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Las parroquias celebran a su modo Semana Santa

La música de la banda de Puéllaro es primordial en la procesión. Su música está compuesta de fúnebres notas, que son acompañadas con rezos. La pregrinación dura alrededor de 3 horas, pues el peso de las 12 andas hace que los fieles caminen muy lentamente.
La música de la banda de Puéllaro es primordial en la procesión. Su música está compuesta de fúnebres notas, que son acompañadas con rezos. La pregrinación dura alrededor de 3 horas, pues el peso de las 12 andas hace que los fieles caminen muy lentamente.
20 de abril de 2014 - 00:00

El viernes pasado, el Centro Histórico quiteño se convirtió en un hervidero de gente. Alrededor de 200 mil personas inundaron las calles de la zona colonial de la ciudad para asistir a la procesión de Jesús del Gran Poder, una de las expresiones de fe más conocidas y grandes del país, que se inició hace unos 50 años.

Lejos de ese despliegue de personajes (alrededor de 2.000 penitentes) y cobertura mediática, las parroquias rurales del Distrito recuerdan la muerte de Jesús durante la Semana Santa, con unos tradiciones y ritos específicos.

Un ejemplo de ello es Puéllaro, ubicada en la zona norcentral de Pichincha, en donde a lo largo de la semana que está finalizando, se realizan tres romerías. 

La primera de ellas tuvo lugar  la noche del martes pasado, aunque los preparativos de la procesión se iniciaron en la tarde de ese día.

En la iglesia, ubicada en la plaza principal del sitio,  cerca de una veintena de personas se reunieron apenas pasado el mediodía para iniciar los preparativos de la actividad nocturna, en la que participaron  más de 400 peregrinos.

El anda del Señor de la Agonía, cuya escultura representa a Jesús crucificado, fue la primera que se preparó. Marcelo y Hugo Rodríguez son “esclavos” de esa imagen.

Sobre sus espalda llevaban más de 100 ramas de carrizo que servirían para decorar el anda. Hugo dejó en el piso las plantas, mientras Marcelo se  subió al pequeño altar y con cintas amarró los tallos unos a otros a las estructuras de madera.

“Ser ‘esclavo’ es una tradición en este lugar, pues se obtiene esa condición de manera hereditaria. También implica que durante estas fechas seamos los encargados de llevar y decorar el anda”, comentó Marcelo.

“Yo heredé la ‘esclavitud’ de mi padre, quien murió hace más de 30 años y continuaré con este acto de fe hasta cuando tenga fuerzas para ello”, mencionó Hugo.

Con paciencia repitieron una y otra vez el tejido entre tallos, hasta que la madera desapareció entre el follaje. Solo una cruz de madera sobresalía entre el color verde;  a esa labor se sumaron 5 devotos más. 

Al concluir el proceso, los 7 ‘esclavos’ se dirigieron a la bodega de la iglesia, tomaron una escalera y bajaron la escultura de Jesús crucificado.

Luego, los devotos tomaron en brazos la imagen como si se tratara de un niño. Hugo sacaba los clavos de las manos de Jesús y los besaba, tras lo cual las extremidades cayeron como si mostraran cansancio.

Luego acostaron la imagen en una de las bancas, la limpiaron con pañuelos blancos y la colocaron en la cruz café del anda.

Mientras, el sol se ocultó tras las montañas y la noche sobrevino. Entonces, el parque cobró vida, pues más personas se unieron a la decoración de las andas; unos limpiaban la madera de la estructura y otros el rostro y las manos de las imágenes.

Al tratarse de una procesión noctura, las estructuras de soporte de las imágenes llevaban velas blancas.

Matías Valencia (5) y Dilan Enríquez (6) corrían a eso de las 19:00 tras las andas, para entonces iluminadas por cirios. Los niños tenían el encargo de encender el resto de velas y lo hacían alegremente a destiempo.

Los reclamos de los adultos no se hacían esperar: “No, todavía no tienen que prenderlas; quietos”, les decían, pero los pequeños hacían caso omiso y ejecutaban su tarea con más ahínco aun.

Dilan y Matías se detuvieron  frente a la imagen del Señor de la Bofetada y comentaron entre ellos: “Yo quiero llevar un anda cuando sea grande; por  eso me gusta ayudar a prender la velas de todos los santos”, dijo el primero.

Matías lo escuchaba con atención y le respondió: “Yo quiero llevar el anda más grande porque soy fuerte”. Tras lo cual se perdieron corriendo entre la multitud.

Cuando la procesión estaba a punto de empezar, las 12 imágenes que se veneran en Puéllaro emergieron a través de la luz de las velas sobre sus respectivas andas. A la cuenta de “3”, los ‘esclavos’ colocaron sobre sus hombros las estructuras que, según los pobladores de la parroquia, tienen más de 100 años.

El párroco Cornelio Navarrete, encargado de dirigir la procesión, comentó que la tradición nació aproximadamente en 1750, muy posiblemente en la vecina parroquia Perucho, que es más antigua.
En tanto que las imágenes que se pasean fueron elaboradas a mediados del año 1800, y varias fueron creadas en  San Antonio de Ibarra.

Conforme la marcha continuaba, más gente se unía a la procesión, la que acompañaba el acto con rezos y cantos al son de la  música que entonaba la banda del pueblo.

Algunas mujeres cubrían sus cabezas con velos, mientras sostenían rosarios con sus manos.  
Al llegar a la calle que lleva al barrio La Ciénega, con una inclinaciónde 45 grados, los rostros de los ‘esclavos’ mostraron agotamiento.

