Lo rural y lo urbano conviven en las zonas periféricas de la capital
Capulí, una mezcla de castellano y french poodle, de 2 años, acompaña a todas partes a María Sigchi, su propietaria. No es un can estéticamente bello pero, al menos, es uno de los mejores del barrio 2000, situado en el extremo sur de Quito.
Por las calles y callejones de ese sector transitan también Chip, Tarzán, Osito (...), otros canes que, de vez en cuando, se dedican a espantar animales de corral y personas desconocidas, principalmente.
Aunque son las 18:00, por este barrio y otros como Monte Rey, Tierra Mía, Los Trigales, La Dolorosa y Santospamba, vacas, cerdos y borregos caminan por las calles de tierra con total normalidad. Por eso, María sabe que existen altos niveles de robo de ganado.
Jorge Sierra, un latacungueño de 52 años, cuenta que se hizo albañil por necesidad. Acostumbrado al viento gélido de la zona, acelera los trabajos para terminar una pared. “Mientras haya luz natural estaré ubicando bloques”.
Por lo general, los moradores, que habitan en los alrededores de la maltrecha y larga calle Amable Viera, se dedican a la agricultura, la ganadería y la construcción.
Por ejemplo, Esther y Juan Toaquiza, su esposo, están preocupados por la cosecha de papas. Por 2 años consecutivos, ‘la helada’ (baja extrema de temperaturas) quemó parte de su sembrío. La exigua cosecha de 6 sacos se redujo a 3.
Dicen que ahora, su condición económica depende de su hijo Martín, licenciado en Historia, quien trabaja desde hace 5 meses en una escuela en la ciudadela Ibarra.
Los ancianos del sector aseguran que en la zona existen pocos profesionales (título de tercer nivel). “La mayoría estudia hasta el colegio”, aclara Zoila T., de 65 años.
Quienes han obtenido un título de tercer y cuarto nivel han abandonado el sector.
Algunos viven cerca de sus lugares de trabajo. Una excepción a ello es Angélica Soliz, abogada de 29 años, quien prefiere vivir junto a su madre y sus hermanos en el barrio Monte Rey.
Ella trabaja en una dependencia pública y su deseo es “ponerse un estudio jurídico en la zona para ayudar a los moradores. Hay muchas injusticias por estos lados”.
Para Leonor López, de 60 años, la zona está mejor que hace 12 años, cuando arribó desde Ibarra, junto a su esposo e hijos.
López, dueña de una de las pocas tiendas de la zona, asegura que todavía en los barrios (sector Marcospamba), se tiene el sentido de comunidad y se practican las mingas.
Debido a que algunos de los barrios están en proceso de regularización, no cuentan con servicios básicos como asfaltado y teléfono.
A pesar de que ya se aproxima la noche, Leonor cierra por unos 15 minutos su tienda, para dedicarse a cosechar algo de papa que servirá para preparar la cena.
Así como ella, varios vecinos tienen sus sembríos en la parte posterior de sus casas. Por ejemplo, doña Rosa, mientras le da maíz a un cerdo encerrado en un corral de madera, plásticos y otros cachivaches, cuenta que ese porcino será faenado el 31 de diciembre.
Esos lugares del sur están en pleno desarrollo urbanístico. Todavía existen lotes vacíos, otros están en construcción. La transformación de lo rural en urbano cada día es más notoria. (I)