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Ecuador, 24 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Vivir tecnológicamente no significa tener una vida tecnologizada

Vivir tecnológicamente no significa tener una vida tecnologizada
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El habitar del mundo ha sido resentido, para bien o para mal, por esta pandemia planetaria, y la aceleración de las digitalidades ha sido la primera respuesta de la civilización técnica. Pero nosotros somos ese habitar, somos este mundo. Debemos pensar un principio de futurabilidad donde sepamos estar con la naturaleza y con la técnica, con los otros seres vivos y las hipermediaciones, y sobre todo, consigo mismo, relación muy poco practicada y atendida en este mundo sobrecargado de imágenes de desesperación y desgracias.

a mediatización digital contemporánea está reduciendo nuestra apertura al mundo, a nuestro horizonte de posibilidades potenciales, siempre abiertas a la contingencia y el acontecimeinto, a pura efectividad conectiva.  Las relaciones sociales, en términos de vínculos forjados por el lenguaje y la cultura que se materializa en ella, está cambiando de estatuto ontológico. Es decir, el lenguaje desde el cual nos hemos humanizado como seres narrativos y comunicativos, expresivos y relacionales está dejando de ser  -como lo afirma el filósofo italiano Franco “Bifo” Berardi- conjuntivo, para convertirse en conectivo[1]. Esta mutación en el “ser del lenguaje” se debe, según nuestro autor, a que la “matriz” social de significación está siendo desplazada del paradigma simbólico / analógico al digital /algorítmico.

El modo de ser conjuntivo del lenguaje es performativo; donde las reglas de significación no preexisten a la significación, y donde los cuerpos y las subjetividades se “comunican” fallando, negociando el sentido continuamente, inventando y recreándose por medio de las palabras, pues no hay un modelo ideal comunicativo que responda de un modo prefabricado. En cambio, el modo de ser conectivo de la “comunicación digital” es matricial, responde a un código, a un formato digital de intercambio. Las lógicas conectivas, -que están atrapando casi toda la vida social en su conjunto-, presupone la aceptación de un procedimiento automatizado de significación digital donde matrices automatizadas y operativizadas por “máquinas inteligentes” (hiper) mediatizan y condicionan los llamados ”lazos sociales”. Vivimos -comunicacionalmente hablando- vidas maquínicas, o dicho de un modo más sociológico, vidas tecnologizadas.

Por lo tanto las transformaciones culturales que se están presentando en la vida social son profundas, hasta el punto que podemos decir que es todo el escenario de la socialización el que está cambiando, desde la economía a la política, desde las  éticas a las estéticas, desde las colectividades a las subjetividades.

Pero siendo más específicos, el cambio más notorio que presentan las relaciones sociales debido a las hipermediaciones, es que el vínculo social al estar digitalizado cibernéticamente se está re-constituyendo desde unas lógicas que exigen otras subjetivaciones que no son las del humanismo en cualquiera de sus versiones, sino las del transhumanismo, movimiento ideológico tecno-cultural que se publicita y extiende con cada vez más estentor a partir de lo que el filósofo francés Eric Sadin denomina la “siliconozación del mundo”.  La adopción mercantilizada y sin resistencias de esta neo-ideología prometéica hace que practiquemos desde la conectividad diaria una constante familiarización con las lógicas algorítmicas, con la data “útil”, pero programada al interior de sistemas inteligentes que nadie ve, que nadie conoce, pero que actúa, monetariza, dirige, dirime y decide como un nuevo demiurgo creador.

Cada vez se escuchan más voces que claman por el relevo de las deciciones humanas -marcadas dolorosa y cínicamente por la corrupción, el negocio y la política interesada- a sistemas de decisión computacional. Los sistemas expertos formados por científicos, ingenieros e inversionistas globales proyectan en una nueva “razón pura”, de corte digital, la administración y gestión de las “cosas humanas”. El transhumanismo sostiene que la ciber política, la ciber-salud, el ciber trabajo, la ciber-pareja ofrecerán más garantías de éxito, control y seguridad que los sistemas democráticos de deliberación humana, perdidos como están en la incertidumbre, los antagonismos y las polarizaciones. La nueva fe predica que el nihilismo cultural posmoderno puede “curarse” con I.A. con biorobots, con ciudades inteligentes.

