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El Camal Metropolitano, el presente rural de Quito

La altitud, el clima, la presencia de miles de personas originarias de la Sierra Central, además de costumbres como la siembra de productos y la crianza de animales, vuelven a la zona  una especie de enclave rural. Foto:ANDRES DARQUEA | El Telégrafo
La altitud, el clima, la presencia de miles de personas originarias de la Sierra Central, además de costumbres como la siembra de productos y la crianza de animales, vuelven a la zona una especie de enclave rural. Foto:ANDRES DARQUEA | El Telégrafo
16 de febrero de 2014 - 00:00

Son las 10:30  y a medida que el auto  sube por la avenida Camilo Orejuela en dirección al  barrio más distante del sector del Camal Metropolitano, el paisaje se va asemejando más y más a los páramos de la Sierra centro del  Ecuador.

El aire limpio y la presencia de vacas, ovejas y continuos sembríos de maíz dan cuenta de que la ciudad de Quito también tiene un presente rural.

Sentada al filo de la carretera está Olga Vega (30 años), originaria de Tigua, provincia de Cotopaxi. La mujer cuenta que, junto con su madre y hermanos, migró hace 20 años de su lugar natal y se asentó en la parte más alta del sector. Dice que les gusta la zona porque allí pueden criar a sus animales y, al mismo tiempo, estar insertados en la ciudad.

“Este terreno de 200 m² nos lo vendieron los lotizadores”, contó Olga, quien aseguró que esperan que este año su madre pueda ser por fin la dueña legítima del predio.

De esa manera podrán ir a visitar a sus familiares en Cotopaxi, sin el temor de que a su retorno otras personas hayan tomado posesión del espacio.
Tierra Mía es uno de los pocos barrios del sector que todavía aguarda por la regularización de parte del Municipio capitalino.

Este proceso dependía de la aprobada reforma al Código Orgánico de Ordenamiento Territorial,  Autonomía y Descentralización (Cootad), en la que la Asamblea Nacional incluyó la figura de “partición administrativa” con esa finalidad.

La calle principal del sector del Camal Metropolitano está a medio adoquinar, pero para Anita Coral “eso no es nada”. Vive allí desde hace más de 15 años y destaca la diferencia entre la situación pasada y la actual: “Están haciendo  trabajos para terminar la instalación del alcantarillado y agua potable”, cuenta, tras asegurar que hace poco “todo era una desgracia” por allí.

“Antes, los buses no querían ni subir”, recuerda Anita, quien  indica que, sin embargo, en las horas pico todavía faltan unidades de transporte. Y que allí la vida se inicia más temprano que en el resto de la urbe debido a la lejanía en relación con los centros económicos, a donde los  vecinos se dirigen a trabajar. 

Para llegar al Camal Metropolitano, situado en las faldas del cerro Atacazo y donde habitan casi 20 mil personas, se puede tomar un bus en La Marín. Se puede elegir entre 3 líneas del corredor sur-occidental, desde las 05:00 hasta las 12:00.

Pero 2 décadas atrás, los moradores no contaban con servicios básicos, no había  calles y peor  transporte. Por ello se debía subir caminando desde la parte  baja.
Muchas de las obras se obtuvieron en los últimos 3 años, luego de la legalización unos 41 barrios y siempre con el apoyo de los moradores que participaron en mingas, indica Francisco Chicaiza, dirigente de la Coordinadora de los 44 Barrios del Camal Metropolitano.

Esta parte de Quito empezó a ser  habitada después de que el antiguo camal, que estaba situado junto  al mercado de Chiriyacu, también en el sur, fuera reubicado en 1994 en  la parroquia  Guamaní por decisión municipal.

En aquellos años, los terrenos colindantes al moderno camal eran los más baratos de Quito. Esa sería la razón por la que el sector se pobló rápidamente, a pesar de que estaba rodeado de quebradas.

Allá se mudaron especialmente campesinos provenientes de las provincias de Cotopaxi, Chimborazo, Tungurahua y unos cuantos de Manabí. Hoy en día, los terrenos de 200  m² se cotizan a  entre 8.000 dólares y 12 mil dólares; ello depende de qué tan alto estén situados.

Cuando los moradores del barrio quisieron iniciar las gestiones municipales para que les dotaran de los servicios básicos, fue cuando surgió la necesidad imperiosa de legalizar los asentamientos.
Sin embargo, afrontaban dificultades. En primer término, estaban situados en una zona declarada como ecológica y, por otra parte,  los supuestos dueños de los lotes les habían engañado.

“No había un solo documento sobre este sitio”, asevera Chicaiza. El dirigente relata que, entonces, los presidentes de los 44 barrios se instalaron en mesas de diálogo conjuntas a fin de encontrar un camino para la regularización. Y empezaron por hacer un mapeo de las viviendas y un censo para determinar quiénes eran los legítimos propietarios.

La legalización se volvió una realidad gracias a la confluencia de 3 factores: la organización de los vecinos, la decisión municipal  y la vigencia del Cootad.
Los moradores que ya tienen sus escrituras, ahora están iniciando el proceso de regularización de las construcciones.

El hecho de contar con papeles  ha permitido que  el Municipio pueda iniciar obras de alcantarillado y agua potable, lo que supone una inversión de 2,8 millones dólares divididos entre los 22 barrios situados en la parte alta.

Por otro lado, los vecinos del Camal Metropolitano  asumieron el compromiso con las autoridades municipales de constituirse en vigilantes de la zona y acordaron que no se permitirán nuevos asentamientos.

El último de todos los barrios y uno de los que falta por regularizar es el llamado La Dolorosa. Desde allí hacia arriba solo debe haber la ruta hacia las vertientes de agua, donde en el futuro se piensa instalar un modelo de negocio de turismo comunitario.

Una de las beneficiarias de la legalización de los terrenos, Guadalupe Chazipanta, cuenta que antes vivir en el sector “era una tristeza”. Y añade:  “Cuando era niña tenía que madrugar a las 04:00 para ir a estudiar en una escuela en Chillogallo.  Teníamos que caminar bastante y tomar unas camionetas informales que nos dejaban en la Ciudadela del Ejército. Si para mala suerte llovía… ya se imaginará cómo llegábamos”.

Por eso,  dejar el barrio era una idea recurrente hasta hace unos años entre los vecinos. Pero ahora Guadalupe dice que el lugar se está poniendo bonito. Resalta la seguridad del sector:  “Usted puede caminar por aquí a las 23:00 y no le pasa nada. Eso es lo más importante del barrio”, finaliza.

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