 28 mil personas.

Al caminar por sus calles, la convivencia y amabilidad entre los vecinos es algo que llama la atención. No importa la distancia, un saludo nunca está demás.

No hay demasiados muros, las casas coloridas colindan unas con otras. Los niños se acercan a las tiendas, adultos acuden a los negocios tradicionales, vecinos conversan en una esquina hasta que esté listo el rabo asado de ternero.   

Mostrar el lado humano de un sector de la capital que durante años —según el gestor cultural Iván Villacís— ha sido desplazado por entidades públicas y privadas generando estigmas de que el barrio es peligroso, fue la meta del proyecto de turismo urbano comunitario.

A través de recorridos por el sector, guiados por los propios moradores, los visitantes conocen la historia, la identidad, sus costumbres y la propia dinámica del barrio. El sastre, el zapatero, el pintor, los artesanos y los músicos son algunos de los personajes que le dan otra cara a La Colmena.       

Uno de los puntos de este recorrido, y que forma parte de los oficios tradicionales que se observan en el lugar es el local del sastre Héctor Tixe, de 68 años.

Tixe recuerda que el barrio era uno de los más tradicionales de Quito, pero que mucha gente se fue por los estigmas de inseguridad. Asegura que actualmente todo ha cambiado; comenta que hoy es un lugar tranquilo.  

Aunque la clientela ya no es la misma de años atrás, Tixe continúa con este oficio porque le gusta, aunque dice ya estar cansado. Vende a $ 60 un terno hecho a la medida.

La tienda de Carmen Aldaz es  parada obligatoria para quienes se antojan de un bocadillo. Tiene 66 años y siempre ha vivido en La Colmena. En el local se detienen transeúntes de todas las edades para comprar pastas de diversos sabores. Cada una cuesta $ 0,30.

Comenta que en su barrio no hay gente mala. Ella nunca ha tenido incidentes con la delincuencia. Pese a eso, comenta que ningún taxi le quiere llevar cuando dice que su destino es esa zona de Quito.  

La casa de Jorge Moya, de 62 años, es otra parada. Desde los 13 años elabora cometas con papel seda y sigses. No las vende, las regala a los niños.

Mira al vacío y dice que la zona ha cambiado, que antes sus calles eran de tierra y algunas eran incluso, chaquiñanes de aguas servidas. Pero el barrio se unió desde hace varios años para luchar y vivir mejor. (I)

Héctor Tixe es sastre. Aprendió este oficio hace más de 45 años con un colega del Centro Histórico que ya falleció. Asegura que el barrio ya no es peligroso. Foto: Carina Acosta / EL TELÉGRAFO

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