El arte visto desde el acontecimiento
La película de animación húngara Ruben Brandt, coleccionista (2018), de Milorad Krstic, reta al espectador en varios sentidos: le conecta con la obra de arte (en su movimiento y en su vida interna), le relaciona con el psicoanálisis, le enreda en una historia de acción (el thriller) casi sin descanso, y le pone ante disyuntivas propias del cine de detectives al punto de hacerle dudar sobre determinadas situaciones y personajes.
Y es que Ruben Brandt, coleccionista es un desafío visual que además toma, en su forma estética, elementos del cubismo con algo del art deco y del surrealismo. De hecho, su trama es surrealista al introducirnos en las visiones u obsesiones relacionadas con pinturas que sufre el psicólogo Brandt, el personaje.
Aunque la trama implique a una banda de ladrones auspiciado por el psicólogo para solucionar su problema, Krstic no hace la típica película de ladrones, sino una donde el mundo es líquido (en los términos de Zygmunt Bauman), ya que los referentes no son seguros, al punto que uno se pregunte si robar obras de arte sea en realidad el arte de robar y hacer con ello la obra de redención personal.
Es así como el mundo que dinamiza Krstic supone “efimeridad” y desaparición. La obra de arte no es tal si no hay experiencia y apropiación. El dilema de Brandt es este problema que se traduce en su pesadilla; hecho que es también propio de las bandas de ladrones y del trabajo de detectives. Es un mundo de flujos y de aletoriedad donde se debe avivar el ojo y actuar sin más. Ruben Brandt, coleccionista plantea la idea del acontecimiento: si la experiencia vital con el arte es el instante irrepetible, la cuestión es la conciencia del evento.
El acontecimiento en Brandt es la imagen obsesiva del ser pictórico que se le aparece y que le obliga a significarlo en su vida: al arte hay que significarlo y no solo mirarlo, hay que volverlo parte de uno mismo. Pero si uno no aprende de cómo el arte “nos” mira, su presencia será aleatoria.
El acontecimiento podría ser la precesión del ser, pero si no estamos atentos a ello, se nos eludirá y tendremos la sensación de que no “somos” y que estaremos vacíos. Por algo Krstic pone al inicio, en contraste, el caracol que está en el carril del ferrocarril, ante el inminente paso de este y del ser (Brant) que además está en un vagón, en medio de una pesadilla. El acontecimiento pareciera que anticipa al accidente. Este el juego que continuamente ofrece Ruben Brandt, coleccionista. (O)