Las parroquias calderón, el condado, quitumbe y solanda agrupan la mayor cantidad de empresas dedicadas a la conversión de materias primas de la capital, de acuerdo con datos de la última encuesta económica realizada en el ecuador.
La manufactura se concentra en 4 zonas del Distrito
La caracterización social de Quito tuvo relación durante la Colonia con la actividad que desempeñó la iglesia Católica como el organismo encargado de establecer, en la práctica, los usos que se le daba al suelo.
Así, algunos sectores de la urbe se caracterizaron porque sus habitantes eran de origen hispano o criollos descendientes de españoles. En otros, se estableció a la población mestiza y, en algunos, especialmente a los indígenas.
El proceso es descrito por el historiador Manuel Espinosa Apolo en su libro Insumisa Vecindad, memoria política del barrio de San Roque.
En dicho texto, Espinosa Apolo relata que en 1568, por ejemplo, el obispo Pedro de la Peña creó las parroquias de indios San Sebastián y San Blas.
En 1580 se crearon oficialmente los sectores Santa Bárbara y el Sagrario, lugares donde vivió la élite española. Diez años más tarde se conformaron los barrios San Marcos, Santa Prisca y San Roque, que fueron zonas donde se estableció la población india y mestiza.
Según la citada obra, para 1577, los mestizos conformaban la tercera parte de la población de la ciudad que, para entonces, sumaba unas 3 mil personas.
Espinosa indica en su texto que la situación cultural de ese grupo poblacional, además de su inconformidad con el trato que les daban los españoles, fue el detonante para que ese segmento se revelara y originara las revueltas que marcaron la vida política y cotidiana de Quito.
Esta distribución etnodemográfica significó, también, una división en el uso que se le daba al suelo y, por consiguiente, una suerte de especialización de los habitantes de cada zona de acuerdo con los oficios que estos desempeñaban.
Así, datos históricos ubican al sector de San Roque y a sus alrededores como un punto de comercio desde la época precolombina cuando, según los cronistas, en las cercanías (específicamente la plaza de San Francisco) funcionaba un espacio a la manera de un mercado o tianguez, como pasado a designarse en los últimos años a ese tipo de lugares existentes antes de la llegada de los europeos. Esto fue confirmado por los españoles allá por 1560.
Posteriormente, detrás del convento y hacia el sector de San Roque se establecieron huertos conocidos como Los Altos del Pichincha. Espinosa Apolo indica en su texto que los tianguez y parcelas fueron de vital importancia, pues la producción agrícola y su comercialización constituyeron el eje articulador de la economía popular y de subsistencia de los barrios capitalinos.
Esta situación se mantuvo con el transcurso del tiempo y a mediados de la década de 1940, la 24 de Mayo era una calle que concentraba el comercio informal del sector, que estaba conformado por la venta de botellas, muebles, ropa usada y elementos como aves que ‘predecían’ la suerte, puestos de flores, además de salas de cine que atraían la atención de los quiteños.
El crecimiento posterior de la ciudad no cambió este panorama y en la década de 1970, el Municipio construyó el actual Mercado de San Roque, manteniendo a la zona como dinamizadora de la relación entre las áreas urbanas y rurales.
Este papel ha sido cuestionado en los últimos años, pues se atribuye al lugar de expendio la generación de problemas tales como tráfico vehicular e inseguridad.
Y por ello, la alcaldía de Augusto Barrera estableció un plan que consistía en la refuncionalización del espacio, para convertirlo en un sitio de comercio al menudeo y eliminar su giro de mayorista. Esto se previó con el fin de eliminar la llegada a la zona de grandes camiones y disminuir así los niveles de circulación vehicular.
Así como el sector en torno a San Roque se convirtió, primero, en un abastecedor de alimentos para los habitantes de la ciudad y luego en un espacio de distribución de los productos de que llegan de otras partes del país, otras áreas del Centro Histórico adquirieron una especialización laboral.
Esta característica hizo que los quiteños bautizaran de determinada manera a algunas vías del Centro Histórico, nombres que permanecieron en la memoria de la ciudad hasta bien entrado el siglo XX, en algunos casos.
Así, la actual Venezuela era conocida como la calle de La Platería; la Guayaquil era denominada como calle Del Comercio Bajo; la Flores era la calle de Las Herrerías, en el tramo comprendido entre su intersección con la Junín y la Plaza de Santo Domingo. Esa misma vía era conocida como De La Carnicería en la parte cercana a la Plaza del Teatro, donde se ubicaba antiguamente el camal de la ciudad.
En la actualidad, esas denominaciones son recordadas a través de placas colocadas cerca de la nomenclatura moderna.
A partir del siglo XX
El propio Manuel Espinosa Apolo en su estudio Mestizaje, cholificación y blanqueamiento en Quito señala que la ciudad empezó a expandirse desde inicios del siglo pasado.
Y cita al investigador Fernando Carrión al aseverar que este “considera que el área absoluta de la ciudad pasó de 172,7 ha en 1904 a 1.335 ha en 1950, lo que significa que la ciudad creció más de 7 veces en ese período”.
