Las viviendas mantienen su aire colonial y son parte del patrimonio de la urbe
Las casas del Centro Histórico de Quito son inmuebles de leyenda (Galería)
Una parte de la cultura de Quito se desarrolló a través de mitos y leyendas que han pasado de generación en generación, constituyéndose en una pieza importante de la identidad capitalina.
Las plazas, casas y calles del Centro Histórico hablan de esas historias, pues fue en este sector donde se supone deambularon personajes como Cantuña, el Padre Almeida, María Angula y tantos más, cuyos avatares al ser contados por los abuelos causaban más de un escalofrío a los asustados chiquillos de antaño.
Estas narraciones surgieron a partir de la conquista española, cuando varias de las tradiciones orales ibéricas se acoplaron a los mitos del nuevo territorio.
Alfonso Ortiz Crespo, cronista de la ciudad, señaló que las leyendas tenían como característica una enseñanza y puso como ejemplo la leyenda del Padre Almeida, quien después de su charla con el Cristo del crucifijo, se redimió y cumplió a cabalidad sus votos como sacerdote.
Según Ortiz Crespo, la leyenda de este tipo más antigua de la capital es la de Cantuña, transcrita por el historiador y clérigo jesuita Juan de Velasco. Ya en el siglo XX, una serie de autores acumularon varias leyendas recorriendo los barrios tradicionales de la ciudad y conversando con los moradores más antiguos del lugar. Este trabajo lo hizo, por ejemplo, la escritora Laura Pérez de Olea.
Aunque no solo los personajes del Quito antiguo fueron parte de las leyendas, sino también sus callejas angostas y sus oscuras plazas.
Pero no todas las edificaciones del centro se relacionan con asuntos ultratumba. Hay casas que deben su fama a eventos o historias más bizarros que fantasmagóricos.
Ese es el caso de la Casa del Higo, que fue construida en 1650 y está en la intersección de las calles García Moreno y Manabí.
El interior de esa estructura tiene las características tradicionales de una casa colonial: altas paredes, balcones, patios llenos de vegetación, columnas de piedra, cuartos amplios y fríos. Perteneció a 14 familias españolas hasta inicios del siglo XIX como la Gordillo.
La ‘leyenda’ de esa casa se refiere justamente al árbol de higo sembrado en el patio principal, cuyo frondoso follaje cobija los balcones de la vivienda.
Fausto Recalde, actual propietario, señaló que una de las historias tejidas en relación con el inmueble es la supuesta propiedad del árbol ubicado en su interior de dar la vida o la muerte a las personas.
Este mito urbano estaría relacionado con que las abundantes hojas son, por un lado, un gran fertilizante, pero que su consumo en infusiones puede provocar abortos.
El nombre de Casa del Higo se le atribuye al doctor Fernando Jurado, quien en su libro Casas del Viejo Quito (1992) da cuenta de las particularidades del inmueble. Una es que colindó con la Casa de los Estancos de Aguardiente, sitio que provocó una de las primeras y principales luchas populares de Quito.
Otra vivienda similar es la Casa del toro, ubicada en la esquina de Benalcázar y Olmedo. Contrariamente a lo que podría creerse, no se trata de la casa 1028, relacionada con la leyenda de Bella Aurora.
El inmueble habría pertenecido a Sebastián de Benalcázar y en 1750, fue adquirido por el canónigo Pedro Fuelles, quien mandó a esculpir en alto relieve la escena mítica de la pelea entre Hércules y el toro de Creta y de ahí el nombre.
Algunos vecinos señalan que la imagen servía a los padres para corregir a sus descendientes, a quienes hacían creer que el toro era, en realidad, hermano del otro personaje de la escena y que había sido convertido en animal por haber desobedecido.
Una historia poco conocida es la de la Casa de la Calavera, ubicada en las calles Rocafuerte y Quiroga. Esta le pertenece a Jorge Rivadeneira, tradicional creador de trompos de Quito. Según la historia de la vivienda, un antiguo dueño viajaba constantemente y su esposa lo engañaba; y la señal para su amante era colocar dentro de un zambo seco un par de velas. De lejos —dice la gente— el objeto se asemejaba a una calavera con ojos de fuego y de ahí el apelativo de la estructura.