Una herencia gráfica para la capital
En el Pasaje Amador, ubicado en el Centro Histórico, funciona el Foto Estudio Arte. Las luces, sombrillas y cámaras antiguas aún sobreviven al boom de la tecnología.
Cristina Castro (72 años) y Ruperto Pazmiño (67 años) se asociaron en 1990 e instalaron el negocio, que fue el más visitado de esa época.
Quien tenía experiencia era don Ruperto. Él había trabajado anteriormente con el fotógrafo Luis Pacheco, con quien aprendió fotografía y revelado. Después de unos años colaboró en la cobertura de marchas y protestas para un medio impreso.
A diferencia de don Ruperto, Cristina no tenía conocimientos de fotografía, pero aprendió con su amigo. Se apasionó por la profesión, siguió cursos y acompañó a su colega a los eventos para adquirir experiencia.
Fue así como los dos amigos decidieron tener su propio negocio y desde entonces no se han separado, y siguen en el mismo lugar.
Cristina cuenta que el boom tecnológico ha disminuido el trabajo, “en la actualidad todos tienen cámaras digitales”. Pero esto no detuvo su labor, ellos dejaron las cámaras de rollo y se actualizaron.
Cuentan que el cambio fue difícil, sobre todo para Cristina que aprendió a editar las fotos en un programa de computadora.
El paso del rollo al papel fotográfico también afectó su lado profesional, pues para don Ruperto estar en el cuarto oscuro para revelar las fotos “era un lugar mágico”.
Ahora toman las fotos con cámaras digitales y sin dejar de usar sus sombrillas juegan con la luz para mejorar las fotografías.
Cristina cuenta que las luces son importantes en una foto, “cuando un cliente gordito llega, no le tomo la foto sin luz, sino que trato de entregar un buen trabajo para que el cliente se sienta satisfecho, a nadie le gusta verse gordo en una foto”, detalló.
Anteriormente a las cámaras digitales, los fotógrafos realizaban siete trabajos diarios, pero ahora son tres o nada, dependiendo del día, dijo la anciana.
Ahora la especialidad de ellos es el retoque y la restauración de fotografías dañadas por el tiempo y el clima. El precio de una restauración es 40 dólares.
Recordaron que hace no mucho les llegó un trabajo un poco difícil. La foto era de una madre con su hijo de 8 años, al niño casi no se lo reconocía pues se veía la nariz y la boca.
Aún toman fotografías en eventos como bodas, cumpleaños, bautizos, etc., y el precio es accesible, pues la competencia es mucha, “pero nosotros les ofrecemos experiencia y buena calidad”, expresaron. A pesar de estas dificultades, la clientela es fiel a ellos.
Cristina recordó con nostalgia, mientras arregla una fotografía de un joven en la computadora, que tomó la primera fotografía de aquel joven cuando tenía cinco años, que entraba al prekinder, y ahora arreglaba la fotografía para presentarla en el ingreso a la Escuela Naval.
Otra de las anécdotas es que tuvieron mucha paciencia con los niños, pues hubo infantes con los que jugaban antes de tomar la fotografía para darles confianza, dejaran el temor y sonrieran al momento de fotografiarlos. Admitieron que la ubicación del Foto Estudio también disminuyó el trabajo.
“Así estemos afuera en lugares más transitados, la gente no nos va a visitar si no conocen el trabajo que realizamos”, dijo Cristina. Por esa razón no se han cambiado de local, pues ellos desean que la gente los busque por su trabajo, profesionalismo y entrega.