El primer escenario de quito donde se proyectó una película fue el teatro variedades, hoy dedicado a las artes escénicas
El cine, de la asistencia a ‘las vistas’ a la tecnología 3D
El cine mudo comenzó a proyectarse en el Teatro Variedades, fundado por Jorge Cordovez el 12 de abril de 1914 y situado en el mismo sitio donde hasta hoy funciona, en la esquina cegada de la Plaza del Teatro Sucre.
Poco después, en el Pasaje Royal que une a las calles García Moreno y Venezuela, su propietario Rafael Vásconez Gómez fundó el teatro Royal Edén, que durante la década de 1980 resurgió bajo el nombre de cine Metro.
Los hermanos Mantilla Jácome, propietarios del diario El Comercio, promueven entonces la empresa de Cines Mantilla, que luego fue de propiedad de César Mantilla (pues Carlos retiene El Comercio), que crea nuevas salas de cine: El Popular, ubicado en las calles Esmeraldas y Guayaquil; Puerta del Sol, ubicado en la intersección de la avenida 24 de Mayo e Imbabura, y termina por adquirir las salas ya fundadas.
La primera cinta sonora que se exhibió en la ciudad fue Sombras de Gloria’, en el Teatro Sucre.
Los cines Gemelos fueron, en la década de 1980, el primer experimento de sala múltiple de la urbe.En los años treinta fueron apareciendo varias salas de cine: Avenida 24 de Mayo, ubicado en la esquina entre el hoy bulevar y la calle Cuenca; Atahualpa (cerca de la confluencia de las calles Venezuela y Bolívar); Alhambra (inicio de la calle Guayaquil en el sector de San Blas); Bolívar (pasaje Espejo, entre Guayaquil y Flores); Cumandá (avenida Maldonado, cerca de la exterminal terrestre); Pichincha (calle Benalcázar, entre Chile y Mejía); Granada (calles Cuenca y Chile), especializado en películas para adultos; México (en la ciudadela del mismo nombre, ubicada al sur de la ciudad); Colón (en la esquina de la vía del mismo nombre y la 10 de Agosto) y otros, con los que la lista puede alargarse.
No obstante, en su gran mayoría, los edificios que dieron luz a la era de las imágenes son, hoy en día, un montón de inmuebles viejos. Pasaron de ser las “fábricas de ensueños”, como eran llamados en la época (inicios del siglo XX), a centros comerciales y muchos de ellos a lugares de culto religioso.
Sin embargo, de aquella época dorada queda el recuerdo de que la primera película sonora llegada a Quito era la denominada Sombras de Gloria, que se exhibió en el Teatro Sucre en 1930.
El 15 de abril de 1933 se inauguró con la película El Signo de la Cruz, el gran teatro Bolívar, el mejor de la capital ecuatoriana para aquel entonces, construido por la empresa Mantilla. Allí también se exhibirá un poco más tarde la primera obra cinematográfica a colores: El Jardín de Alá.
Surge después la empresa Daniel Cadena, que establece el teatro Capitol en la avenida Gran Colombia, junto al parque La Alameda, como una señal de desarrollo de la zona norte de Quito.
Auge del negocio
Mientras los principales mercados proveedores de las películas que consumían los quiteños: Hollywood y México vivían problemas en cuanto a la calidad y cantidad de las producciones (fin del Star System y falta de originalidad en Estados Unidos y deterioro y decadencia de la industria fílmica mexicana), la avidez del público capitalino por ese tipo de entretenimiento parecía mantenerse.
Aquello hizo surgir nuevos escenarios para las proyecciones, incorporándose al negocio durante la década de 1970 incluso espacios en instituciones educativas.
De ese modo surgieron los cines Quito, en el colegio La Salle (cuando funcionaba en la calle Vargas); Rumiñahui, en la escuela Sucre; también se proyectaban cintas en el teatro de la Universidad Central del Ecuador. Del mismo modo,y conforme la ciudad se extendía hacia el norte, aparecieron los cines Benalcázar y 24 de Mayo, construidos en los colegios de igual nombre.
Tampoco era raro, en aquellos años, que los quiteños fueran al cine en el colegio Don Bosco (La Tola) o en el coliseo Julio César Hidalgo (La Marín).
Así mismo, la avenida 6 de Diciembre vio nacer al llamado cine Fénix, en un espacio ‘robado’ y hoy recuperado del Hospital de Niños Baca Ortiz.
En 1992, la capital tenía 22 salas cinematográficas repartidas en un 99% por el Centro Histórico y el norte de la urbe.
Por esos años, en un hecho que probablemente solo quienes hoy tienen más de 40 años recuerden, las funciones eran dobles (2 películas), con un intervalo de casi 15 minutos en que las luces se encendían y las personas aprovechaban para estirar las piernas, comprar comida o ir al baño.
Un ensayo de sala múltiple
El desbordamiento de la ciudad hacia la zona norte durante los años setenta y ochenta del siglo pasado dio paso a la creación de lo que sería un fenómeno efímero, pero que haría presagiar lo que vendría en cuanto a salas de proyección: la fundación de los cines Gemelos.
Estos funcionaban sobre el local en el que aún existe la papelería Paco ubicada en la venida de La Prensa, unas cuadras más al norte de la terminal de pasajeros del exaeropuerto Mariscal Sucre.
Los Gemelos ofrecían programaciones distintas en cada sala y tuvieron su época de gloria. El éxito, sin embargo, fue pasajero y luego las instalaciones fueron convertidas en discoteca, también con fama relativa, para hoy encontrarse prácticamente abandonadas.
Los cines multisalas
El auge de los centros comerciales en la urbe, a contramarcha con la crisis económica casi crónica que azotó al Ecuador tras el retorno a la democracia, generó un nuevo fenómeno: la llegada de cadenas internacionales que construyeron cines con salas múltiples en los malls que empezaron a proliferar en el Distrito desde los noventa.
Entonces, la experiencia de ir al cine se fue transformando de una tarde completa o buena parte de la noche pasada viendo 2 películas, a la observación de una sola cinta.
Además, la rentabilidad del negocio se potenció con el consumo masivo de los snacks acomodados en combos y publicitados hasta el cansancio; y cuya venta genera más ingresos que la simple venta de entradas, por lo que la ‘ida al cine’ se convirtió nada más que en un gancho para vender comida.
Del mismo modo, el cambio de costumbres hizo que la experiencia de ver una película pasara de una rutina prácticamente familiar o, máximo, en pareja, a un período invertido con amigos y conocidos en un buen número de casos.
Y finalmente, la irrupción de la tecnología 3D en los últimos años ha cambiado la idílica experiencia de antaño a un acto futurista.