La europea planteó que los vecinos piensen en su sector desde nuevos imaginarios colectivos
Una tejedora de redes estuvo de visita en el barrio San Roque
Como un ecosistema delicado, como un laboratorio social de inmensas posibilidades, como una matriz en la cual gestar y parir nuevos imaginarios urbanos, así mira la artista social Jeanne Van Heeswijk (Holanda, 1965) al barrio de San Roque, en el Centro Histórico de Quito, que durante la semana pasada subió y bajó, cruzó y recorrió en el marco del programa denominado Espacios de Esperanza. Van Heeswijk se ha caracterizado por abrir su obra creativa hacia la relación con la comunidad.
En Rotterdam tanto como en Londres ha realizado obras que implican y relievan la participación de ciudadanos y ciudadanas. En 2012, en Nueva York, durante el transcurso de 4 días, Jeanne Van Heeswijk habló con el filósofo Johan Sieber y la psicoanalista Maaike Engelen sobre el aprendizaje en espacios públicos.
Ahora en Espacios de Esperanza se cruza esa experiencia con la novedad de un sitio diferente, con dinámicas muy propias.
“San Roque tiene una ecología muy interesante”, asegura la mujer de aspecto escandinavo que es una de las invitadas a estos laboratorios urbanos.
“Yo no soy de aquí, pero he trabajado con situaciones similares en otros lugares. Una de las cosas que más me llaman la atención es cómo en todas partes sobreviven espacios como estos, que son verdaderos laboratorios sociales, en medio de una modernidad que pudiera simplemente disolverlos”.
Sobre esa reflexión parte su trabajo, intenso, concentrado en una semana. Un trabajo de articulación y pensamiento en el que ella cede el rol de creadora para ser más una facilitadora.
“La ecología de San Roque incluye actores formales e informales, y creo que es importante en estos días conocer y comprender qué está pasando allí. Solo así podremos proponer acciones que quizá ayuden a que ese ecosistema sobreviva. Para mí es una oportunidad valiosísima la de poder ver y aprender de San Roque”.
Aunque la información que tiene del barrio es la que ha podido investigar, Van Heeswijk espera hacer su trabajo “de araña y tejer redes”, cuyo principal objetivo sea compartir luchas comunes de los pobladores en torno a necesidades también similares.
La defensa del ecosistema, del modo de vida, contra la presión de un turismo de oropel, mal comprendido, es uno de los retos que debe enfrentar el barrio, de cuyo mercado viene casi el 40% de la comida de Quito.
La artista confía en sus herramientas. No son los pinceles ni los cinceles con que se trabajaba en tiempos pasados, sino ideas y conceptos, herramientas hechas, por ejemplo, para pulir la idea de que todo lo que sea hecho colectivamente es mejor.
“Es importante –dice la invitada– tratar de pensar colectivamente. Necesitamos pensar juntos en nuevos imaginarios urbanos que abran el barrio hacia la modernidad, pero garantizando que este espacio, tan frágil, sobreviva”.
Por ponerlo en ejemplos claros, un camino (errado, pues no responde a la comunidad y sus procesos sino a modelos externos) es hacer de San Roque otra zona de canelazos como La Ronda, que tanta identidad ha perdido.
Otra, razonar como en otras latitudes, donde los mercados y bazares tradicionales son provistos con seguridad, higiene y se aprovechan como extraordinarios atractivos para los mismos turistas que se está buscando seducir.
En ese juego de pensar y tejer relaciones, de encontrar puntos en común donde se pueden fortalecer los nudos y trabajando como abuela con hilván en las zonas más delicadas, Jeanne Van Heeswijk ha tenido su paso por Quito y ha dejado una marca en San Roque. Una señal en el mapa que, ojalá, la invite a regresar. (I)
Un espacio que relaciona al artista y la gente
Espacios de Esperanza es un laboratorio social y de arte. Fue organizado por el Frente de Defensa y Modernización del Mercado de San Roque, el Instituto de Altos Estudios Nacionales (IAEN), el Centro Nacional de Estrategia para Derecho al Territorio y el Ministerio de Cultura y Patrimonio del Ecuador.
Busca superar “la cristalización de la figura del artista como un ser iluminado, con propiedades casi divinas para la expresión” y propone “el desarrollo de una postura crítica sobre el arte y su relación con la sociedad (...)”.
Se trata de poner en valor la relación del artista con: el entorno, el problema que lo inquieta o lo inspira y la materia o los materiales con los que se confronta para el desarrollo de la obra.
En el arte la idea del “laboratorio” ha sido adaptada para el desarrollo de espacios de trabajo colectivo para la prueba, el ensayo, la discusión, la investigación pero, sobre todo, para la confrontación de la obra con la interdisciplinariedad y la comunidad, sin importar si se trata de una obra individual o colectiva.
A diferencia de los laboratorios de ciencia, las herramientas y aparatos fundamentales de este tipo de laboratorios son el cúmulo de saberes de cada uno de los participantes, donde el error o las divergencias más que problemas se convierten en potencias que nutren procesos de creación, en el camino de la idea hacia su posible materialización. (I)