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Ecuador, 22 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Punto de vista

Legados de la Revolución de Guayaquil

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Ayer celebramos un aniversario más del 9 de octubre de 1820, la Revolución de Guayaquil, el acontecimiento que inició la etapa final del proceso independentista en el Ecuador. Pero, ¿qué ocurrió al día siguiente de nuestra independencia? ¿Cómo se organizaron los guayaquileños en función del nuevo sistema político y forma de gobierno que se adoptó?

Dos años duró el proyecto de ciudad-estado independiente (1820-1822), al mando de un triunvirato conformado por Olmedo, Roca y Ximena. Al final del proceso, el balance era más positivo que negativo: se afirmaron las instituciones públicas, se patrocinó y ejerció el libre comercio, tal como lo establecía el Reglamento Provisorio Constitucional de Guayaquil (1820), en su parte esencial: “el comercio será libre, por mar y tierra, con todos los pueblos que no se opongan a la forma libre de nuestro gobierno”, juicio que había sido el más caro objetivo de Guayaquil para independizarse de España. Con esta declaración se consagró uno de los principios fundamentales del liberalismo económico y la ciudad-estado se abrió a la modernidad capitalista.

Por otra parte, el proceso había favorecido la implantación de la libertad de prensa, con la creación del periódico El Patriota de Guayaquil, en 1821. Esta fue una singular tribuna de expresión que posibilitó la existencia de una incipiente esfera pública, más allá de las espontáneas tertulias, en las que las personas se reunían cotidianamente para hablar de política y negocios.

Estudiosos del proceso revolucionario guayaquileño han reflexionado sobre el papel que jugó la circulación de manuscritos, libros e impresos políticos, a partir de 1819. Si bien desconocemos los catálogos bibliográficos de los involucrados en el movimiento revolucionario, en la narración de Juan Emilio Roca sobre la “Fragua de Vulcano” y el 9 de octubre de 1820, se aprecia la dinámica de formación y funcionamiento de esas células políticas: “se comunicaban las noticias, se leían las proclamas y demás papeles que por algún conducto se adquirían, sin que hubiera ningún plan fijo”, y asimismo, “cada patriota tenía un círculo de amistades de confianza entre quienes se iba propagando estas ideas”. Pero junto a libros, panfletos y otros instrumentos de la cultura letrada, hay que incluir algo que muchos historiadores olvidan: las fuentes orales, es decir, el conjunto de noticias, chismes y mensajes que circulaban de boca en boca entre los “vecinos” de la ciudad.

Otro legado de la Revolución de Guayaquil fue la formación e institucionalización de un sistema de representación política, según los postulados del nuevo régimen, a través de la figura de los “Electores de los Pueblos”, quienes debían reunirse cada dos años para designar a los miembros del gobierno. Además, la representación también se extendía a las poblaciones del interior de la provincia      –recordemos que, entonces, la antigua provincia de Guayaquil comprendía todo el Litoral ecuatoriano, excepto Esmeraldas-, cuyos gobiernos locales eran dirigidos por ayuntamientos elegidos “por los padres de familia o cabezas de casa”.

En el relato de los procesos y estructuras que determinaron la anexión de Guayaquil a Colombia, así como el consiguiente fin del Estado independiente de Guayaquil, el historiador español Demetrio Ramos Pérez sostuvo que el “drama” del puerto fue haber pretendido “crear una nueva realidad”. Efectivamente, Guayaquil apostó por un gobierno republicano, al igual que por un sistema político electivo y representativo, basado en la doctrina jurídica de la soberanía de los pueblos para gobernarse. Pero es claro que Guayaquil no actuaba desde un vacío histórico, pues ya la Constitución de Cádiz (1812) había validado la figura de la representación, como un mecanismo para socavar el “antiguo régimen” de signo corporativista y clientelar, que impedía la instauración de un sistema político basado en la supremacía de la igualdad, la soberanía y las libertades individuales, tal como lo entendieron los ilustrados de principios del siglo XIX.

En conclusión, Guayaquil no abrazó un futuro republicano, democrático y civilista de un momento a otro, sino que lo hizo desde su formación como Estado independiente, bajo la inspiración de una gesta que rebasó las expectativas, ensayando con dignidad un proyecto social y político que, al margen de la ambición de los líderes de las potencias vecinas, sentó antecedentes de independencia, libertad y soberanía. (O)

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