Medardo Morales (84 años), creyente en San Pedro, caminaba frente al anda en que se transportaba a esa figura. Contó que a pesar de tener una lesión en la pierna izquierda,  no deja de participar del acto religioso.

“Ahora es mi hijo Marcelo (46 años) quien carga el anda. Recuerdo claramente a mi padre preparando la estructura con mucha devoción. Yo era un niño, entonces, y solo pensaba en el juego. Cuando hacíamos mucha bulla,  mi padre nos castigaba por no respetar a la fecha”, recordó.

Antes de la medianoche, el recorrido terminó y las imágenes y sus devotos se reencontraron en el parque. Los rostros de los portantes denotaban cansancio.

Tras unos momentos, el silencio se adueñó del parque y la figura de Cristo fue descolgada de la cruz de la primera anda y guardada en una   urna de cristal dentro de la iglesia.

Los hombros de los ‘esclavos’  estaban enrojecidos y lastimados, pero ninguno se quejaba. Y haciendo un último esfuerzo guardaron de nuevo a las imágenes en el templo.

Diablos en Semana Santa

Todos los diablos del infierno se reunieron a inicios del Viernes Santo en la casa del demonio mayor en La Merced, comieron fenesca y tomaron un copa de licor  para celebrar la muerte de Jesucristo en la cruz.

Horas después, los demonios se tomaron la parroquia exhibiendo sus  largos cuernos y sus terroríficos rostros. Sus pisadas retumbaban en la calle y con las espuelas que portabana producían un  fuerte sonido.  Al mismo tiempo, el eco de sus risas provocaba escalofrío.
El diablo mayor o cacique encabezaba la fiesta. Su cabeza tenía 3 caras y más de 5 cuernos. En sus manos llevaba un libro de cuero negro y una pluma y mientras caminaba, escribía los nombres de las personas que se llevaría consigo al averno.

Tras de él iban unos 20 demonios, los que saltaban y reían de satisfacción por haber vencido a Jesús en la cruz; alzaban  sus trinches como símbolo de victoria.

A su lado caminaban cucuruchos y almas benditas rezaban acompañadas de verónicas.
La imagen de Cristo fue transportada en un anda, mientras los diablos  halaban de los brazos a quienes observaban la procesión, como amagando llevárselos con ellos.

Muchos gritaban y corrían al ver acercarse a las figuras, mientras  otros preferían esconderse entre la  gente. Pero al final, nadie escapaba a la acción de los seres infernales.

La escena es parte de una tradición que tiene lugar en la parroquia rural quiteña La Merced desde hace aproximadamente medio siglo.

Paúl Quimbiulco, quien interpreta a uno de los diablos desde 2007, contó que los mismos pobladores organizan el evento. Y añadió que las personas que participan en la procesión son los encargados de confeccionar sus propios trajes y fabrican sus máscaras.

Actualmente, 20 diablos integran la corte infernal que participa cada año en el evento religioso.
Pero no cualquiera puede ser demonio, pues debe cumplir con ciertas aptitudes que deben proponerse a prueba ante los demás integrantes y es una actividad que se hereda.

“Antes de mis padres salían otras personas. Esta es una costumbre religiosa muy antigua, pero empezó a tomar fuerza desde los años 60. En esa época salían de 3 a 5 diablos. Y a pesar de que una temporada se perdió la fiesta, los diablos que participamos actualmente la retomamos hace más de 10 años”, contó Quimbiulco.

La preparación de la fiesta inicia a las 06:00 del viernes, cuando el diablo capataz ofrece a sus diablillos fanesca, molo (puré de papa), arroz de leche y licor. Y en base de ellos se mantienen hasta el Domingo de Resurrección.

Tras la comida, la procesión empieza en la iglesia de San Francisco de Sanjaloma,  poblado ubicado a pocos minutos de La Merced, y avanza hasta la iglesia central. En el camino se unen más diablos.  
Pablo Quiga, quien fue elegido este año como diablo mayor, comentó: “Ser capataz significa no solo un acto de fe, sino también es una manera de preservar la identidad y tradiciones de nuestra parroquia. Mis padres y abuelos ya lo hicieron. Ahora queremos que todos conozcan nuestra fiesta”.

Tanto Paúl como Pablo coincidieron en que en un inicio quisieron formar un grupo de tan solo 12 diablos (en oposición a los 12 apóstoles), pero su trabajo fue llamando la atención y poco a poco se fueron uniendo más y más personas.

Algo característico en esa procesión son las máscaras, pues la creatividad aflora en sus creadores. Una de ellas, con 3 caras y más de 5 cuernos, obtuvo hace algunos años el primer lugar en un concurso organizado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana (CCE).

En la elaboración de las máscaras y  de los trajes participan las esposas y madres de los participantes, pues al momento de crearlas son las encargadas de dar los toques finales en su decoración e inclusive de salvar el alma de sus esposos, como dicen 2 de ellas.

Esto porque en torno a la fiesta se han creado varias leyendas, las que se han vuelto parte del ritual.
Janet Mosquera, esposa de Paúl, contó: “Cuando mi esposo se retrasa en la elaboración de la máscara, cosas extrañas pasan en casa como ruidos de pasos. Entonces ya sabemos que es hora de tener listo todo el traje”.

De igual manera, Nathalia Mejía, esposa de Pablo, señaló que durante esta época, su esposo no duerme bien. “Tiene pesadillas continúas y en la madrugada empieza a reírse”, señaló.
La fiesta culmina hoy, cuando un monigote que se asemeja al diablo capataz es colgado en la plaza central y fuego pirotécnicos empiezan a estallar por dentro, mientras los otros demonios huyen del lugar por la resurrección de Jesús.

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