Vivir la espiritualidad sin importar la religión
El ser humano por naturaleza es religioso, está en permanente búsqueda de lo infinito y trascendente; eso lo lleva a buscar a un ser superior que responda sus anhelos más profundos, san Agustín lo decía: “Nos creaste para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti”.
Que el hombre es imagen de Dios significa, ante todo, que es capaz de relacionarse con Él, que puede conocerle y amarle, que es amado por Dios como persona.
La religión influye en la sociedad, muchas veces manipulada y utilizada para fines políticos e intereses personales, vivimos en una cultura donde la religión en sí misma pasa a un segundo plano y es solo tomada en cuenta para dividir y parcializar a la comunidad.
La responsabilidad está en manos de los líderes, el papa Francisco, por ejemplo. Desde la religión católica trata de que su mensaje de amor y paz llegue, no solo a sus fieles sino también a aquellos que no lo son; es decir, al mundo; va encaminado a denunciar todo aquello que vaya en contra de la dignidad de la persona, como la injusticia, la violencia y el cuidado del medio ambiente.
Cabe preguntarse, ¿la religión nos hace mejores personas? Si la respuesta fuera positiva, entonces la sociedad sería diferente y no lo que vemos ahora: vivimos golpeándonos el pecho y decimos a viva voz que somos de tal o cual religión, pero estamos en una competencia constante entre nosotros mismos.
El papel fundamental de las religiones es preservar y cuidar la integridad de sus miembros, hacer que el mensaje que profesan se cumpla a través del acompañamiento, promoviendo la paz y la unidad, sobre todo comprender que la religión es la forma de amar a Dios. La Madre Teresa de Calcuta solía decir: “No importa de qué religión eres o a qué espiritualidad perteneces, mira siempre al ser humano que está pidiendo tu ayuda”.
En Ecuador nos falta vivir una vida espiritual intensa, no importa la religión. Lo importante es vivir lo que san Pablo nos dice en una de sus cartas: “despojarse” y “revertirse”, es decir, me desprendo de todo aquello que no me hace completamente feliz, mis malas actitudes, la poca solidaridad con quienes están a mi lado, lo empático que he dejado de ser, el egoísmo; de pensar en mi beneficio sin mirar el bien común.
La poca transparencia para el prójimo, mostrar lo que en realidad no soy o no vivir bajo lo que predico. La incoherencia es la madre de los farsantes, esto no quiere decir que no te equivoques, el objetivo es que caigas, pero luchando.
La vida espiritual no es otra cosa que un medio efectivo para fortalecer y mejorar la relación con Dios, conmigo mismo, con quienes me rodean y con la creación en general. (O)