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El mundo rural se niega a abandonar totalmente las fronteras de la ciudad

Los moradores de Chilibulo Alto mantienen prácticas agropecuarias como parte de sus actividades cotidianas. Varias familias que la habitan migraron del campo a la ciudad. Foto: John Guevara / El Telégrafo
Los moradores de Chilibulo Alto mantienen prácticas agropecuarias como parte de sus actividades cotidianas. Varias familias que la habitan migraron del campo a la ciudad. Foto: John Guevara / El Telégrafo
12 de abril de 2015 - 00:00

Quito cuenta con sitios en los que la cotidianidad rural se impone sobre lo urbano. Una peculiaridad es que muchos de esos puntos están a un paso de modernos edificios, centros comerciales, barrios consolidados y el pesado tráfico citadino.

Así, es posible encontrar parcelas de maíz o papas junto a hombres y mujeres dedicados a su cultivo y al cuidado de animales a pocos kilómetros de transitadas avenidas.

En esos escenarios rurales se gestan nuevas prácticas en las que se conjugan actividades que se reproducen desde hace siglos en esos sitios con la cultura que aportan migrantes asentados allí y que provienen, en gran parte, de áreas campesinas de otras zonas del país.

La relación campo-ciudad se ha mantenido, en Quito, a través del tiempo como una característica de las relaciones sociales y productivas propias de la urbe.

Eduardo Kigman menciona en su texto La ciudad y los otros, que durante los siglos XIX y XX el campo y la ciudad integraban una misma formación histórico-social.

Kigman argumenta que estos espacios no constituían mundos separados, pero aclarara que cada uno cumplía con su propia dinámica. Y que el desarrollo urbano de Quito transformó aquella situación.
El antropólogo señala que en el pasado, Quito dependía de la producción agraria desarrollada en sus afueras, en sectores a los que se dio por denominar como ‘graneros’: Chillogallo, el valle de Los Chillos, la parte alta de San Roque, etc.

En la actualidad, esos lugares no cumplen el rol de proveedores de alimentos e incluso muchos están casi totalmente urbanizados. Sin embargo, sobreviven allí áreas que son en espacios individuales de producción dedicados al autosustento. Allí conviven las prácticas citadinas con las rurales.

Un ejemplo de ello es Chilibulo Alto (al sur), sector que surgió como barrio hace más de 30 años.  
Fabiola Pillajo es una de sus moradoras. Antes de ir a trabajar, guarda a sus animales (terneros, cuyes y gallinas) y les deja alimento. Mientras tanto, su hija Yadira (16) le ayuda a empacar el pan, el queso y la mortadela, al igual que el café y el chocolate que luego venderán en una esquina cercana al Hospital Enrique Garcés u Hospital del Sur.

Fabiola vive en el sector hace 20 años junto con su madre e hija. El terreno de su casa está siempre cultivado, tarea que ejecuta la segunda.

De igual manera, Jorge Fernández (45), dueño de una fábrica de ladrillos se dedica, al mismo tiempo, a la agricultura y a la crianza de animales. El hombre comentó que los productos que cosecha son para su hogar y que al llegar a la ciudad procedente de Chimborazo le resultó difícil dejar esas costumbres.
Leonila Vaca (56), vecina del sector desde hace 15 años, indicó que migró de su natal Quiroga (Imbabura) por razones económicas.

“Durante un año vivimos por El Tejar, pero no me acostumbré. Yo necesitaba de mis animalitos y la tierra. Con el tiempo, mi esposo compró este lote; aquí tengo cuyes, conejos y, también, puedo sembrar. Esto es mi vida”, aseguró.

Bernarda Ycaza, coordinadora de sitios arqueológicos del Instituto Metropolitano de Patrimonio, comentó que la ruralidad en Quito se origina porque ante la saturación del paisaje urbano se crean otras expresiones culturales, entre ellas, el sentido de lo rural.

“Al interior de las parroquias urbanas del Distrito existen territorios que tienen prácticas y manifestaciones culturales rurales. Estas dinámicas surgen porque los moradores aún mantienen costumbres comunitarias propias de la capital o traídas de otros sitios y que en la ciudad no existen”, apuntó Ycaza.

De igual manera, la experta coincidió en que las personas que migran del campo a la ciudad mantienen una relación fuerte con lo rural. Ycaza señaló que esta situación provoca que el norte y sur de Quito, sean los sectores con mayor número de migrantes, puesto que en estos sitios encuentran espacios adecuados para el cultivo agrícola y la crianza de animales.

La arqueóloga cree que sería interesante conjugar estas dinámicas con una producción real; es decir, que se debería considerar que los productos cultivados en los barrios rurales abastezcan a la ciudad y así dinamizar la economía de esos territorios. (I)

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