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Los quiteños se quejan del exceso de pasajeros

Las competencias en las calles entre conductores para ganar pasajeros no han desaparecido a pesar de la implementación de la Caja común, aseguran los habitantes de la capital. Foto: John Guevara/ El Telégrafo
Las competencias en las calles entre conductores para ganar pasajeros no han desaparecido a pesar de la implementación de la Caja común, aseguran los habitantes de la capital. Foto: John Guevara/ El Telégrafo
05 de octubre de 2014 - 00:00

María Celeste Imba (36 años) viaja todos los días desde su casa ubicada en el barrio Atucucho (noroccidente) hasta su trabajo en una residencia en el sector El Bosque, situado más al sur de Quito. Aunque entre un punto y otro de la ciudad no hay más de 10 kilómetros, atravesar esta distancia le puede tomar hasta 45 minutos.

“Primero está la dificultad para tomar un bus. La gente se aglomera en las paradas y aunque los vecinos se organizan y tratan de mantener el orden, las personas se desesperan porque están atrasadas, empujan y se suben a la brava”, dice la mujer.

La empleada doméstica asegura que la gente baja de ‘la loma’, como se conoce popularmente a esa zona de Quito, “colgada de los estribos” de las unidades de transporte.

En esas circunstancias, la mayoría de ocasiones opta por subirse a un alimentador de los que van hasta el Comité del Pueblo o a la estación La Ofelia del Corredor Central Norte. “Preferiría coger uno que sea La Loma-Dos Puentes, pero de esos hay pocos. Entonces, tengo que embarcarme en los otros, bajarme en la ‘Occidental’ (av. Mariscal Sucre) y esperar otro que me lleve hasta El Bosque”, dice.
Imba relata que “entonces empieza otro calvario”, porque debe aguardar a que llegue alguna unidad de las otras 3 líneas que pasan por la intersección de la Mariscal Sucre y Flavio Alfaro en dirección al centro-sur capitalino.

En ese lugar, la espera por transporte puede tomar de 15 a 20 minutos porque, por lo general, los vehículos que llegan desde la Mitad del Mundo, el estadio de Liga y el barrio La Roldós “también traen personas hasta en los estribos”.
Entonces, María Celeste debe aguardar el paso de uno, 2 y hasta 3 automotores repletos de gente antes de lograr acomodarse en uno. “A veces, cuando ya me agarra el tiempo, me subo como sea, aunque corra el riesgo de caerme”, afirma.

José Sosa, un obrero de la construcción que cumple un recorrido similar al de Imba de lunes a viernes, coincide en que el principal problema del transporte público en Quito es la saturación que existe en los automotores, sobre todo en las llamadas ‘horas pico’.

Por ello, Sosa opta, cuando demora en su regreso a casa, por tomar uno de los automóviles que se ubican al caer la tarde en varios puntos de la calle Flavio Alfaro y que hacen las veces de taxis.
Y lo que podría ser visto como otro de los problemas de la transportación quiteña (la existencia de informalidad) es considerado como ‘una bendición’ por el albañil.

“Si no fuera por los taxistas ‘piratas’, muchos no tendríamos cómo regresar a nuestras casas”, asevera convencido el hombre, quien dice que prefiere pagar los $ 0,50 que cobran a cada pasajero esa especie de ‘taxis-ruta’ a esperar “horas de horas a que venga un bus (convencional) en el que a uno le toca ir parado, lo empujan, lo maltratan y hasta le roban”.

Por eso, el ciudadano cree que la falta de unidades es el origen de los problemas de la transportación colectiva privada en la ciudad. “(Las autoridades) deberían permitir que haya más buses”, asevera.

De acuerdo con un documento de la Secretaría Metropolitana de Movilidad elaborado antes del cambio de gobierno de la ciudad, cerca del 30% de barrios de la capital no dispone de transporte con líneas directas. Dicha cifra se distribuye así: el 10% corresponde a los llamados barrios periféricos y el 20% restante a zonas como la avenida Simón Bolívar, Calderón, Guajaló, Cumbayá y Carapungo.

Adicionalmente, en el cantón operan 64 cooperativas en aproximadamente 195 rutas, de las cuales 165 recorren el interior de la ciudad y 60 conectan a las parroquias rurales con las urbanas.
Esta situación contrasta con la saturación que se vive en algunas vías y puntos de la ciudad en donde la presencia de unidades de transporte es constante, lo que contribuye al problema de tráfico en la urbe. Uno de ellos es La Marín, sitio de conexión obligada entre los bordes nororientales y noroccidentales del Distrito, además de con el valle de Los Chillos.

