La urbe, el hogar de ‘locos’ recolectores de objetos
La Red de Museos de la Ciudad tiene registrados alrededor de 70 espacios en donde se conservan obras de arte, reliquias, vestigios arqueológicos y elementos similares que dan cuenta de la riqueza histórica y cultural del Distrito Metropolitano de Quito.
Algunos de esos sitios son manejados por el Cabildo capitalino (Museo de la Ciudad, Museo Camilo Egas, Museo de Cera, etc.); otros forman parte del legado acumulado a lo largo de los siglos por las órdenes religiosas presentes en la capital (Fundación Iglesia de la Compañía de Jesús, Museo Pedro Gocial, entre otros); hay sitios en los que se guardan objetos acumulados por organismos estatales (Centro Cultural del Instituto Geográfico Militar, Museo Templo de la Patria, etc.) y algunos más que han nacido a partir de colecciones privadas, tal es el caso de la Capilla del Hombre y la Casa Museo Kingman.
Sin embargo, también existen lugares, en su mayoría, poco conocidos, en los que se atesoran elementos que responden al interés particular de personas a las que comúnmente se califica como coleccionistas.
Uno de ellos es el hogar de Rodrigo Dueñas (73), ubicado en las calles Pedro de Alfaro y Gonzalo Díaz de Pineda del barrio La Villa Flora (sur), donde este creó el museo multitemático Yoguito.
El inmueble, según su propietario, fue una de las primeras villas que se construyeron en el sector hace 69 años, pues aunque su familia proviene de Ambato, Rodrigo llegó a la urbe cuando contaba con 2 años.
Su padre, Wigberto, fue maestro, periodista y actor, representando con éxito por alrededor de 50 años al personaje cómico ‘El Indio Mariano’.
Docente de corazón, pero arquitecto de profesión, la vida de Rodrigo siempre fue una aventura, pues a sus 19 años decidió estudiar en Chile, aunque previamente recorrió varios países de América del Sur.
Fue durante aquellos viajes que se inició su afición por coleccionar, maravillado por las especies animales que observó durante su trayecto.
Por ello, al cabo de los años al ingresar en su vivienda, es posible observar las primeras colecciones de insectos, entre los que se cuentan diferentes especies de mariposas, además de cientos de libros.
Una gradas espirales son el camino hacia el segundo piso, donde se puede observar un sinfín de especies de animales, plantas, restos arqueológicos, fotografías, documentos y otros elementos, que el ambateño ha ido guardando por 50 años.
La gran diversidad de objetos que forman esta colección hacen imaginar que su propietario posee un espíritu inquieto y abierto.
Así, en las estanterías de esa casa del sur de Quito, el visitante tiene a su alcance un abigarrado mosaico en el que se conjugan estrellas de mar; una mandíbula de tiburón que le regalaron unos pescadores de Santa Elena cuando laboraba para una empresa petrolera; el caparazón de una tortuga galápago; un tigrillo; monos y varias especies de aves, todos embalsamados. Mientras que en frascos llenos de formol hay guardadas serpientes de distinto tipo como la mata caballo, la chonta o la culebra boba.
El hombre aclara que nunca ha cazado y que todas sus preciadas posesiones biológicas son animales encontrados o regalados ya muertos.
Tiene, además, un gran archivo bibliográfico relacionado con hechos históricos relevantes tales como la firma del Protocolo de Río de Janeiro o una reedición del periódico Primicias de la Cultura de Quito, el primer períodico del país.
“Empecé a amar más la naturaleza de nuestro país tras recorrer los territorios de Perú y Chile”, dice. Y añade que su colección se fue incrementándose cuando, convertido en maestro en Quito, empezó a realizar giras de reconocimiento con sus alumnos con el fin de cumplir su sueño de proporcionarles una educación práctica antes que teórica.
Unas de las piezas arqueológicas de más valor que posee en su museo privado es una de piedras ceremoniales de los amantes Sumpa, que obtuvo cuando participó en las excavaciones de ese sitio allá por el año 1964.
