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Ambos cementerios se ubican en la parte nororiental de la ciudad, en el sector de Monteserrín

Los alemanes y los judíos crearon sus propios camposantos en la capital

La colocación de lápidas de piedra sencillas es una de las características del Cementerio Alemán, ubicado en el barrio Monteserrín al nororiente de la capital de la República. Foto: Santiago Aguirre/ El Telégrafo
La colocación de lápidas de piedra sencillas es una de las características del Cementerio Alemán, ubicado en el barrio Monteserrín al nororiente de la capital de la República. Foto: Santiago Aguirre/ El Telégrafo
02 de noviembre de 2014 - 00:00 - Redacción Quito

Los espacios destinados a cada par o grupo de tumbas están delimitados por altos setos vivos, lo que de entrada distingue al lugar de otros camposantos de la ciudad.

Además, los lugares de entierro no muestran, salvo contadas excepciones, alguna decoración que pudiera reflejar ostentación. Las lápidas, por ejemplo, son en su mayoría piedras brutas sobre las que se han tallado las identidades de los fallecidos. El mármol es un elemento que está prácticamente ausente.

En la glorieta ubicada a la entrada, un muro de piedra sencilla con la leyenda Den Toten Der Kriege Under Verfolung (A la memoria de los desaparecidos en la guerra) da la bienvenida a los visitantes.

Se trata del Cementerio Alemán, ubicado sobre la avenida Río Coca (en la parte nororiental de Quito) y creado en 1938 por la colonia de ciudadanos de esa nacionalidad en el sector de Monteserrín.

Llama la atención que algunas personas sepultadas en el sitio tuvieran apellidos hispanos, pero Carmen Dammer, directora de la Fundación Max Uhle señala que el acceso nunca estuvo restringido a gente de otras nacionalidades. “Ha existido cierta flexibilidad a lo largo del tiempo. Venía alguien y pedía la venta de un espacio para sepultar a un yerno, a los suegros, cuñados, etc.”, relata Dammer.

No obstante, según el objetivo inicial de los fundadores, la mayoría de tumbas contienen los restos de alemanes llegados a la capital a finales del siglo XIX o a inicios del XX y de sus descendientes.

El espacio de 25 mil metros cuadrados fue adquirido por los europeos mediante la creación de la Compañía Comercial e Inmobiliaria a Clemencia Páez Espinosa, quien como parte del trato de compra-venta pidió un espacio para el enterramiento de ella y sus familiares.

En 1955, los miembros de la agrupación convirtieron a la compañía en la Cooperativa Mixta de Servicios Max Uhle. Cuarenta y dos años después, en 1997, la cooperativa fue convertida en la fundación que administra actualmente el cementerio.

Dammer atribuye a un sentido de comunidad propio de quienes se asientan en un país adoptivo la creación del espacio. No encuentra lógico que la causa hubiera sido que tal vez sintieran rechazo por parte de la población local por su origen o que los propios ciudadanos alemanes hubiesen decidido segregarse.

“Prueba de ello —menciona— es que existen ecuatorianos sepultados aquí”. Según la titular de la fundación, en la actualidad más bien se ven obligados a restringir las peticiones de compra de espacios debido al espacio reducido del que disponen.

A unos metros de allí, sobre la avenida Eloy Alfaro, la imagen de la estrella de David franquea la entrada al llamado cementerio judío.

Por cumplimiento de las normas de enterramiento derivadas de la religión, todas las tumbas se encuentran, en este caso, a nivel del suelo.

Ezequiel Rozencweaig, ciudadano argentino de origen hebreo que vive desde hace 4 años en el país, señala que aquello se relaciona con la sentencia bíblica “polvo eres y en polvo te convertirás”, por lo que se busca que los cuerpos estén en contacto con la tierra.

En la actualidad, debido a temas de espacio en Israel (Estado mayoritariamente judío) se estaría empezando a utilizar nichos; pero inclusive en dichos casos, como norma se estaría colocando tierra a los lados del sepulcro para cumplir en cierta forma con la costumbre.

Del mismo modo, a diferencia de los cementerios católicos, no existen imágenes religiosas en el sitio debido a que en la Torá (libro sagrado judío) está escrito: “No te harás imagen ni ninguna semejanza de lo que hay arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra”.

Rozencweaig afirma que las normas mortuorias judaicas establecen ritos sencillos. Así, por ejemplo, las disposiciones antiguas no establecen la necesidad de caja para enterrar a los judíos.

No obstante, debido al influjo de la modernidad, los practicantes de la religión son enterrados actualmente en ataúdes, pero se busca que sean simples, sin excesivas ornamentaciones.

Rozencweaig relata que entre los ritos funerarios judíos no se establece la costumbre del velorio, sino que los cuerpos son enterrados a la brevedad posible. Aquello porque los cadáveres están considerados en la ley hebrea entre los elementos más impuros.

Por ello, inclusive, existe la costumbre de lavar los cuerpos. No obstante, tras el entierro la ortodoxia dicta que se debe guardar una semana de luto. El rezo del kadish (santificado, en hebreo) por parte del hijo mayor del difunto forma parte de la ritualidad funeraria judía.

De acuerdo con el ciudadano argentino asentado en Ecuador, la tradición establece que en la lápida se coloque el nombre hebreo del fallecido; en el caso de los hombres, el que recibieron el día de su circuncisión.

LA CIUDAD PASÓ DEL RECELO A LA ACEPTACIÓN

El historiador y exCronista de la Ciudad Juan Paz y Miño señala que durante todo el siglo XIX y parte del XX hubo un recelo general en todo el país ante la presencia de extranjeros.

En algunos casos, incluso se prohibió la entrada de personas de algunas ‘razas’, en especial los chinos, por considerarlos una inmigración negativa.

La única excepción habrían sido los colombianos que, al igual que estos tiempos, se constituyeron desde el inicio de la República en el grupo mayoritario de inmigrantes extranjeros. En el caso de Guayaquil, dice Paz y Miño, la Revolución Liberal la volvió más abierta a los extranjeros.

Sin embargo, no habría ocurrido lo mismo en Quito debido a la gran influencia de la iglesia: la capital tardó más en mostrarse abierta a lo foráneo, sobre todo, si la persona o la actividad no tenía relación con el catolicismo.

No obstante, los primeros alemanes que llegaron a la capital en misiones educativas (entre ellos religiosos jesuitas) tuvieron aceptación.

Luego, grupos de alemanes y judeo-alemanes llegaron a finales de la década de 1930 y se integraron a la población.

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