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René Ulloa: "El agua nos llegó hasta el cuello, yo solo la abracé y besé"

René Ulloa: "El agua nos llegó hasta el cuello, yo solo la abracé y besé"
Foto: Mario Egas/ EL TELÉGRAFO
27 de abril de 2017 - 13:02 - Redacción Web Quito

Han pasado 4 días y recién observan con calma lo que sucedió el pasado lunes 24 de abril. René Ulloa (80 años) y Aída de Ulloa (77 años) miran con atención el video, que captaron varios ciudadanos mientras eran rescatados por un grupo de obreros en el paso a desnivel de la avenida 10 de Agosto y Atahualpa. 

Ulloa manejaba ese día el auto Sandero rojo de su hijo, que quedó atrapado por la fuerte corriente de la lluvia de más de 40 minutos que afrontó la capital ese día. En menos de 5 minutos, el agua les tapó la boca. Salieron con ayuda de un grupo de  trabajadores que alcanzó a verlos desde lo alto de una construcción.

Ulloa, quien es militar retirado, suspira."Allí se mira cómo te estaban sacando", le dice a su esposa, quien salió -sujetada por arneses- con ayuda de los trabajadores. Ella no se acuerda de nada. Hace 3 años fue diagnosticada con Alzheimer y por ello sus recuerdos son vagos. Sin embargo, se queda viendo con atención el video y dice: "Tengo frío". Trata de recordar. Se arropa con su saco café obscuro.

Ulloa llora y aprieta con fuerza la mano de su esposa.  Llevan 57 años juntos y salvarla a ella fue lo que más le preocupó. Eran las 14:55 del lunes. Regresaban como lo hacen todos los días de almorzar en el restaurante El Querubín, en el centro histórico de Quito.

La ruta habitual de regreso a su casa ubicada en el barrio El Batán Alto (norte de Quito) comprendía la avenida América, Atahualpa, Amazonas, Naciones Unidas y finalmente llegan a la casa. Ese día no pudieron hacerlo.

El trayecto se cortó en ese paso a desnivel. Ulloa abre los ojos, frunce el ceño y dice: "Mientras el auto bajaba solo sentí que el agua golpeó, como un choque, el auto". Alcanzaron a llegar hasta la mitad del paso a desnivel.

Ulloa vio que dos autos- ahora comprende que eran más altos- cruzaron sin dificultad por esa ruta minutos antes. Por ello se animó a cruzar y solo sintió que el agua les golpeó y el auto se apagó enseguida.

En cuestión de minutos, el agua subió. Primero les llegó a la rodilla. Luego a la cintura y el hombre se desesperó. Los vidrios del auto son eléctricos y no podían bajarlos. Intentó romper el vidrio con su puño. No pudo hacerlo.  Atrás de ellos solo vio un auto negro, que cuando vio lo que sucedió dio retro y se retiró. "Solo vi por el retrovisor; ellos se iban".

Se puso de rodillas en el asiento; en esa misma posición -con bastante dificultad- puso a su esposa. El agua ya les llegaba al cuello. Sacó del bolsillo de su pantalón el teléfono móvil para llamar a su hijo, pero ya no funcionaba. Ya tragaba sorbos de agua. Con su mano ponía en alto  el cuello de su esposa para que no tragara el agua.  "Pensé que era mi último día; me desesperé. Di por terminado todo. Lo único que pude decir es Dios mío hasta aquí llegamos. Le dije a mi esposa que íbamos a morir juntos".

El aire les faltaba ya al interior del vehículo. El militar retirado -que participó en las guerras de Paquisha (1981), como segundo jefe, y en la guerra de la Cordillera del Cóndor, como jefe de la brigada Loja en ese mismo año- siente que ni siquiera en esas intervenciones militares sintió tanto miedo como lo tuvo el lunes pasado. "Ver a tu esposa en peligro e intentar salvarla es lo más terrible de la vida".

Sus recuerdos regresan al auto. Adentro perdió el conocimiento. Besó a su esposa y cerró los ojos. El estruendo de un golpe en el parabrisas lo reanimó. Fue el golpe con fuerza que dieron los trabajadores con un martillo. Sintió una corriente de aire. Vio a su esposa. Y en medio del agua solo reconoció el rostro del obrero que lo rescató. "Fue él, gracias", exclama con emoción al mirar de nuevo a Freddy Cacuango en el video testimonial de los obreros que grabó EL TELÉGRAFO. Los ojos se le llenan de lágrimas. Aprieta con fuerza las manos de su esposa. Ella solo repite: "tengo frío".

Los adultos mayores llegaron al Centro de Osteoporosis, en donde les dieron los primeros auxilios. Presentaron hipotermia. "Temblábamos", recuerda. Allí les quitaron la ropa y les pusieron batas. Les curaron las heridas y les dieron calor.

Ulloa tiene lastimados los dedos. Le cogieron dos puntos en la mano. Su esposa solo tiene rasmillada la espalda. Un familiar de su nuera los reconoció en el momento del rescate y fue quien avisó a los familiares.

Todas las mañanas pasa por ese lugar, pero ya no ingresa al paso a desnivel, porque siente mucha angustia y desesperación. El martes 25 regresó para agradecer a los obreros. Solo encontró a uno y al maestro de la obra. "Mis gracias son de corazón. No sabían quienes éramos y nos ayudaron. Les agradecí por la valentía y el espíritu de solidaridad. Sé que Dios les bendecirá".

La enfermera Tania Hernández cuida de los adultos mayores hace 2 meses. Todos los lunes almuerza con ellos, pero ese día, Hernán le recomendó irse pronto porque iba a llover. Estuvieron solos. 

El auto del 2010 está en la mecánica. Tiene averiadas las latas, sobre todo las de encima, porque los obreros colocaron ahí la escalera para rescatarlos. Del motor no saben mucho, porque el mecánico les recomendó esperar varios días a que se seque para evitar cortocircuitos. Está valorado en $ 12.000 y esperan que las autoridades municipales les den alguna respuesta.

Aída toma de nuevo las manos de Hernán. Los dos llevan en sus dedos los anillos de compromiso y de matrimonio. ¿Aída, usted cree que si algún momento estuviera en peligro, su esposo la salvaría? No duda en contestar.  "Sí, claro, él me salvaría, no me dejaría". Aún no recuerda nada de ese día. Pero con mucha ternura mira a su esposo a los ojos y lo besa. "Juntos para toda la vida porque para eso es la familia", concluye la mujer que pide a su esposo salir al patio de su casa. El sol los abriga. (I)

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