El hombre afirma que organizar su extensa colección le tomó alrededor de 3 décadas.
Pero al parecer, su amor por coleccionar solo cesará con su muerte, pues hace 4 semanas encontró y recogió un pequeño chucuri, un animal andino muy parecido a la ardilla, a pocas cuadras de su casa. Un auto atropelló al animal y Rodrigo lo recogió y lo disecó.
“Esta colección nunca se acabará, pues siempre hay algo por descubrir”, ratificó el coleccionista.
Más de mil objetos componen este museo, algunos de ellos fueron donados por alumnos y padres de familia de su antigua escuela. Rodrigo menciona que halló varias de las piezas con sus alumnos, pero que al ser llevadas al plantel, las autoridades no les concedieron valor, por lo que se las llevó a su casa.
El museo lleva 4 años abierto a la comunidad y atiende de lunes a viernes, cuando grandes y chicos pueden rememorar junto a su creador y único guía las aventuras que llevaron a formar la singular colección.
Un espacio para los amantes de las ciencias sociales
La biblioteca Gil Vela, ubicada junto a la iglesia de El Belén, en el sector del parque La Alameda (entrada al Centro Histórico), es un lugar con un encanto especial; los jardines de la capilla atraen a los lectores que se acercan al sitio.
El inmueble en el que se ubica el espacio bibliográfico es muy antiguo y cuenta con pisos, puertas y ventanas de madera. En sus paredes hay fotografías tomadas hace décadas que muestran detalles de Quito, también algunas pinturas. Unas cortinas blancas separan al mundo exterior de los libros.
Los propietarios del sitio son los integrantes de la familia Vela-Vargas, que vive en ese lugar desde hace más de 30 años.
El espacio guarda alrededor de 20 mil libros en sus estantes, la mayoría de ellos dedicados a las ciencias sociales o relacionados con profesiones liberales: así, textos de filosofía, literatura, derecho, historia, además de una hermosa colección de arte están albergados allí.
Ana Vargas (62), la actual propietaria del lugar, comentó que el amor a la lectura y a los libros siempre estuvo presente en su familia y que fue su esposo Enrique Gil Vela, quien se encargó en crear la biblioteca, labor a la que dedicó muchos años.
Según la mujer, la colección empezó por el área de derecho, pues su esposo fue abogado. Y que luego, poco a poco, fueron adquiriendo más libros, además de revistas, textos editados, etc.
La propietaria indicó que hay varias joyas en la biblioteca, entre ellas, una colección de primeras ediciones de literatura ecuatoriana.
El sitio se encuentra ordenado bajo el sistema decimal de clasificación Dewey; es decir, por orden de materias.
Cuenta que el establecimiento del lugar la llevó a estudiar Bibliotecología en la Universidad Estatal de Bolívar, una carrera extensa, pero a la que le tomó gusto porque todos los días encontraba cosas nuevas para aprender.
“Mi esposo siempre tuvo la intención de hacer pública la biblioteca, pero no sabíamos cómo organizarla. Entonces se abrió la carrera a distancia en Bolívar y yo empecé a estudiar. Luego creamos la carrera en la Universidad Cristina Latinoamericana (UCL), pero esa institución se cerró y ahora, en la ciudad no existe. Pienso que es necesario que exista esa posibilidad de estudios porque las bibliotecas necesitan una trato adecuado”. aseguró la anciana.
Actualmente, Vargas busca la manera de publicitar el espacio, a fin de que tenga más acogida del público, pues —dice— que muchas veces la consulta de las obras que existen allí se queda solo en un reducido círculo de familiares y amigos.
A pesar de ello, el sitio no deja de recibir diariamente a estudiantes y amantes de la lectura. La dueña no cree en la contraposición entre tecnología y libros físicos; cree, más bien, que ambas tendencias deben complementarse.
“Las bibliotecas no deberían desaparecer nunca. Es un error creer que las bibliotecas son solo un depósito de impresos. Al contrario, estamos conscientes de que debemos ayudar a promocionarnos y a trabajar con las nuevas tecnologías”, aseguró.
