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Atahualpa, a través del tiempo, la memoria y también el olvido

Atahualpa, a través del tiempo, la memoria y también el olvido
03 de agosto de 2014 - 00:00 - Manuel Espinosa Apolo, Historiador

El 26 de julio anterior, día en que la iglesia Católica celebra la fiesta de Santa Ana, se cumplieron 481 años de la ejecución del inca Atahualpa por parte de los conquistadores españoles en la plaza de Cajamarca (Perú). En el Ecuador, este trágico día que marcó el inicio de la dominación colonial de los pueblos andinos, pasó desapercibido debido a que la recordación del inca ha sido oficialmente silenciada.

Desde que la doctrina racista del hispanismo se impuso como discurso oficial de Quito entre las décadas de 1920 a 1940, el poder ha realizado ingentes esfuerzos para condenar al olvido a uno de los personajes más emblemáticos de la historia milenaria de Quito. El año de 1933, tanto el Estado Central como el Municipio fueron los responsables del silenciamiento oficial del cuarto centenario de la ejecución del inca Atahualpa.

Ante esta omisión oficial, la iniciativa de homenajear su memoria fue impulsada por ciertos actores indígenas e intelectuales indigenistas. Así, por ejemplo, se destacó la participación del gremio de los albañiles, que formaba parte del Centro Católico de Obreros. Dicho colectivo asumió la responsabilidad de construir un monumento a Atahualpa. Para ello pidieron consentimiento al Concejo Municipal para que dispusiera el lugar más adecuado. En agosto de 1933, el Concejo dio la autorización en el papel, asignando la cima del Panecillo para tal fin; aunque en la realidad, esto nunca se concretó.

El mismo gremio de albañiles realizó una serie de eventos religiosos y cívicos (arriada del pabellón nacional, toque de campanas y misa) para conmemorar los 400 años de la ejecución de Atahualpa. El acto más importante fue, no obstante, la colocación de la primera piedra del monumento, el 29 de agosto de 1933 que, según el erróneo cálculo del padre Juan de Velasco, fue el día de la ejecución de Atahualpa.

A pesar de ese esfuerzo, el proyecto de erigir un monumento al inca en Quito no se concretó hasta muchos años después y luego de recorrer un tortuoso trayecto salvando una serie de trabas puestas por el Municipio. Recién en marzo de 1995 fue inaugurado un pequeño monumento al inca lejos del Centro Histórico y del Panecillo, en la ciudadela que lleva su mismo nombre ubicada en la parte sur de la ciudad. La estatua se colocó en el redondel de aquel sitio, luego de 12 años de exigencia de los vecinos.

Lo curioso y extraño con respecto al monumento a Atahualpa en Quito —y que ilustra el carácter intolerante que asumió el hispanismo en la capital—, fue que en el Cuzco e incluso en España ya se habían erigido estatuas al inca en el siglo XIX.

Ese mismo año de 1933, hubo además un personaje que pretendió hacer uso de la memoria del inca para sus propósitos personales, al declararse descendiente XXVI del inca. Su nombre: Luis Felipe Huaraca Duchicela, un guayaquileño de ascendencia indígena que había perdido vínculos orgánicos con las comunidades indígenas de Chimborazo, y que demandó, sin éxito, a través de terceros, algunas prerrogativas al gobierno de entonces.

La defensa auténtica en torno a la memoria de Atahualpa, más allá de intereses personales y frente al silenciamiento del Estado Central y del Municipio, la realizó el fundador del indigenismo en el Ecuador: Pío Jaramillo Alvarado.

En 1934, el sociólogo lojano escribió: Atahualpa creador de la nacionalidad ecuatoriana que se incorporó a la tercera edición de su libro El Indio Ecuatoriano, de 1936. En dicho ensayo, Jaramillo Alvarado destacó que la nacionalidad ecuatoriana se encarnaba en la figura de Atahualpa, en la medida que el incario representó la culminación del desarrollo de las culturas indias. Con ímpetu y desafío, Pío Jaramillo Alvarado se incorporó al debate sobre Atahualpa, al que consideró –siguiendo a Juan de Velasco– el último schyri y el último inca, pero sin retomar el tropo histórico inaugurado por el jesuita riobambeño en el sentido de que el criollo tomó la posta de representación de la trayectoria histórica de la nación.

Con el sociólogo lojano se intentó el desplazamiento del origen de la nación del Reino de Quito a Atahualpa. Desde esta perspectiva, el último inca (y schyri) habría inoculado un “espíritu nacionalista” al territorio del antiguo Reino de Quito. En suma para el indigenismo, fue el nacimiento de Atahualpa el origen de la nacionalidad quiteña y no la fundación de la Villa Española de San Francisco. Sin duda se trataba de una posición alternativa y contrahegemónica, razón por la cual fue oficialmente ignorada.
La posición de Jaramillo Alvarado, a la que se sumó Benjamín Carrión desde México, ciudad en la cual escribió la biografía Atahualpa ese mismo año de 1934, fue la respuesta vindicadora y fugaz de quienes no se resignaron ante el silenciamiento del aniversario de la ejecución del inca.

A la par que se producía este silenciamiento oficial, el Estado Central y el Municipio capitalino impulsaron e institucionalizaron la celebración de la llegada de los españoles, mejor conocida como “la fundación de la villa española de San Francisco de Quito”.
Esta actitud y operación en contra del legado indígena quedó sellada cuando el 28 de Agosto de 1934, el Congreso Nacional de entonces decretó que se debía ‘perpetuar’ el 6 de diciembre de 1534, como fiesta cívica nacional. Al mismo tiempo, el Municipio decidió promover desde entonces el culto al conquistador español Sebastián de Benalcázar. De esta manera, el recuerdo de Atahualpa fue oficialmente condenado al olvido.

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