“Autómata” llama Berardi, no a una maquina, sino a un organismo bio-informático supraindividual que tiene la capacidad de atravesar las singularidades sensibles pero que no puede ser atravesado por ellas  Este “autómata” produce sentido pero en concordancia con la maquina digital.  Pero se trata del sentido de la efectividad propia de la conectividad, del universo semiótico de la conexión[2].

El autómata digital ha puesto en crisis los esamblajes anteriores del cuerpo social, el de sus instituciones (Estado, nación, familia, trabajo, educacón, etc.) y de sus subjetividades (voluntad, autonomía, deliberación, deseo). Hoy se está viviendo una desarticulación radical de lo social moderno a favor de un nuevo ensamblaje o como diría Byung Chul Han, un enjambre, digitalizado, rizomático  y fluído, que empezó con la economía financiera, la ciber-política, las comunicaciones, el tele-trabajo, y que contínua sin parar con las subjetividades. Sin embargo, estas  singularidades aún se debaten moral e intelectualmente entre ceder a esos procesos sin resistencias, o entregar su libertad incondicionalmente a favor de la ansiada seguridad y del entretenimiento anonadante.

Hay muchos síntomas producidos por este desmoronamiento del ensambleje institucional moderno como son la impotencia política, la desorientación normativa, la distancia que se siente entre la precariedad de la vida diaria y las deciciones económicas que se toman desde los organismos del capitalismo global, o entre los antagonismos sociales que no encuentran ninguna mediación racional, y más subjetivamente, combinados con la depresión, las ansiedades, las soledades, y los ataques de todo tipo, incluído los de pánico.

Por ello, entre los retos que  esperan a la humanidad pospandémica y, sobre todo, cuando la 4ta. Revolución Industrial colonice todo espacio – tiempo por medio de las redes de información que circulen a la velocidad de la 5G, la internet de las cosas, y los sistemas de ciber-vigilancia, será el de generar las resistencias políticas y subjetivas adecuadaas para no quedar completamente atrapados en estos procesos de control y automatización de la vida social, como ya está pasando en China, donde un estado políticamente unidimensional controla con una sorprendente servidumbre voluntaria, la vida social y personal de sus ciudadanos.

Estos retos implican dos clases de respuestas, una individual y otra política. Pero mientras llegue la respuesta política, que seguramente va a demorar, porque hoy la constitución del poder se genera desde las mismas lógicas de la digitalidad global, podemos ir pensando en la respuesta individual.  El primer reto está situado en nuestra singularidad subjetiva vivida cotideanamente en nuestros rituales, hábitos, y costumbres. Si bien estas prácticas son generalmente poco conscientes, debemos a aprender a vivir preguntándonos e interpelándo los usos y abusos de estas tecnologías que alimentan al “autómata”. Con las tecnologías de la trans-modernidad vamos a convivir en un futuro próximo, pero podemos decidir no tener una “vida tecnologizada”, es decir, sin opciones, sin espacios, sin horizontes que oxigenen otras maneras de ser y estar en el mundo.

El ser humano no es un algoritmo, ni una data, ni un programa computable, es sobre todo, un ámbito de posibilidades indeterminadas, abierto y condicionado a la vez. Desde esa apertura que no es del orden digital puede darse difrentes modos de vida, crear diferentes modos de vínculo. El vínculo digital es sólo un modo de “vincularse” conectivo, no conjuntivo. No debemos olvidar – y como bien lo ha señalado el psicoanálisis-, que el vínculo digital llevado a ultranza, des-potencia, des-vitaliza, des-vincula, des-encanta al ser humano, lo vuelve maquinal y robótico, donde el otro se ha convertido en un interface – pantalla, donde el otro irreductible ya no es carne, ni aliento, ni presencia, ni incomodidad, ni esperanza; simplemente ha desaparecido en una simulación de alteridad.

El habitar del mundo ha sido resentido, para bien o para mal, por esta pandemia planetaria, y la aceleración de las digitalidades ha sido la primera respuesta de la civilización técnica. Pero nosotros somos ese habitar, somos este mundo. Debemos pensar un principio de futurabilidad donde sepamos estar con la naturaleza y con la técnica, con los otros seres vivos y las hipermediaciones, y sobre todo, consigo mismo, relación muy poco practicada y atendida en este mundo sobrecargado de imágenes de desesperación y desgracias. (O)

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