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En el sitio aún es posible hallar preparados y remedios ‘a la medida’

En la Botica Alemana aún se practica la alquimia

Según los propietarios de la Botica Alemana, el 90% de sus clientes rd de escasos recursos. Foto: Fernando Sandoval / El Telégrafo
Según los propietarios de la Botica Alemana, el 90% de sus clientes rd de escasos recursos. Foto: Fernando Sandoval / El Telégrafo
30 de noviembre de 2014 - 00:00 - Redacción Quito

Agua de rosas para tonificar la piel; leche virgen para humectarla; jarabe yodado de rábano para fortificar los bronquios y evitar la pulmonía y el jarabe de achicoria para el malestar estomacal son parte de las alrededor de 600 recetas desarrolladas por Jorge Paredes desde hace 60 años.

Ubicada en las calles García Moreno y Bolívar, en pleno Centro Histórico, la Botica Alemana tiene una historia de 139 años. Según el libro La Ciudad y los otros, para 1914 era uno de los 13 negocios de ese tipo establecidos en la capital.

En primera instancia, la botica perteneció al médico alemán Alejandro Kiwy (1875). A finales de la década de los cuarenta, la familia de Paredes la compró, con la idea de mantenerla y hacerla prosperar. Jorge era uno de los farmacéuticos más reconocidos de Loja, ciudad de donde provenía la familia.

El historiador Juan Paz y Miño comentó que, en aquella época, el tema de salud no era visto como un derecho y por ello no se implementaban políticas públicas de salubridad y no existían suficientes hospitales en Quito. En contraposición, la salud estatal era catalogada como un servicio de caridad.

A finales del siglo XIX e inicios del XX, en la ciudad existían médicos familiares que hacían visitas domiciliarias. En tanto que las boticas se constituyeron como negocios privados. Las 2 más importantes de la capital eran la Alemana y la Bolívar, ubicada en el barrio San Blas.

De aquellas 2, solo perduró la primera (Alemana), que hoy es administrada por los 5 hijos de don Jorge. En el lugar aún es posible observar escenas de las farmacias de antaño en las que el médico recetaba la dosis de un medicamento y este era preparado personalmente por el boticario.

Inés Paredes trabaja en la botica de su padre desde su juventud y ama el legado familiar. Foto: Fernando Sandoval / El Telégrafo

No obstante, en la Alemana es posible encontrar todos los medicamentos que se requieren para una receta: desde los medicamentos modernos, preparados por las grandes empresas farmacéuticas en cadena, hasta los más antiguos. “Mi padre siempre nos dijo que el trabajo ennoblece. Ese fue el legado que nos dejó. Siempre lo recuerdo concentrado, escribiendo, preparando compuestos medicinales, que recogió en una gran libro, que es parte del tesoro de la familia”, comentó Inés Paredes (65 años).

Según la copropietaria de la botica, el 90% de los actuales clientes cuenta con pocos recursos económicos. Sin embargo, todos los días, es posible observar grandes filas de personas en busca de su receta.

Eulalia Benavides (72), una antigua cliente, recordó que “el doctor Jorge —como era conocido— era muy correcto y gentil. Cuando notaba síntomas de alguna enfermedad en alguno sus clientes enseguida lo atendía y le recetaba. Nunca dejaba que alguien saliera con las manos vacías y menos sin que una esperanza de curación”, comentó la mujer.

En el laboratorio van y vienen los empleados pues la demanda es alta. Detrás de los mostradores, todavía existe el lugar donde se realiza la magia. En los estantes se observan los elementos químicos que forman los medicamentos distribuidos en frascos de vidrio y plástico.

Bicarbonato de sodio, Triconolatemo, salicilatos, benjuina, óxido de zinc, ácido bórico, glucosa, lactosa, entre otros, son parte de los compuestos con los que se crean artesanalmente las medicinas. Algunos de ellos incluso son vendidos al peso, pero siempre que hayan sido prescritos por un galeno.

Varios clientes provienen de otras ciudades, pues es prácticamente la única farmacia en donde se hallan medicamentos convencionales y alternativos a precios bajos.

Inés señaló que el talento para la farmacéutica lo heredaron sus hermanos, quienes mantienen con vida al negocio: “Mis hermanos y yo fuimos empleados de mi padre. Recuerdo que al graduarnos del colegio, enseguida nos hacía trabajar en la botica. Teníamos que ser muy responsables, pues mi papi era muy estricto; no podíamos salir ni pedir permiso para hacer algo distinto; teníamos que cumplir con nuestro horario de trabajo”, aseguró.

Vinagre arsénico, miel rosada, violeta de genciana, aceite de nieve, están entre las recetas desarrolladas por don Jorge y que aún son solicitadas por los clientes.

Según Paz y Miño, las composiciones de medicinas recetadas dejaron de elaborarse en la práctica a partir de los años 70 del siglo pasado. Sin embargo, como queda dicho, en la Botica Alemana es una tradición que se resiste a desaparecer. Por ejemplo cuando un niño nace con problemas cardíacos, en el emblemático sitio capitalino le preparan un compuesto que lleva por nombre Sildehajil, el cual está elaborado con Tironolactemo.

Pero en el lugar también se atiende el cuidado de la belleza, pues en la Alemana existen un sinfín de productos para la piel, el cabello, reducción de medidas, entre otras necesidades. Por ejemplo, el aceite de naranja sirve para evitar la celulitis, la miel rosada se utiliza cuando la piel sufre de algún tipo de irritación como las quemaduras causadas por el sol y el aceite de almendras y manzana restaura la fibra y el brillo capilar.

Sonia González, propietaria de un salón de belleza, comentó que ella siempre coloca aceite de Almendras en el cabello de sus clientes y que el mejor preparado lo encuentra en la Botica Alemana, a donde ha acudido por más de una década.

En 2013, el inmueble donde funciona el negocio fue incluido en el inventario del Centro Histórico (3.900 bienes inmuebles). Para la familia, este nombramiento significó un compromiso con la ciudadanía y con la identidad de la ciudad, pues tienen la seguridad que la próxima generación de su familia seguirá elaborando sus recetas.

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