Nunca es tarde para enamorarse del fracaso
¿A quien le gusta hablar abiertamente de sus fracasos? Posiblemente a nadie, o depende, según lo que se entienda por fracaso. En el contexto del emprendimiento empresarial la necesidad de apasionarse con cada tropiezo y obstáculo encontrado se encarna hasta parecer una práctica algo masoquista.
De manera quijotesca, quien decide emprender y conjuga sus esfuerzos para construir una empresa, descubre dolorosamente algunas lecciones inesperadas en el camino. Nadie nos entrena para equivocarnos, perder o fracasar. ¿Acaso alguien recuerda alguna fiesta con algarabías para celebrar los fracasos? En el entorno académico la cosa se complejiza aún más. La formación para quien persigue una titulación en administración de empresas apuntala desde todas las aristas epistemológicas inherentes un pensamiento en el cual el éxito es sinónimo de prestigio e inteligencia, entiéndase como sinónimo de creación de una empresa con alta rentabilidad y reconocimiento. Pero cuántas veces ha fracasado un verdadero emprendedor antes de alcanzar esa ilusión llamada éxito. La respuesta es en innumerables ocasiones, y de cada una de ellas aprendió algo, pero lo más importante es que al levantarse y volverlo a intentar tuvo que enamorarse del fracaso, y sucede de la misma forma en la que nos pasa con el amor; no tenemos la menor idea de por qué lo hacemos.
Hay una estrecha relación entre fracaso y riesgo. Cuando dicto talleres sobre emprendimiento consulto a los participantes que tan arriesgados se consideran. Usualmente hay vacilaciones. Al indagar en cambio sobre aquellos que se han casado más de una vez, la cosa cambia y resulta que el riesgo se percibe entonces como más habitual. Quien logra vencer el miedo de emprender por primera vez y supera algún profundo temor se sumerge inconscientemente en una dimensión que pondrá al límite su voluntad. Emprender está de moda, por lo tanto fracasar también debería estarlo. El éxito no se alcanza sin derrotas.
El éxtasis de superar cada obstáculo es en sí el verdadero éxito, independientemente de que esto traiga prosperidad económica como consecuencia, lo cual no debería ser el único fin de un emprendedor.
Debería incorporarse en escuelas, colegios y universidades una cátedra llamada fracaso, sobre todo en las escuelas de negocios.
La idea de emprender un proyecto empresarial por necesidad y supervivencia es válida, por supuesto.
En tiempos de crisis económica y desempleo es casi la única salida, sin embargo lo más valioso de esa odisea será descubrir y aceptar, con humildad, que el mejor maestro es el fracaso. (I)