Hay una gran verdad: Lo gratis no tiene valor. Eso es lo que representan las bolsas plásticas para nuestra sociedad. En el automercado compramos una variedad de productos que vienen en un envoltorio plástico, para posteriormente trasladarlo a nuestros hogares en fundas plásticas gratuitas. Eso resume su tiempo de vida útil a, aproximadamente, 20 minutos.

El Ministerio del Ambiente estima que cada persona consume 130 fundas plásticas al año y, a nivel nacional, 1.500 millones.

Un sistema de gestión de desechos adecuado garantiza que la basura (residuos como vidrio, plástico, fundas plásticas, papeles y orgánicos) van a parar a un vertedero. Pero, cuando no es adecuado, termina en ríos, océanos y mares. Se calcula que, en el océano, por cada kilómetro hay 18.000 fundas plásticas. En 69 años de vida, un ciudadano ecuatoriano promedio produce la mitad de las bolsas plásticas que se encuentran en un espacio tan reducido como un kilómetro del océano. Y, por si fuese poco, cada funda tarda en descomponerse aproximadamente 100 años. Los Estados tienen la responsabilidad de reducir el problema. La mejor opción es a través de políticas públicas que, en primer lugar, eduquen a los ciudadanos sobre el problema, las acciones individuales que podemos ejecutar y la importancia del reciclaje y la separación de la basura. A su vez, generar sistemas de gestión de desechos adecuados para el reciclaje de vidrio, papel limpio y sucio, plástico según el tipo y orgánicos.

También puede promover e incentivar que la empresa privada le agregue un costo adicional al uso de fundas de plástico. Así, los ciudadanos sentirán la necesidad de llevar consigo bolsas reciclables de tela. Esta estrategia ya ha demostrado resultados positivos en otros países. Irlanda aplica un impuesto de 22 céntimos por bolsa al consumidor. Así se ha modificado el comportamiento de los consumidores, reduciendo su uso de 328 bolsas por año, a 20. En México el impuesto es aplicado a las tiendas que ofrezcan bolsas gratuitas.

El problema de las fundas plásticas es una obviedad; sin embargo, las acciones estatales, regionales y globales son débiles para conseguir un cambio eficaz para el ambiente. A los ciudadanos nos queda la responsabilidad de presionar a los gobiernos para promoverlo. (O)