Por ello, actualmente, en la biblioteca Gil Vela se está aplicando un nuevo software para la búsqueda de obras, mediante el cual se puede encontrar un libro fácilmente.
Ana cree que uno de los desafíos de los bibliotecarios, y en sí de las bibliotecas, es que vuelvan a funcionar a través del Sistema Nacional de Bibliotecas (Sinab), por lo que espera que autoridades de los Ministerio de Educación y Cultura tomen la iniciativa de retomar su funcionamiento.
Rescatando la identidad de una antigua comunidad
Wladimir Cabascango (21) vive en la súpermanzana C del barrio Carcelén, ubicado al norte de la ciudad.
Se trata de un estudiante de comunicación y fotografía en la Universidad San Francisco de Quito (USFQ), que emprendió la tarea de recopilar imágenes que muestran la historia y transformación de su sector.
Actualmente pertenece a la directiva de su barrio y la idea de coleccionar fotos nació con el objetivo de fomentar la unión del sector a través del arte, la cultura y la solidaridad entre vecinos.
La historia empezó cuando Wladimir y otros moradores del barrio emprendieron la recuperación de espacios públicos, sobre todo, la casa comunal; y lo consiguieron tras una lucha de 3 años contra la antigua dirigencia barrial.
Para ello, en 2010, la comunidad inició un proceso de reorganización a fin de vencer la apatía reinante.
Entonces, el plan de coleccionar y presentar las fotos del Carcelén de ayer y hoy fue un proyecto complementario establecido con el fin de recuperar la identidad de los habitantes, según Wladimir.
“La casa comunal fue un lienzo en blanco para la exposición. En los días de la muestra llegaron más de 250 moradores del barrio”, afirmó.
Tras un trabajo de investigación y recolección que le tomó 2 meses, el dirigente recopiló más de 100 fotografías que muestran la historia del sector. En este primer proceso, alrededor de 17 familias colaboraron con la recopilación y cedieron los derechos de las imágenes a la directiva.
Las fotos seleccionadas datan de las décadas de 1970 y 1980, en el inicio del poblamiento de la zona.
Por ejemplo, existen registros fotográficos de Jaime Roldos, expresidente de la República, inaugurando la Súpermanzana C, 2 días antes de su muerte ocurrida el 24 de mayo de 1981 en un extraño accidente aéreo ocurrido en la provincia de Loja. También existe multipliciad de imágenes que muestran el desarrollo que se ha presentado en el sector.
Wladimir asegura que seguirá buscando fotografías que reflejen la memoria histórica de su barrio, incluidas las del presente; y que continuará preparando exhibiciones de su “arqueología fotográfica”, con el objetivo de que las nuevas generaciones conozcan el origen y las transformaciones de la zona.
Asegura que cuenta con el respaldo de sus vecinos. Argumenta, por ejemplo, en favor de esta idea que desde diciembre de 2012 la antigua dirigencia quiso desalojar arbitrariamente de la casa comunal recuperada a la nueva administración; entonces los vecinos, espontáneamente, se organizaron para hacer una campaña de concienciación sobre la situación del barrio y respaldar el proyecto.
Datos
El museo Yoguito se abre de lunes a sábado, de 08:30 a 13:00 y de 15:30 a 19:15. Se halla en la esquina de las calles Pedro de Alfaro y Gonzalo Díaz de Pineda, en la Villa Flora.
La Biblioteca Gil Vela atiende al público de lunes a viernes, de 08:00 a 18:30. Este espacio para la lectura y la investigación se encuentran cerca de la iglesia de El Belén.
La exposición de imágenes históricas de Carcelén contó con fotografías del mexicano Roberto Rocha. La colección de material continúa en la zona.
En el Comité de Desarrollo Comunitario de la Súpermanzana C del barrio Carcelén, se realizan diversas actividades culturales, deportivas y familiares. El teatro Aya Hatariy presenta obras de teatro. Por ejemplo, desde el 31 de mayo se presentará la obra Edipo.