Trampas para lideresas
Para liderar, no da lo mismo ser varón que ser mujer. Así lo cree casi el 50% de la población de 75 países del mundo que opina que los hombres son mejores líderes políticos y el 40% que afirma que ellos son mejores líderes corporativos, según el reporte de perspectivas de desarrollo humano publicado por PNUD en 2020.
Eso evidencia una primera trampa para lideresas: existe en nuestras sociedades un marcado sesgo inconsciente de género, que incorporamos en la temprana infancia durante la socialización, que establece que el liderazgo tiene género y es masculino. ¿La trampa? Desde el momento en que una mujer ocupa una posición de liderazgo, se encuentra en situación de desventaja en un doble sentido.
Primero, porque al desafiar ese sesgo inconsciente socialmente extendido y arraigado, automática y prejuiciosamente se confiará menos en su liderazgo que en el de un varón. Segundo, porque a ella se le pedirá que rinda reiteradas pruebas de su aptitud para liderar.
Una segunda trampa para lideresas, la denomino “trampa 22”, en alusión a la conocida novela homónima. Al desafiar la prescripción de rol y “osar” participar en espacios de toma de decisión tradicionales de los varones, en los que son percibidas como huéspedes en casa ajena, las mujeres quedan entrampadas en una situación paradojal: si manifiestan asertividad, ambición, o cualquier otro rasgo estereotípicamente catalogado como masculino, se las tilda de mandonas y desagradables; si tienen un estilo de liderazgo más relacionado con las denominadas “habilidades blandas”, se dirá que no reúnen las capacidades necesarias para liderar. Eso sucede porque el liderazgo ha sido definido a partir de lo que arbitrariamente hemos decidido que son “atributos masculinos”: fortaleza, asertividad, decisión y ejecutividad.
Tenemos un gran desafío: educar para derribar injustos estereotipos y comenzar a identificar nuestros sesgos inconscientes, esos errores de juicio que producimos cuando efectuamos asunciones automáticas de una persona por su mera pertenencia a un grupo. Estos constituyen poderosos obstáculos para la inclusión de las mujeres y de la diversidad. Necesitamos impulsar procesos de socialización diferentes para cambiar percepciones y comprender, de una vez y para siempre, que el liderazgo no tiene género. (O)
Virginia García Beaudoux
Conicet-Universidad de Buenos Aires y Red de Politólogas