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Escasez de salas, dificultad de acceso a los escenarios tradicionales y problemas económicos están entre las principales dificultades del sector

Los artistas independientes buscan generar políticas culturales para su supervivencia

Fausto Espinosa es bailarín independiente desde hace 15 años. Ahora practica su oficio en el Centro de Arte Metropolitano. Foto: Miguel Jiménez/ El Telégrafo
Fausto Espinosa es bailarín independiente desde hace 15 años. Ahora practica su oficio en el Centro de Arte Metropolitano. Foto: Miguel Jiménez/ El Telégrafo
19 de octubre de 2014 - 00:00 - Redacción Quito

La función estaba por comenzar y Miguel Vinueza, aficionado al teatro, apresuró su paso por la calle Mariano Aguirre (norte), pues no quería llegar atrasado a una función de clown.

Su reloj marcaba las 20:00 y apenas tenía tiempo para llegar. Al encontrarse frente a una edificación que no se diferenciaba de las del resto del vecindario, tocó el timbre. Al cabo de unos minutos, Diana Borja, dueña de la casa, lo recibió.

Miguel cruzó un patio de cemento y ascendió algunas gradas hasta llegar a una estancia en la planta baja que servía como sala de espera del Teatro Casa Babilón; un escenario adaptado en 2 habitaciones de la planta baja de la vivienda de Diana.

Antes del escenario hay un pasillo decorado con afiches de antiguas funciones y en un extremo se halla una cocina, donde siempre hay café o té caliente. Una pieza de jazz ponía ambiente, mientras en el salón aguardaban unas 20 personas.

Diana se colocó a un extremo de la estancia y dio la bienvenida al público. Hizo una breve introducción sobre la obra mientras que con su mano izquierda tomó un extremo de una cortina negra que divide el escenario de la sala de espera y la abrió.

Frente al escenario había 3 filas formadas por sillones, sillas y cojines, donde se ubicaban niños, jóvenes, adultos y personas de la tercera edad.

El ambiente lo componían varios telones oscuros que se conjugaban con la iluminación fluorescente; el cuarto de efectos de sonido y luz estaba acoplado tras los sillones.  

Fausto Espinosa es bailarín independiente desde hace 15 años. Ahora practica su oficio en el Centro de Arte Metropolitano. Foto: Archivo/ EL TELÉGRAFO

Cuando las luces se apagaron, la fiesta clown empezó. El escenario se llenó de color y alegría; los personajes bailaban mientras sus tradicionales narices rojas destacaban. La obra duró alrededor de una hora, en la que los clowns hicieron desternillar de la risa a los asistentes, quienes al final calificaron a la velada como “inolvidable”.

Historias similares se viven todos los fines de semana en el teatro de Diana Borja, uno de los escenarios independientes que tiene la ciudad y que lleva 2 años dando a luz a nuevos proyectos artísticos.

Según Borja, los teatros independientes se crean debido a la necesidad de los actores para poder ejercer su profesión. “Creamos hace 5 años, junto con Pablo Tates (actor), el proyecto Teatro en Casa, en el Centro Histórico; ahora somos como 40 espacios escénicos independientes”, comentó la actriz y empresaria.

Borja mencionó que entre los problemas que tienen está la escasez de salas, el difícil acceso a los teatros convencionales y la dificultad de lograr ingresos económicos.

Borja invitó a las autoridades locales a que trabajen conjuntamente por mantener vivos los espacios.

Aclaró que las salas se mantienen a través de la autogestión. “Las entidades públicas deben fijarse en que esto no es un negocio o un local comercial; es una necesidad profesional y que hace una propuesta de oferta cultural”.

Precisó que es necesaria la elaboración de políticas públicas que se inscriban en la construcción de espacios para presentaciones, leyes a favor del fortalecimiento, mejoramiento y una ayuda para las salas de teatro.

Borja añadió que en la actualidad varios directores de salas independientes están trabajando conjuntamente con la Secretaría de Cultura, con el fin de implementar en la ciudad una red de espacios escénicos independientes.

Según el historiador Juan Paz y Miño, los espacios artísticos independientes nacen en Quito como una ruptura con el sistema o modelo cultural impuesto desde el poder. Por otro lado, no se trata de un fenómeno nuevo, pues la presencia de escenarios artísticos independientes se produce desde la década de los años veinte.

En la época de la Colonia, los espacios culturales o artísticos de la ciudad eran las iglesias y conventos, y quienes disfrutaban del arte y la cultura eran los nobles y criollos.

Ya en la República, se valoran más las expresiones indígenas y mestizas; además, se da mayor relevancia al teatro. En la presidencia de Gabriel García Moreno, por ejemplo, se construyeron las primeras salas de teatro; inclusive se crearon la Escuela de Bellas Artes y el Conservatorio de Música.  

