El arte local se exhibe en Checa
Un vino totalmente de mandarina, un jabón de miel de abeja y la base del penco hecho tambor, son parte de las tradiciones más representativas de las parroquias rurales de Quito, que se presentan hasta mañana en el Encuentro Intercultural en la parroquia de Checa, oriente de la capital.
Artesanos que han heredado el saber de sus antepasados intentan abrirse paso en un mundo cada vez más industrial. No desean que las tradiciones que hicieron famosos a sus pueblos desaparezcan.
Ese es el caso de doña América Pilaquinga, quien con medio siglo de vida aún tiene la habilidad para doblegar el carrizo tierno o seco y convertirlo en una práctica canasta para las compras, que es el producto característico de la población de Alangasí.
Se demora 30 minutos en construir uno de cerca de 50 centímetros de longitud, aunque el costo en el que se vende (3 o 5 dólares) no representa el esfuerzo invertido. “Volví a esta actividad porque dejé mi trabajo como empleada. Creo que es necesario recuperar esas tradiciones que son parte de la esencia misma de la población”, comenta.
Metros más adelante está la carpa que representa a Guangopolo, famoso por el tejido en cola de caballo, aunque la materia prima solo la consigan del exterior. A los tradicionales cedazos, hoy se unen nuevos productos como los aretes, separadores de libro, cepillos antiestrés y hasta móviles para entretenimiento de los infantes.
“Debemos buscar alternativas en la confección de otros diseños porque esto es una tradición heredada de mis antepasados y aunque mis hijas continúan, creo que la generación de mis nietas no lo hará por la paciencia que requiere, porque no es valorado el producto y por la competencia que tiene con el plástico”, cuenta Leonor Coral, quien es asidua participante de las ferias en los distintos puntos de la ciudad, para dar a conocer parte de la cultura de su población.
Los jóvenes representantes de Pifo también tienen su espacio con productos elaborados por los propios alumnos del colegio agropecuario, como los quesos artesanales y la cría de cuyes, entre otros, con cuyos valores subsiste la granja. “Nuestra enseñanza es totalmente en campo. Aprendemos a criar peces, cerdos y animales más grandes como vacas, llamas y alpacas. Así tenemos conocimientos de agronomía y veterinaria”, señala Esteban Calispa, de 16 años, estudiante de primer año de Bachillerato.
Ellos comercializaban, como parte de la Feria, quesos de 250 gramos a 0,50 centavos, y cuyes de peluche con gorra y pulseras, a l0 dólares.
El producto “estrella” fue el vino de mandarina que llegó desde Perucho. Alicia Pavón es la ingeniosa fabricante de la bebida bajativa sin alcohol y elaborada con las dulces mandarinas que produce ese sector. Gran parte de la cosecha se la destina a la venta directa de la fruta y lo sobrante se emplea en la fabricación del vino, que tiene como mínimo un año de añejamiento.
El proceso incluye la recolección del jugo, que una vez mezclado con el azúcar pasa a un pondo donde se fermenta por cerca de 45 días.
La bebida se la madura en barriles por al menos siete meses más y está lista para ser envasada en presentaciones de 750 ml, las que se venden por 5 dólares.
Entre la colada morada de Conocoto y las enormes mazorcas de morochillo que se producen en Atahualpa, está la carpa en la que José Sangoquiza muestra su habilidad en la fabricación de instrumentos de viento andinos.
Él utiliza como parte de su materia prima, el penco en sus dos presentaciones. Al penco macho, una vez seco, le retira prácticamente todo lo que queda en el interior. Con barniz, pintura de colores y cuero de vaca completa el singular tambor que comercializa en 20 dólares.
De la misma planta, pero en su presentación hembra, angosta y extensa, se elabora la trompeta que tiene al menos 1,50 m de longitud, cuyo sonido es grueso y potente. “Espero tener acogida aquí, como en todas las ferias”, señala José.