Por el sector circula a diario una veintena de cooperativas de transporte público y confluyen en él 3 sistemas de movilización municipal (Ecovía, Corredor Central-Norte y Corredor Suroriental). Según la Empresa Pública Metropolitana de Movilidad y Obras Públicas (EPMMOP), alrededor de 27 mil vehículos transitan todos los días por esa zona de la ciudad.

Otro ejemplo de la confluencia de gran cantidad de unidades de transporte de pasajeros es lo que ocurre alrededor del Parque La Carolina, donde, por ejemplo, frente a la parada Carolina Sur 5 cruzan 11 líneas de buses, según los datos registrados en el panel informativo colocado en ese lugar.

Manuel Sarzoza, un oficinista que frecuenta esa zona, opina que ahora que el Municipio “tiene en sus manos el control de las calles de Quito, debería reorganizar los recorridos de las líneas de buses” para que se distribuyan mejor y sirvan de mejor manera a los ciudadanos.

Laura Cifuentes, habitante del barrio El Triunfo, una cuadra al occidente de San Carlos, considera que también hay desorganización en sector de la transportación urbana y que de ahí derivan en buena medida los problemas que afectan a los capitalinos en cuanto a movilidad.

“Los señores choferes solo trabajan en determinados momentos. A partir de ciertas horas (pasadas las 20:00), la única opción para llegar hasta aquí (el noroccidente de la ciudad) es en taxi o que algún conocido lo acerque a uno”, dice la enfermera, que trabaja en un consultorio particular.

La profesional del área de la saluda asevera que los fines de semana la situación empeora en esa zona de la ciudad, pero que no sucede lo mismo con el servicio en otras áreas. “Tengo una hermana que vive en Chillogallo (sur) y para ella y su familia es más fácil transportarse desde cualquier sitio, hasta muy tarde e incluso los sábados y domingos”, apunta la mujer, quien considera que todos los barrios capitalinos deberían ser atendidos de la misma manera.

Antonio (no revela su apellido), un vendedor ambulante oriundo del Litoral, que realiza su labor en el centro y centro-sur de la urbe, coincide con Manuel Sarzoza en que existe desorganización en el trabajo de los transportistas.

El trabajador autónomo describe esta situación con la frase: “Los choferes hacen lo que se les viene en gana”. Y relata que la hendidura que existe en la intersección de la avenida Mariscal Sucre con la Abdón Calderón (sector La Ermita) en el sentido sur-norte es usada “todos los días y a todas horas como una parada improvisada para aguantar”.

El hombre llama así al hábito de los conductores de buses de detenerse durante períodos que, en algunos casos, pueden llegar a ser de 10 o 15 minutos en determinadas zonas con el fin de esperar por pasajeros o para no llegar con adelanto a los puntos en que registran su paso.

El comerciante asevera respecto a esto último que “primero corren como locos para ganarse los pasajeros y después se quedan un buen rato esperando para ajustarse a sus horarios”.

La pasada administración municipal inició la implementación del sistema de recaudación denominado Caja común, destinado a repartir equitativamente las ganancias entre los miembros de las operadoras de transporte, incluidos conductores, ayudantes y personal administrativo.

El objetivo principal de aquello es eliminar prácticas como el denominado ‘correteo’, que suele producirse entre buses con el fin de llegar antes a determinadas paradas y recoger la mayor cantidad posible de pasajeros para aumentar los ingresos económicos.

No obstante, de acuerdo con la versión de varios ciudadanos consultados, ‘las carreras entre choferes’ —como las denominan— todavía se mantienen, con el consecuente riesgo para quienes se transportan en las unidades o circulan en otros vehículos o a pie por las vías.
Marcia Regalado, una maestra parvularia que vive en el norte de la ciudad, apuntó que otro de los problemas para quienes usan el sistema de movilidad colectiva en la capital es la inseguridad. “Con la forma en que estos señores (los conductores) llenan los buses hasta más no poder, uno está expuesto a que le abran la cartera o le rebusquen en los bolsillos”, reclamó.

La joven también dijo que con las aglomeraciones, las mujeres corren el riesgo permanente de ser molestadas, acosadas y manoseadas, por lo que espera que los diálogos del Municipio con los transportistas sobre el tema de los pasajes “sirvan sobre todo para mejorar el servicio en la ciudad”.

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