En 1883 se inauguró el Teatro Sucre bajo el régimen de Ignacio de Veintimilla, pero persistían las diferencias sociales respecto al aprovechamiento de esos espacios. Así mismo, las expresiones culturales populares crearon sus propios escenarios; en ese caso fueron las haciendas los lugares de representación cultural.

En resumen, a partir del siglo XIX el Estado empieza a formar artistas, aunque el acceso a los eventos y propuestas de estos era todavía restringido.

Pero fue la Revolución Liberal (1895) la que eliminó características del sistema conservador y estableció el reconocimiento de nuevas formas de arte. En ese contexto, son los barrios tradicionales de la ciudad en donde los grupos artísticos desplazados del circuito habitual se presentan.

Paz y Miño mencionó que en los años treinta, varios artistas se reunían en sus casas o en cafés, para exponer sus creaciones musicales, literarias e inclusive políticas. Ese fue el caso de la Generación de los (poetas) Decapitados.

“Existe un compromiso de los artistas por su público. Un ejemplo de esto es el trabajo artístico-político que impulsó Ernesto Albán. Sus sainetes no solo fueron presentados en los teatros clásicos, sino que también llevó su obra a las plazas, los barrios y calles de Quito”, comentó el historiador.

En la década de los cincuenta, el Coliseo Julio César Hidalgo, ubicado en el sector de La Marín (Centro Histórico) fue parte de los escenarios populares e independientes, pues esta fue la casa de artistas a los que se les restringió el acceso a los grandes teatros de la capital.  

En el decenio siguiente se genera en la ciudadanía la idea de espacio público; así, el parque de La Alameda y El Ejido se convierten en sitios de esparcimiento cultural de los quiteños.

Años después, las calles se convierten poco a poco en un escenario, nuevas expresiones culturales como la música, el dibujo y el teatro se presentan. Quien haya vivido en la cuidad más de 30 años, podrá recordar a artistas como Carlos Michelena o el Indio Manuel, quienes ‘mataron’ de risa a los ciudadanos.

La pintura y la escultura también se tomaron los mismos espacios y aún hoy es común observar los fines de semana las obras de pintores y escultores apostados en la vereda de El Ejido.

Para el catedrático Gustavo Durán, los espacios independientes se crean bajo una idea contestaría ante un modelo de desarrollo urbano que dio prioridad a ciertas prácticas culturales. “Las ciudades responden a un cierto tipo de cultura, a la de los centros comerciales, del consumo, del mercado, etc. Es obvio que surgen reacciones a este tipo de modelo y surgen estas expresiones a manera de símbolos de resistencia a esos modelos de desarrollo”, comentó Durán.

Datos de la Secretaría de Cultura señalan que en el Distrito existen 49 salas de circulación de artes escénicas y exhibición de cine independiente, a las que asisten más de 36.000 personas al año. Esto se traduce en casi 5.000 metros cuadrados para las artes e involucran 1.000 ensayos, 200 funciones y 70 talleres. Además, las salas son una fuente de empleo para más de 200 personas.

Mariana Andrade, secretaria metropolitana de Cultura, comentó que para apoyar a esos espacios se declaró a las salas y sus actividades de “interés público” en el Distrito. “Esto garantiza la operación y funcionamiento de estos espacios en los que se realizan actividades de creación, investigación, formación,  producción, difusión y exhibición artística”, señaló.

De igual manera, mencionó que la Secretaría realizó un diagnóstico para categorizar las salas y espacios independientes, con el fin de reconocer sus necesidades. “Se creó un programa de fomento que les permitirá a los  gestores la formalización de sus espacios y luego podrán acceder a fondos para operación, programación, difusión y circulación. Además, las salas estarán de manera permanente en todas las actividades de difusión artística que generará la Secretaría”, mencionó la funcionaria.

Diego Brito es integrante del colectivo Al Sur del Cielo, organización que desde hace 26 años ha luchado por conseguir un espacio en la ciudad para los amantes del rock.

Brito comentó que la creación de espacios alternativos obedece a la poca apertura que hay en las autoridades locales. De igual manera, indicó que los espacios tradicionales de la ciudad están limitados a pocas personas y que los escenarios que existen no están adecuados para la gran diversidad de espectáculos que se generan en la ciudad.

El activista dijo que la creación de políticas públicas debe estar dirigida hacia la generación de empresas culturales y al apoyo al trabajo que realizan los gestores para que esos procesos susciten nuevos espacios que incluyan a los ciudadanos.

Un consenso que habría surgido de los diálogos entre la Secretaría y los artistas es que los espacios independientes acercan más a la ciudadanía al arte y a la cultura y que por ello necesitan mantenerse en pie.

Gustavo Durán acotó que estos colectivos más que apropiarse, generan espacio público; uno que va más allá del componente físico de una ciudad. Señaló que se debe revalorizar el componente humano y qué tipo de producciones creativas se generan.

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