El 30% de quiteños afirma que casi nunca lee
Los caminantes que pueblan el Centro Histórico son un grupo heterogéneo que va desde padres de familia que llevan a sus hijos de la mano a empleados públicos con la corbata floja por el cansancio en los días de sol. En las esquinas de cada plaza, cerca de agentes de tránsito con trajes fluorescentes, se apostan mujeres, cerca de grandes revisteros y un par de ‘librerías de viejo’ (locales llenos de libros usados).
Este laberinto puede generar confusión entre los forasteros; sin embargo, Nathan Denny —australiano de 30 años— ha ocupado la tarde del sábado en recorrer calles y plazas fotografiando lugares que le parecen curiosos. La cámara que lleva en una mochila rosa es un catálogo itinerante de postales quiteñas y está rodeada de libros con páginas sepias. Títulos de Stephen King o Agatha Christie que este viajero incansable halló en su idioma original —la única lengua que domina es el inglés— en librerías de segunda mano, a precios que le hicieron levantar las cejas.
Cuando Nathan salió de la Plaza del Teatro en dirección a las calles Oriente y Vargas, un mural hecho con tapas de libros, en la librería Mundibooks, fue lo primero que le llamó la atención. Desde que llegó a Quito, 2 semanas antes del 6 diciembre, no había encontrado una sola librería en su camino pero, por casualidad, llegó al lugar en el que Wilman Reinoso oferta revistas, discos, libros nuevos y usados con ganancias semanales que, con suerte, sobrepasan los $ 700.
Wilman Reinoso halló un nicho de lectores en una ciudad en la que, según la Encuesta de percepción sobre la Calidad de Vida en la Ciudad realizada por el colectivo En Quito vivo, la lectura no es habitual. “Solo 3 de cada 10 quiteños afirman leer libros o revistas de manera diaria o fines de semana”, consta en el informe de la encuesta, según la cual “el 30% de quiteños declara que no lee nunca o casi nunca”.
Luz Librería y Mundibooks
En la librería ubicada en las calles Venezuela y Manabí hay un perro que olisquea los libros. La dueña del french poodle blanco que se pasea entre lomos polvosos que encierran páginas de sociología, medicina y literatura universal es Patricia Cali Silva, una quiteña que durante 2 décadas se ha dedicado a esta labor, luego de heredarla de sus padres, quienes, a su vez, se dedicaron a este oficio durante 4 décadas, en distintos puntos del centro de Quito.
Wilman, el librero de Mundibooks, lleva 4 años en esas tareas y comenta que le compran muchos libros para adornar bibliotecas, al igual que los discos de vinilo que también muestra en las perchas.
“Se llama Brandy”, dice Patricia señalando a su mascota. Pese a que suena a masculino, ella le ha puesto el nombre que llevan los tipos de coñac elaborados fuera de Francia a su poodle hembra que se pasea a la altura de las bastas de lectores que buscan tomos en rebaja, como las revistas de la mesa central de Luz librería, cuyo precio oscila entre los $ 0,30 y $ 0,50. Las ventas bordean los 20 libros al día.
En el centro también hay libros que se pueden adquirir a partir $ 3, tomos sueltos que interesan a lectores escasos, como Nathan, quien gastó $ 12 en un tomo de Stephen King sin saber que tiene más opciones en La Mariscal.
Sur libros, El Siglo de las luces y Tolomeo
Para un ávido lector resulta decepcionante entrar en un local que se anuncia como librería para luego comprobar —entre títulos patéticos y rimbombantes— que en realidad se trata de una papelería con algunos libros fáciles de vender; encabezados, desde luego, por el seudogénero de la autoayuda.
Afortunadamente, en Quito sí existen librerías de segunda mano; y aunque la oferta no sea lo suficientemente amplia como en otras capitales del mundo, hay 3 en el barrio La Mariscal que merecen ser mencionadas. Son pequeños espacios regentados por libreros a quienes el oficio no les queda grande.
La primera, Tolomeo Libros y Arte (Veintimilla y 6 de diciembre), sorprende desde la entrada con una amena decoración y la sonrisa de su dueña: Lucía Ponce. Un espacio pequeño, pero muy bien distribuido, con títulos que van desde filosofía hasta literatura ecuatoriana y universal, pasando por arte, gastronomía, fotografía, historia y cómic.
Destacan también las colecciones de Premios Nobel o algunos títulos descatalogados como Cazando un elefante de George Orwell, publicado en 1955 por la editorial Guillermo Kraft, en Buenos Aires, y que se puede adquirir por $ 8.
Tolomeo Sóter —tal como reza un letrero a la entrada— fue alumno de Aristóteles, primer rey de Egipto y fundador de la biblioteca de Alejandría; a la descripción le acompaña una anécdota notable, la cual merece ser leída en vivo.
Siguiendo la ruta, uno llega a la librería El siglo de las luces (claro homenaje a la novela de Alejandro Carpentier), ubicada en la avenida 6 de Diciembre y Jorge Washington; y en la que, pese a tener libros un poco más caros que los que suelen encontrarse en ‘librerías de viejo’, los títulos hablan por sí mismos.
Para su librero, el cubano Juan Carlos Morales, la calidad es el primer requisito. Con más de 20 años de experiencia, Morales está consciente de que su oficio implica preparación, búsqueda y guía. Su oferta llena los estantes con autores como Peter Handke, George Bataille, Allen Ginsberg o Michel Foucault, además de guardar con celo una vitrina cerrada con las joyitas de su librería, que van desde primeras ediciones (cuyos compradores suelen ser coleccionistas extranjeros) hasta rarezas como un pequeño libro de juegos de naipes antiguos, cuya portada ya anuncia que viene de mucho tiempo atrás.
Finalmente, Sur Libros (Robles y Juan León Mera) es otro pequeño gran paraíso para los buenos lectores. Su dueño, el uruguayo Oswaldo Rodríguez, apostó por este mágico y difícil mundo hace 6 años; y pese a que no ha sido nada fácil por momentos, la librería continúa. Ahora está de vacaciones, pero su ayudante, Fabián Rodríguez, otro librero que antaño solía componer libros, atiende al ritmo de un blues de Bessi Smith.
Allí la variedad también es amplia y los descuentos llegan al 50%; aun así, las ventas han decrecido.
“Tenemos maravillas, pero la gente aquí no lee. La televisión y el internet parecen haberlo absorbido todo. Por suerte, siempre hay alguien que preferirá, sobre todas las cosas, la magia del papel”, dice Rodríguez.