Espinosa también señala que de manera paralela, “desde finales del siglo XIX la población de Quito (también) creció aceleradamente. Si en 1894 la urbe tenía 40 mil habitantes, al finalizar la primera mitad del siglo XX la ciudad llegó a contar con 209.932 habitantes. De esta manera, la cantidad se multiplicó por 5.
Este crecimiento guardaría relación con un proceso de migración interna generado en las zonas rurales de la provincia de Pichincha y proveniente también de las vecinas Imbabura (norte), Cotopaxi y Tungurahua (ambas ubicadas en el centro andino).
Estos movimientos demográficos habrían generado, por un lado, tensiones entre quienes vivían en Quito y los recién llegados y, por otro, cambios en las dinámicas sociales y una reestructuración urbana capitalina.
Como parte de este último proceso se habría generado la ‘migración’ a partir de los años veinte de los integrantes de las clases pudientes de la ciudad a sectores ubicados al norte del Centro Histórico tales como los actuales barrios La Mariscal y La Floresta.
Según el citado texto de Espinosa Apolo, “para las décadas de los treinta y los cuarenta, gracias a la acción municipal que impulsó la construcción de viviendas populares y de barrios llamados ‘obreros’ como Chimbacalle, Chiriyacu, La México y La Villa Flora, la configuración del sur de la ciudad fue un hecho”.
Este último barrio (La Villa Flora), por ejemplo, celebró en mayo pasado sus 69 años de creación. El sector se integró a la ciudad en 1945, cuando la familia Fernández Salvador vendió su hacienda Flora a la entonces Caja de Pensiones (hoy IESS).
Aquel año, 14 familias se convirtieron en los primeros habitantes y es así como nació la ciudadela en torno a lo que hoy es la calle Gonzalo Díaz de Pineda.
Los antiguos moradores todavía recuerdan que quienes dieron vida a la Villa Flora fueron obreros y artesanos que lograron, en aquel entonces, obtener préstamos de 30 mil sucres para financiar la construcción de residencias en terrenos de 140 metros cuadrados.
Los habitantes de esas zonas eran, en efecto, familiares de personas que habían llegado a la ciudad para trabajar en las fábricas que empezaban a abrirse o sustentaban negocios propios en base de algún tipo de habilidad para transformar materias primas.
El crecimiento de la ciudad, potenciado durante la década de los sesenta y los setenta, y la diversificación de su economía generaron también otras especializaciones zonales.
Así, por ejemplo, el barrio América, ubicado al pie de la loma de San Juan, es conocido desde hace décadas como el ‘sector de las imprentas’, por albergar a una gran cantidad de estos negocios.
Quienes realizan este tipo de labores en esa zona aseguran que la concentración de pequeñas empresas de esa clase allí no obedece a ninguna política municipal de uso de suelo.
Ese es el caso de Wilson Machuca (35 años), quien instaló la Imprenta Mac en el área hace 2 meses luego de probar suerte en el sur y centro-norte quiteños.
Según el orense, las imprentas del sector no reciben ningún tipo de incentivo, sea tributario o de alguna otra naturaleza, para operar allí.
Para Machuca, quien aprendió el oficio cuando tenía 19 o 20 años en la misma zona, la razón principal para establecer este tipo de negocios alrededor de la calle Río de Janeiro radica en una especie de complementariedad económica.
El pequeño empresario lo explica diciendo que por allí “se pueden encontrar firmas dedicadas a la provisión de materias primas (tinta, papel, etc.), así como a dar mantenimiento a la maquinaria o prestar servicios de diseño y diagramación”.
Una opinión similar la tiene Alejandro Mejía (52 años), quien posee un negocio similar en la misma zona desde hace unos 16 años.
Para Mejía, originario de la provincia del Carchi, la causa de que existan tantas imprentas alrededor de la iglesia del Perpetuo Socorro no tiene misterio. “Simplemente llega una persona como operario a una empresa del sector, aprende los secretos del oficio y, después de algún tiempo, decide aventurarse y establece su propio negocio por aquí mismo”, sostiene el hombre basado en su propia experiencia.
El impulso de la manufactura
La sectorización económica de la ciudad se produce también en otras zonas y en otras actividades. Así, las labores financieras y de servicios se concentran en el centro-norte capitalino, en el área de la ciudad comprendida entre las avenidas Patria y Naciones Unidas.
Del mismo modo, las actividades manufactureras se ubican mayoritariamente en el extremo norte y sur de la urbe (Calderón, El Condado, Quitumbe y Solanda), de acuerdo con datos recogidos en un informe del Instituto de la Ciudad.
Según el documento, un total de 10.450 establecimientos, 72.045 empleos y 142 mil integrantes de la Población Económicamente Activa (PEA) del Distrito Metropolitano de Quito (DMQ) están relacionados con la manufactura.
Esto corresponde al 10% del total de establecimientos a escala nacional, al 27% de empleos en este sector productivo del Ecuador y al 34% de las ventas relacionadas con la materia del país.
El 28% de las grandes empresas del sector (más de 100 empleados) en el Distrito se asientan, según el criterio de Administración Zonal, en La Delicia (18), las que dan trabajo al 25% del total de personas ocupadas en firmas grandes de esta rama económica.
El Instituto de la Ciudad señala al respecto que “en estas localizaciones se pueden identificar relaciones de complementariedad o competencia a partir de la identificación de la actividad que realizan las grandes empresas”.