Familiares recordaron a sus muertos con música y comida en cementerios de Quito
Como en los viejos tiempos, María Simbaña reza al menos 3 padrenuestros y 2 avemarías, mientras sostiene un plato de comida típica: chochos, tostado, fritada y un par de tortillas. Esa peculiar combinación culinaria es degustada por Efrén y Elena, sus hijos de 16 y 22 años.
Esa tradición es muy común en el cementerio de Calderón, al norte de Quito. "Con ello queremos que nuestras almas estén alegres y presentes", puntualiza María, de 58 años. En ese panteón yacen sus abuelos, un hermano y sus 2 primos. Estos últimos fallecieron en 2003 tras un accidente de tránsito en la 'Curva de la Muerte', en el sector de Papallacta (Napo).
Por este día, los visitantes recuerdan a sus seres queridos con serenatas, flores, misas y comida. "Era una buena mujer", recuerda Leonardo, mientras decora el nicho de su esposa Blanca, quien pereció hace 17 años.
Afuera, el comercio inunda las calles circundantes del cementerio. Flores, comida típica (guaguas de pan y colada morada), y otros objetos de decoración son ofertados desde los $ 0,50 hasta los $ 2,50.
Marlene Arteaga, de 47 años, quien ofrece coronas, indicó que las ventas han disminuido este año. "No entiendo el motivo de esta merma".
En cambio, en el Cementerio Parque de los Recuerdos el movimiento es diferente. Cientos de jóvenes con brocha y un frasco de pintura en mano, ofrecen los servicios a los visitantes para decorar y arreglar las lápidas.
Fabián asegura que dependiendo de los arreglos, el costo del servicio puede variar. "Si la tumba está muy afectada el arreglo cuesta $ 10, si no es así, el valor es de $ 5".
No son los únicos que tratan de lucrar en esta fecha, un trío de adolescentes colombianos rinden homenaje, a través del (lamento) vallenato, a los difuntos.
David, Alexander y Yeisson, de 16, 14 y 13 años, respectivamente, con acordeón, caja vallenata y guacharaca, cantan al frente de la tumba. "No tenemos una tarifa, todo depende de la voluntad de quienes nos contratan".
Roberto Chávez, de 60 años, fue uno de los clientes. A través de dos melodías recordó a sus padres. Posteriormente, sus otros hermanos y sobrinos se sumaron a rezar. (I)