La Floresta es el nuevo polo del entretenimiento
Ni la lluvia detiene el ambiente bohemio en La Floresta, en el centro-norte de Quito. La zona no es como la Foch (La Mariscal), donde hay ruido y música por doquier, y sus visitantes agradecen eso.
En las 76 manzanas del patrimonial barrio se diversifican desde hace 10 años una serie de lugares de entretenimiento y ocio menos ‘escandalosos’.
A las 19:30, Patricio López, guitarrista y cantante, esquiva los charcos de agua. Camina de prisa a un bar en la avenida Isabel La Católica, pues a las 20:00 dará —con su grupo— un recital de música romántica y de pop.
En otro punto, Paola Cevallos y su novio Franklin Zapata, luego de una “jornada laboral extenuante”, ubican su vehículo (Forsa de 1998) en la calle Toledo. Su plan para la noche es comer hamburguesas y, posteriormente, disfrutar de unas buenas ‘frías’ (cervezas).
Conforme avanza la noche, los lugares libres para estacionar se reducen y el tráfico aumenta. Los cuidadores hacen maniobras de todo tipo para que los conductores ocupen hasta el más estrecho espacio de las aceras y calles de La Floresta, que cumplirá 100 años en mayo próximo. “Ahí me ayuda con cualquier cariñito”, sonríe Martín, uno de los custodios, quien gana aproximadamente $ 15 cada noche.
Esta centralidad del ocio alberga restaurantes de todas las categorías, tiendas, bares, karaokes, cervecerías y espacios culturales.
Uno de los primeros restaurantes en abrir es La Gloria. Su administrador, Diego Sánchez, dice que la zona empezó a popularizarse hace 2 años debido a las nuevas demandas de los clientes.
Asegura que en La Floresta, así como en Guápulo, los inversionistas encontraron 4 características básicas: lugar céntrico, disponibilidad de parqueaderos, seguridad y terrenos amplios y cómodos.
“Como el lugar no es tan turístico hay más seguridad. Sin embargo, la tranquilidad del barrio se vio alterada”. Aquello provocó el rechazo de los moradores, quienes hasta han denunciado públicamente la presencia de estos centros de entretenimiento en la zona.
Rocío Bastidas, presidenta del Comité Promejoras de La Floresta, dijo que el barrio reúne características específicas para que se haya convertido en un nuevo punto de bohemia.
Explica que los bares situados en La Mariscal sufrían por la inseguridad. Por eso eligieron sitios más tranquilos, donde su clientela puede disfrutar “en paz”.
Eso conllevó a que se ubiquen estos negocios en barrios residenciales e “irrumpan con la vida de la comunidad. Y también llegaron los problemas como la inseguridad”.
La elección de La Floresta y La Vicentina también se debe —según Bastidas— a la falta de una política de zonificación por parte del Municipio de Quito.
Sustenta su argumento en la Ordenanza 135 sobre el Plan Especial de Ordenamiento Urbano del Sector La Floresta, en el cual “se prohíbe los negocios de diversión (bares). Pero en los últimos meses han dado permiso a 40 bares y esto debe parar”.
Fernando Carrión, catedrático y urbanista, asegura que toda ciudad tiene ‘zonas rosa’, que albergan el ocio y turismo. Reconoce que La Mariscal fue la primera, pero con los años se congestionó y “aparecieron al oriente de Quito nuevos lugares con casonas grandes y con atractivos en sus paisajes”.
Según el experto, una de las ventajas de La Floresta, Guápulo y La Vicentina es que están situados en el centro de la ciudad. “Cuando colapsen esas zonas, los negocios se extenderán a los valles, donde existen crecimientos poblacionales”.
Pese a su ubicación geográfica (riberas de la quebrada del río Machángara), Guápulo también se ha convertido en otra ‘zona rosa’.
Bajando por el sector del Hotel Quito, en la avenida Caminos de Orellana, existen al menos 7 bares-cafés, lugares preferidos por literatos, músicos, poetas y artistas.
Uno de ellos es Ananké, especializado en pizzas cocinadas en horno de leña. Su administrador, Christian Cruz, dice que el sector tiene una vista única del valle de Quito. “Se puede disfrutar de bandas de pueblo, de canelazos, vinos y cocina tradicional. Esas características no las tienen La Foch u otros lugares, por ejemplo”.
Otro espacio concurrido es Palo Santo. Su dueña, Gladis Rondal, busca atraer a más clientela e impulsar el turismo local a través de la presentación de bandas de pueblo.
Pero también hay detractores, quienes denuncian que esos bares alteran la armonía del barrio y piden al Cabildo mayor control. (I)