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Punto de vista

Público y espectador no son sinónimos

Público y espectador no son sinónimos
05 de enero de 2017 - 00:00 - Claudio Campos, entrenador de fútbol

El cosmos futbolero se masificó a tal punto que hoy cada pitazo inicial se escucha y observa en cada rincón del planeta, al instante, y con miradas muchas veces atónitas por el gran show que se convirtió un deporte que, en su esencia, denota ser incierto y mágico. Si revisamos fotos viejas podremos darnos cuenta de que los estadios lucían abarrotados irradiando, no sé por qué, un respeto tácito hacia la exhibición que habían planificado acudir con familiares o amigos; situación que en la actualidad pedimos a gritos regrese en nuestros países. Con cambios notorios que han ido apareciendo al mismo tiempo que otras evoluciones, el fútbol se fue rebosando de muchas personas a las que no les importa tanto aquel romanticismo inicial, donde la broma siempre fue parte del folclore, pero que se engendraba en la mayoría de las veces por la superioridad en el desarrollo, llevando indefectiblemente a un análisis minucioso con conocimientos profundos y discusiones de alto voltaje que exigían herramientas para defender cada postura. Con estas tesituras las tertulias en la vieja Europa se iniciaban en el bar del barrio donde los transeúntes, muchas veces sin conocerse, pedían la palabra ante un desconocido, y allí sustentaban lo que habían percibido del encuentro en cuestión. Esto se fue convirtiendo en una costumbre porque los equipos comenzaron a identificar zonas geográficas y así su gente entendía que apoyar no era lo único que debían hacer, sino también aprender y de esa manera estar a la altura de la situación cuando se entablaban férreos debates que incluían ostentar jerga futbolera llenas de convicción y conocimientos del juego en sí. La tolvanera que hoy nos envuelve hace que muchos matices importantísimos nos acarreen a un sector necio y frío donde solo se exige ganar. Y parece que eso es lo único que sirve, siendo este detalle una persecución errónea de la verdadera sensación que produce el deporte más enigmático del mundo, ya que soy un convencido de que sentirse identificado con una propuesta que respeta estandartes y buen gusto colma de manera eterna y se graba en las retinas de todos aquellos amantes que por naturaleza también buscan ganar, pero no a toda costa, porque las victorias son efímeras, pero la valentía de honrar una doctrina y ponerla en práctica con mucho trabajo y certidumbre es recordada para siempre. Muchos equipos han logrado sagrados e irrefutables títulos, pero nadie los recuerda por lo atractivas que fueron sus posturas y solo aparecen en los momentos que las estadísticas se adueñan del momento, marcando con letras mayúsculas que el tiempo es cruel, y más en un juego que tiene en su ADN ser audaz y poseer en las partituras muchas variantes, que conmemora constantemente a aquellos artistas que hicieron disfrutar y también gozaron con su juego. Estas diferencias se fueron olvidando cuando los estadios se comenzaron a colmar de muchos espectadores atraídos por el gran espectáculo que ya es parte de la idiosincrasia mundial y poco de ese  público, crítico y muy exigente. Demostrando que esas palabras en el balompié no son sinónimos, porque es preciso entender que el juego hay que discutirlo minuciosamente para interpretar el resultado, que también en muchas ocasiones no tiene nada que ver con lo ocurrido; situación controversial que resalta aún más la obligación de no aplaudir un triunfo porque sí o difamar una derrota por lo mismo; el fútbol es mucho más que eso, y en nuestros tiempos se ha perdido esa necesaria comparación porque hay muchos espectadores y poco público. (O)

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