Los cambios de pines
“Do you have a pin”, preguntó en inglés una joven de rastas, calentador negro y gorro para el frío. Se refería a las insignias que se colocan en el lazo azul que cuelga del cuello de las credenciales.
Los pines se convirtieron en una atracción aparte de los Juegos Panamericanos de Lima 2019. Quien no tenga al menos uno, “no está en nada”. El juego es sencillo. Cada delegación tiene un número determinado que se le entrega a sus deportistas. La idea es que los intercambien con personas de otros países.
La organización de los Juegos solicitó a los comités olímpicos internacionales que envíen lineamientos gráficos para diseñar los adornos. Se los mandó a hacer en Canadá y llegaron a Lima desde el 24 de julio de 2019. Son pequeños, del tamaño de una moneda de 25 centavos de dólar. Metálicos y brillantes, cuentan con una filosa punta para engancharlos en la tela de la cinta. Su base es dorada, como el color de la medalla que todos anhelan.
Un grupo de cuatro chicas con los uniformes de Brasil esperan su vehículo en la entrada de la Villa Panamericana. Abordan a cada grupo que camina frente a ellas, no importa el país. Tienen una corta conversación de tres minutos para hacer el intercambio. Son cinco mil atletas en la Villa. Tras 10 días de Juegos, la mayoría tiene el “álbum” completo. Los pines nos recuerdan la temporada de cromos durante las copas del mundo.
La insignia de Ecuador tiene un fondo negro y blanco. El cóndor prevalece como elemento principal. En mi búsqueda por cambiar pines me enfrenté al corto número adquirido por la delegación “tricolor”. En modo simple: no me dieron ni uno, no puedo jugar. Es una lástima porque funciona también como excusa para entablar una charla.
Es la mejor manera de acercarse a alguien, sin importar su nacionalidad o idioma. Además, si lo obtienes te llevas a casa un recuerdo de la otra persona. Un pedacito de otro país. Los voluntarios, esos chicos y chicas peruanos que han dado toda su energía por ser buenos anfitriones, compiten entre sí por quedarse con las escarapelas metálicas. Los periodistas tampoco se quedan atrás.
Obviamente, el intercambio va más allá del gusto. Para entrevistas, investigar o acceder a ciertos lugares, un pin es una forma de agradecimiento. Escribo estas líneas con tres pines sobre mi cuello. Uno de Milco, la mascota de estos Juegos; otro del escudo de Jamaica, lo conseguí de una velocista presurosa por irse; y uno de Perú, en mi pecho, encima de mi corazón. (O)