San Blas, un espacio en el que se comprimen casi 5 siglos de historia
La imagen del rehabilitado edificio conocido como ‘la Licuadora’ domina el panorama en el sector de San Blas por sus 14 pisos y su diseño arquitectónico.
La estructura, donde desde mediados de diciembre funciona el Ministerio de Turismo, es un elemento relativamente nuevo en el lugar. Se edificó a inicios de la década de 1970 y se constituyó en una imagen de la cambiante ciudad y un reflejo de lo que esta aspiraba a ser.
La zona, sin embargo, tiene una historia que se aproxima a los 5 siglos pues fue una de las primeras parroquias eclesiásticas constituidas en la ciudad hispana. Su bautizo oficial se produjo en 1568.
Como parte de la lógica de división étnico-geográfica de las zonas conquistadas impuesta por la corona española, San Blas fue considerada un área para que la poblaran los indios.
Por eso se encontraba en lo que fue hasta la mitad del siglo pasado el extremo norte de la urbe y en donde, según las actas del Cabildo, los indios del Alto Quito (Añan Quito o Iñaquito) debían asistir a los servicios religiosos.
Su templo incluso fue el primero de la ciudad en tener un sacerdote mestizo: Diego Lobato y Yarucpalla.
En esas circunstancias, el barrio era, en principio, un caserío ubicado en el camino que conectaba a Quito con los valles del norte, Guápulo, la Amazonía y Esmeraldas.
Esa es la razón de que diariamente llegaran a la zona mulas cargadas de productos de provenientes de esas zonas, lo que hizo del lugar un espacio dedicado específicamente al comercio en la urbe.
Hasta inicios de la década de los cincuenta, funcionó allí el denominado Mercado Barato, el que fue consumido por un incendio.
Tras el siniestro, fue construido el Mercado Central y los comerciantes afectados se trasladaron a ese sitio junto con sus colegas de la cercana Plaza Andrade Marín, en 1953.
En la intersección de la calle Montúfar y la avenida Gran Colombia funcionó la biblioteca municipal hasta mediados del siglo XX.
La edificación fue derrocada para establecer una plaza en la que se colocó la estatua del Hermano Miguel que antes se encontraba en el predio que hoy ocupan el centro comercial y el parqueadero El Tejar.
San Blas alberga, hasta ahora, la Plaza Belmonte, inaugurada en 1919 en la calle Antepara y que fue el primer escenario acondicionado expresamente para eventos taurinos.
El espacio, sin embargo, trascendió el ámbito de las corridas de toros pues fue durante más de 3 décadas el escenario de la fiesta de inocentes, una de las mayores celebraciones del Quito de antaño.
Allí se reunían, entonces, personas disfrazadas de payasos, capariches, carishinas, viejas chuchumecas, betlemeros y se daban cita los mayores bromistas de la época, quienes hacían gala de la llamada ‘sal quiteña’: el ‘terrible’ Martínez, el ‘payaso’ Vega y otros.
Unas cuadras al occidente, al inicio de lo que por muchas décadas se conoció como Carrera Guayaquil y hoy es simplemente la calle Guayaquil o ‘la Guayaquil’, a secas, hay un edificio de 5 pisos con características modernas en relación con el entorno: ventanales amplios, marcos de hierro y un amplio vestíbulo en la planta baja.
Es el inmueble en el que hasta inicios del siglo XXI funcionó el cine Alhambra, una de las alrededor de 3 docenas de salas de proyección que existían en la ciudad antes de la aparición de las cadenas multisalas en los centros comerciales.
El Alhambra, como la mayoría de aquellos cines, vivió su época de esplendor en las décadas de los sesenta y setenta de la centuria pasada, a expensas de una población que crecía vertiginosamente por la oleada de migrantes provenientes en su mayor parte del centro y norte de la Sierra.
Era la época de las funciones continuadas en que se pagaba una tarifa valorada en sucres para ver 2 películas divididas por un intermedio semejante al entretiempo de un partido fútbol: 10 minutos.
Aquellos años existían 2 localidades: luneta y galería. La primera era la más cara por estar abajo, más cerca de la pantalla; y la segunda, más barata, en la parte alta, pensada para el pueblo.
Un tiempo en el que la tecnología hacía que la cinta se arrancara ocasionalmente y que el alguno de los rollos que contenían la obra cinematográfica se retrasara en llegar desde alguno de los otros cines que poseía el distribuidor en otro punto de la urbe.
Décadas en las que lo más moderno era el sistema cinemascope de pantalla ancha, creado por la industria de Hollywood para causar más impacto con las escenas multitudinarias de las historias extraídas de la Biblia o de guerra.
Un período en el que las cintas mexicanas, las que más se proyectaban en el Alhambra, tardaron años en generalizar el uso del color y competían con las superproducciones estadounidenses por la facilidad de seguir las historias en el propio idioma en lugar de leer subtítulos.
Hoy, el edificio se encuentra vacío y a la espera de un comprador. Tras la decadencia del negocio cinematográfico, el escenario tuvo varios usos, entre ellos sitio de cultos y bodega.
El San Blas de hoy es un lugar dinámico que combina las características de un espacio de vivienda, un punto de intercambio comercial y un sitio de paso de transeúntes y vehículos por su condición de contacto entre el centro y el sur.
Esto último hace que uno de los mayores problemas de la zona sea la contaminación ambiental que afrontan sus habitantes y que se hace visible en el hollín que se impregna en las paredes de las casas.
Los vecinos se quejan también de la inseguridad. “Debería haber más control de la Policía porque a uno le asaltan a cualquier hora del día por aquí”, comentó Blanca Guamangate, moradora por 30 años, quien espera que la construcción de la Unidad de Vigilancia Comunitaria (UVC) en La Marín solucione el problema.